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“En Asturias nos rodean los hórreos pero no tenemos ni idea sobre ellos”: la lucha de dos hombres por reescribir la historia de un patrimonio incalculable

Una serie documental pone el foco sobre la riqueza histórica y artística de estas construcciones rurales a las que pocos hasta ahora han prestado atención

Hórreo barroco en Gozón.Foto: La Rebequina / Art & Life Productions | Vídeo: EPV
Carlos Primo

Dice el tópico que no hay mejor modo de guardar un secreto que exponerlo a la vista de todos. Los hórreos asturianos, esas construcciones de madera aparentemente triviales que se usan desde hace siglos para almacenar patatas, trigo o trastos en el ámbito rural asturiano, son un buen ejemplo. A fuerza de convivir con ellos durante generaciones, sus usuarios se han olvidado de observarlos con detenimiento. Y, en ocasiones, las alarmas saltan solo cuando ya es demasiado tarde. En octubre de 2022, un accidente de camión dejó reducido a escombros un hórreo en Sama de Grado. No era uno cualquiera, sino un espléndido ejemplar policromado de los escasísimos que se pueden datar con certeza a principios del siglo XVI. Y, para parte del público, lo sorprendente de la noticia no fue tanto el accidente como descubrir la antigüedad de estas misteriosas construcciones que, a fuerza de cotidianidad, han camuflado su complejidad. ¿De verdad eran los hórreos tan antiguos?

Un hórreo tradicional.
Un hórreo tradicional.La Rebequina / Art & Life Productions

Para contemplar el hórreo antes de su debacle se puede acudir al primer capítulo de L’Horru, una miniserie documental que se estrenó en la televisión autonómica asturiana en 2021 y que desde hace meses también es una de las joyas mejor guardadas de la plataforma Filmin. En las imágenes, el periodista Jaime Santos, presentador del formato, ilumina con una linterna la inscripción que deja adivinar la fecha de construcción. Es un momento emocionante, unos minutos de metraje que condensan las inquietudes que llevaron a Santos y a su colaborador, el cineasta y realizador Rubén Castellano, a emprender la grabación y producción de este proyecto en otoño de 2020, mientras medio mundo seguía paralizado por la pandemia. Tras varias semanas de rodaje en distintas comarcas del Principado, el resultado, en cinco episodios, es casi un thriller arqueológico, un ejercicio de memoria histórica y una de las aproximaciones más completas a un fenómeno que lleva siglos siendo parte de la identidad de Asturias, aunque nadie sepa exactamente por qué.

Jaime Santos señala la decoración románica, en forma de diamante, de un hórreo construido en el siglo XVI.
Jaime Santos señala la decoración románica, en forma de diamante, de un hórreo construido en el siglo XVI.La Rebequina / Art & Life Productions

“Cuando iba a a la aldea de mi abuela, sí recuerdo subirnos de pequeños a trastear al hórreo. Estábamos rodeados de hórreos, pero no nos fijábamos. Ahora, sin embargo, me fijo en todos”, explica Castellano. El enigma del hórreo reside precisamente en ese carácter cotidiano y aparentemente banal. En su forma más básica, un hórreo asturiano –distinto del gallego, más alargado y con hendiduras de ventilación para secar maíz– es una construcción de madera elevada sobre pilares (que se denominan pegollos), de planta más o menos cuadrada y con cubierta a cuatro aguas. Ubicados generalmente cerca de las casas más pudientes de la Asturias rural, su función inicial era conservar los alimentos y los productos agrícolas y ganaderos, manteniéndolos a salvo de la humedad y de los ratones. A pesar de estar ubicados a la intemperie, son bienes muebles y transportables: un hórreo en buenas condiciones se puede desmontar para trasladarlo a otra ubicación, donde un armador –en el documental aparece uno de ellos, el joven y entusiasta Adrián Castañedo– puede volver a montarlo, reparando las piezas deterioradas o sustituyendo el tejado.

Tal y como explican distintos expertos, como el historiador Juaco López y el arqueólogo Armando Graña, sería un error considerarlos como un tipo de arquitectura vernacular o improvisada por constructores autodidactas: un hórreo es un prodigio de carpintería diseñado de forma precisa para satisfacer una función económica, que era almacenar los víveres o el patrimonio. Es una construcción funcional, casi un ejemplo de arquitectura bioclimática avant la lettre. Desde la Edad Media hasta el siglo XX muchos hórreos, especialmente los ligados al poder eclesiástico, estuvieron destinados a almacenar escanda, un tipo de trigo que se empleaba en Asturias para pagar rentas, foros o tierras. La panera, una clase de construcción con la que comparte muchos rasgos, se distingue del hórreo porque su tejado no es a cuatro aguas, sino con caballete. Su mayor tamaño también la hace propicia para asimilar ornamentaciones y usos muy diversos. En ambos casos, no son construcciones ligadas a labradores o campesinos pobres, sino a las grandes casas y los mayorazgos que articularon el campo asturiano durante siglos. El hórreo era una suerte de granero, despensa o refrigerador primigenio pero, al contrario que estos, ocupaba un lugar prominente en la propiedad doméstica: una muestra de estatus y poder económico. Cuando a una familia le iba bien, construía un hórreo. Y, como tal, su ornamentación reflejaba la ambición social de sus propietarios.

