De tapar la entrada a transformar una habitación: cómo las cortinas pueden cambiar radicalmente nuestra casa
Pocos recursos hay tan económicos como unas cortinas usadas en cualquier sitio menos en las ventanas, por su capacidad para favorecer una mayor flexibilidad, dinamismo, riqueza de texturas y contrastes cromáticos
Aunque suene un poco cursi, esa expresión tan deco de que las cortinas son un elemento imprescindible para vestir la casa es, por otro lado, una gran verdad que incluso se queda corta si se tienen en cuenta también sus capacidades para otras cosas. No solo sirven para aportar privacidad, tamizar la luz o enmarcar ventanas y balcones. También para modificar considerablemente el estilo e, incluso, la estructura de un espacio. De hecho, es uno de los recursos más eficientes para conseguir un cambio radical o para adaptar una vivienda a nuestro gusto cuando se está de alquiler.
El estudio valenciano Masquespacio las ha utilizado en el proyecto de su casa-estudio de varias maneras, siendo las ventanas lo menos expresivo. Por ejemplo, en el patio de la vivienda las han empleado de una forma muy teatral a modo de telón, mientras que en la zona de oficina tienen una función más acústica, colorista y decorativa. “Usamos mucho las cortinas en nuestros proyectos. Me parece que es un elemento que tenemos todos muy interiorizado como para simplemente colocar en una ventana, cuando, sin embargo, pueden tener un carácter muy escultural”, explica Ana Milena Hernández Palacios. “En el patio de nuestra casa tienen una caída de siete metros (es de doble altura), pero deliberadamente no llegan hasta el suelo y hacen forma de onda, ya que el resto de la casa es bastante geométrica. De este modo, conseguíamos un contraste. Además, son semitransparentes, pues en el nivel superior, al otro lado de estas cortinas, se encuentra nuestra zona privada. Nosotros tenemos una relación de muy poca privacidad, tanto en nuestra casa como con el equipo. Por eso las escogimos traslúcidas, para poder generar conexiones”.
En España tenemos casi una obsesión por que no nos vean los vecinos, así que nos cuesta cuando en otros países tenemos que habitar un espacio sin cortinas en las ventanas. Pero, ¿y cuando se usan a nivel espacial para generar divisiones suaves, como han hecho Ana Milena y Christophe Penasse del estudio Masquespacio en su casa? Aquí, los términos de privacidad se trasladan al interior y adquieren otra dimensión. El estudio BeAr de Bilbao, integrado por Ana Arce e Íñigo Berasategui, las ha usado en dos proyectos de esta manera. Por un lado, en su propia casa separan la cocina de los baños, la despensa y la zona de planchado y lavado. Una cortina como cierre de un baño podría considerarse un nivel muy alto de tolerancia a la poca privacidad. Es algo tan personal, que no vale como recurso para cualquier persona.
Por otro lado, las han trabajado de un modo más conceptual en su proyecto Thinner Wall, en Berango. “En este proyecto, la cortina adopta un papel performativo, en una vivienda en la que la única acción que realizamos fue tirar sus tabiques y generar un espacio continuo. La cortina amarilla atraviesa el espacio en diagonal, acotándolo e introduciendo matices, según su apertura, en función de las distintas situaciones que se puedan necesitar: generar un vestíbulo, separar la cama, ocultar la mesa de desayuno”, explica Íñigo. “Las cortinas son opciones eficaces, que implican un consumo de material y un coste muy bajo, para conseguir un sinfín de recursos en una vivienda, aumentando su flexibilidad real: separar, filtrar, aislar o resaltar. Todo ello con ese punto de la necesidad cómplice del usuario para ser activados, pues ha de moverlas, extenderlas o esconderlas”.
En este mismo sentido, el estudio GRX Arquitectos considera que unas cortinas pueden ser capaces de ofrecer “una dimensión menos pétrea e inmutable en la articulación de un espacio, que otorgue a sus ocupantes una capacidad de transformación fuera del control del arquitecto”, apunta Carlos Gor. En su proyecto La Casa de las Cortinas, en Granada, las usaron para evitar tabiques en las divisiones de los espacios y que la luz se proyectara mejor hacia el interior, que era el principal problema del piso. Así, en el salón-cocina pusieron una cortina que independizaba los dos usos cuando era necesario, y otra en la habitación principal para dividir el espacio de estudio y vestidor de la zona de la cama.
La arquitecta Laura Ortín, que las suele incluir en sus proyectos de diversas maneras, las llama cortinas arquitectónicas. “Son aquellas que forman parte desde el inicio del propio proyecto y, sin ellas, no se entendería. No son un añadido o un extra, son inherentes a él. Se pueden definir a nivel de una puerta, un tabique, una balconera… y cada una está realizada según su necesidad de opacidad, color, textura y geometría”, explica. En su proyecto Casa Lab sirven para crear una sensación de habitación de hotel en el dormitorio, ocultando el vestidor y las puertas curvas detrás de las que se encuentran el inodoro y la ducha. En Casa Mo, empleó unas cortinas plisadas de fieltro para ocultar a la vista la puerta de entrada desde la cocina y la sala de estar, y también para separar esta zona de la de los dormitorios. Dos elementos curvos y plisados con una fuerte presencia estética, que dialogan entre sí de un extremo a otro del espacio. En Casa Oh!, aunque su uso es más convencional en el sentido de que se aplicaron a la balconera, destaca el modo en que lo ha hecho, generando una pronunciada y teatral curva, así como un espacio mitad interior mitad exterior.
Studio Noju también las usaron como cortinas arquitectónicas en su proyecto Casa Triana, donde exploraron su potencial para aportar versatilidad, color y carácter a un espacio sin recurrir a particiones permanentes. “Como la vivienda era muy pequeña, el desafío estaba en maximizar cada metro cuadrado, generando espacios que fueran tan funcionales como flexibles. La gran cortina azul permite que la sala de estar se transforme en un dormitorio para invitados cuando es necesario, brindando privacidad y comodidad a un área que, de otro modo, estaría limitada. Al recogerse, la cortina devuelve toda la amplitud al área social, optimizando el espacio y manteniendo su fluidez”, explica Antonio Mora.
En otra zona también las usaron para cubrir el vestidor, pero en este proyecto hay algo más que resulta especialmente interesante. “Aparte de las cortinas, desarrollamos una serie de nichos de colores con lamas metálicas como, por ejemplo, en la cocina. Estos nichos no solo añaden ritmo, textura y profundidad visual al espacio, sino que también evocan el movimiento suave de una cortina de onda perfecta. La idea era reinterpretar el concepto de la cortina más allá de su función habitual, llevándola también a elementos sólidos que aportaran al diseño sin ocupar espacio útil. Logramos así un entorno envolvente, donde cada elemento parece dialogar con el siguiente, creando una narrativa visual y espacial”.
El arquitecto Pepe Lacruz ha hecho algo parecido con la renovación de lo que antes era el garaje de una vivienda, ahora una bodega tecno-social para una pareja de recién jubilados. El proyecto ha generado un espacio social en el que puede ocurrir casi de todo: paellas con amigos, reuniones familiares, salón de juegos para los nietos, pista de baile e, incluso, zona de teletrabajo. “Las cortinas, aparte de aportar diferentes grados de opacidad y protección, actúan como un elemento estructurante suave, permitiendo dividir el espacio en dos áreas diferenciadas de forma sutil y adaptable”, cuenta Pepe. “Elegí el formato de minionda, en lugar de la onda tradicional, ya que su modulación guarda una estética coherente con la chapa de policarbonato ondulado que hay en la pared opuesta, creando así una armonía visual”.
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