Por ello, los hórreos permiten seguir el rastro a los cambios en el gusto y en la estética a lo largo de los siglos, igual que los templos o las residencias. Ese es uno de los puntos de partida del proyecto de Santos y Castellano, que ya estaban familiarizados con esta complejidad cuando esbozaron el primer proyecto. Jaime Santos, periodista con “vocación ruralista” interesado por la etnografía y la arquitectura tradicional de Asturias, había tenido un primer contacto con los hórreos en 2012, cuando recibió el encargo de dirigir un cortometraje documental sobre el tema. Se quedó con ganas de más. “Tenía claro que los hórreos merecían un formato más grande”, explica. “Son muy bellos y con muchas claves arquitectónicas, pero también son un símbolo de Asturias”. La ocasión de materializarlo surgió durante el parón de la pandemia. Se reencontró con Castellano, con quien había colaborado en el pasado, y le propuso recorrer distintas comarcas de Asturias para documentar la historia de los hórreos y dar voz a los expertos en el tema. “Nos lanzamos a grabar en aquella Asturias vacía, con un otoño maravilloso”, recuerda. En el documental, las imágenes aéreas permiten contextualizar el paisaje en el que surgieron los hórreos, y también la complejidad que los rodea.

Detalle de iconografía bíblica en un hórreo de Alguerdo, Ibias, construido alrededor de 1800.
Detalle de iconografía bíblica en un hórreo de Alguerdo, Ibias, construido alrededor de 1800.La Rebequina / Art & Life Productions
Hórreo de tipo palladiano.
Hórreo de tipo palladiano.La Rebequina / Art & Life Productions

La serie, en cinco capítulos de menos de 50 minutos, permiten trazar su evolución a través de los siglos, uno por episodio. Así, Santos y sus colaboradores guían al espectador a través de los distintos estilos, de la pureza románica de los hórreos más antiguos de la zona de Villaviciosa –curiosamente, construidos dos siglos después de que el románico desapareciera de las iglesias–, con sus motivos en forma de diamante y su exquisita geometría, a los hórreos decimonónicos y contemporáneos que los expertos denominan de estilo palladiano, inspirados en la arquitectura clásica, llenos de balaustradas, maderas torneadas y detalles decorativos suntuosos. En medio hay ejemplos tan deslumbrantes como el estilo Carreño, de un barroco profusamente ornamentado que se traduce en puertas con molduras y coloridos extravagantes, o el de la zona de Allande, cuyos motivos trazados con compás incluyen símbolos seculares como el tetrasquel o el trisquel, pero también rostros humanos y otros elementos. En los hórreos que han visitado por toda Asturias hay iconos zodiacales y religiosos, recuerdos familiares e incluso extravagantes decoraciones, fruto de la creatividad de un propietario o un carpintero inspirado. Son recintos en principio sencillos, sin complicaciones ni recovecos. Pero en esa sencillez, que recuerda a las fachadas de los templos griegos, reside parte de su encanto.

“Hay una parte mistérica porque los hórreos están cargados de simbología”, apunta Santos. “Un hórreo es una pirámide coronada por una piedra de cuarzo, elevada, con una arquitectura clásica, y una orientación muy precisa. Y los propios hórreos prefieren esconderse. Luego, hay otras cosas más difíciles de explicar”, añade. Se refiere al silencio académico con que la historia ha tratado a este emblema de Asturias que, paradójicamente, todo el mundo sabe identificar. No hay recuerdo, ilustración o postal turística del Principado que no incluya una de estas construcciones. Y, sin embargo, cuentan los responsables del documental, en ocasiones su valor resultaba escurridizo hasta para sus propietarios. L’Horru recoge varios de esos momentos: dueños de hórreos que, en compañía de los cineastas, advierten por primera vez que su granero doméstico tiene adornos en los que no habían reparado, o misteriosos dibujos que habían tomado por manchas.

Para Santos, este carácter esquivo es una constante en este fenómeno. “Jovellanos, que era muy minucioso, habló de los hórreos, pero no se dio cuenta de que muchos tenían fechas que los databan varios siglos atrás”, señala. Utilizados a diario para almacenar patatas, productos de matanza, manzanas o botellas de sidra, los hórreos custodian también imágenes caballerescas y míticas, caballos y dragones, batallas y guerreros que hablan de la historia de la familia que los construyó, o de acontecimientos presenciados por sus usuarios. La Guerra de la Independencia o la Guerra Civil también han dejado su rastro en estos tablones de madera que, hendidos con una navaja o pintados con pintura para barcos, son documentos y testimonios en primera persona.

Hórreo de techo vegetal en una casería.
Hórreo de techo vegetal en una casería.La Rebequina / Art & Life Productions
Jaime Santos, director y presentador de 'L'Horru', en una imagen del documental.
Jaime Santos, director y presentador de 'L'Horru', en una imagen del documental.La Rebequina / Art & Life Productions

Cuentan Santos y Castellano que muchos de los edificios que visitaron durante aquellos meses estaban arrinconados, olvidados o directamente inaccesibles, en una situación precaria, a menudo en lugares que requerían ponerse a desbrozar para llegar a ellos, o pisar con cuidado ante el peligro de las tablas sueltas. Uno de esos tesoros escondidos, un hórreo semioculto en la vegetación al que le conduce Paulino, un apasionado “buscador de hórreos”, sufrió un incendio intencionado este mismo año. “Fue una venganza”, aclara Santos. En la Asturias rural, los hórreos, símbolos de orgullo y también de una cultura que muchos consideran caduca, están expuestos a pasiones de todo tipo. Hay tantos –se calcula que unos 20.000 en toda Asturias– que corren el riesgo de pasar desapercibidos.

“En Asturias te rodean los hórreos, pero no tenemos ni idea sobre ellos”, explica Castellano. Santos aventura los motivos. “En época reciente, se ha despreciado el pasado rural asturiano como si fuera miserable”, diagnostica. “Este fenómeno comenzó en los años cincuenta, cuando Franco decretó que había que abandonar las aldeas para irse a las ciudades. Ahí comenzó un proceso de borrado que asimiló lo rural asturiano a lo pobre, lo atrasado, lo rudo, lo arcaico. Las universidades apenas se han fijado en ello”. Con él coincide Castellano. “Los asturianos nos fagocitamos a nosotros mismos. Hay un aprecio de lo nuestro hacia fuera pero no hacia dentro. Qué guapo ye Asturias, pero no tengo ni idea. Y yo creo que ahí está parte del problema. Jamás en la escuela recibí una educación más allá de hablarme de los cuatro pegollos del hórreo”, explica el cineasta.

El peligro, en este momento, no es tanto la desaparición de los hórreos en el paisaje rural asturiano, donde siguen muy presentes, como la pérdida de ciertos elementos con valor artístico o histórico que están ahí, pero nunca se han catalogado ni protegido. En el documental, el artista Astur Paredes cifra en 500 los hórreos con valor histórico que valdría la pena preservar. Algunos de ellos por su antigüedad, que se remontan al siglo XVI, y otros por sus elementos decorativos o constructivos. “Se sigue hablando de ayudas y subvenciones pero no se hace el censo, el catálogo artístico para saber cuántos hay exactamente del siglo XVI”, apunta Santos. Entre tanto, tal y como muestra la serie, los hórreos siguen presumiendo de misterio y acogiendo nuevos usos: afinar quesos, acoger estudios de grabación y alojamientos temporales, conservar alimentos y adaptarse, en definitiva, a las necesidades de sus propietarios. El propio Santos atiende esta entrevista por videoconferencia desde el interior del hórreo de su casa, en las inmediaciones de Cangas del Narcea, que hace las veces de estudio o despacho. “La mayoría de las personas que viven en una casa con hórreo le dan uso y no quieren deshacerse de él por nada del mundo”, afirma.

Desde su estreno en 2021, L’Horru se ha repuesto varias veces en la televisión pública asturiana, y está disponible también bajo demanda en la plataforma de cine de autor Filmin. Es un recorrido nada desdeñable para un producto audiovisual cuidado pero producido de forma independiente, con un equipo pequeño en el que, además de los codirectores, figuran Rafael Navarro (dirección de fotografía) y Daniel Arango (Imagen). Para algunos expertos en el tema, como Juaco López, director del Museu del Pueblo d’Asturies, la emisión de la serie en el prime time de la televisión pública asturiana fue un hito en la historia de la conservación del hórreo asturiano. Ante un patrimonio cultural tan ingente como dispar, este proyecto ha permitido que muchos asturianos y no asturianos adquieran un hábito fundamental para preservar los hórreos: aprender a observarlos.

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM

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