La hija ilegítima del marido de la duquesa roja gana el último asalto de su batalla legal: “Siempre he querido reivindicar a mi madre”
Rosario Bermudo percibe de dos de sus cuatro hermanos parte de la herencia millonaria que le corresponde como la hija que Leoncio González de Gregorio tuvo con su criada antes de casarse. El pleito con los otros dos ha quedado visto para sentencia. “Me conformo con lo que me den”, dice ella
España, 1950. Un joven aristócrata de 19 años se encapricha de la criada de la familia. Fruto de esa relación, ella se queda embarazada y es despedida de manera fulminante para evitar cualquier escándalo. La madre debe dejar a su hija recién nacida al cuidado de sus padres en Écija, mientras ella, sola y desamparada, se marcha a Madrid para poder sobrevivir limpiando casas. Esa niña tardó 66 años en ser reconocida oficialmente como hija de ese hombre. Y ha tenido que esperar seis años más para percibir parte de la herencia millonaria que le corresponde.
No, no se trata del guion de una telenovela de sobremesa. Es la vida de Rosario Bermudo (72 años), la primogénita de Leoncio González de Gregorio y Martí, más conocido como el marido de Luisa Isabel Álvarez de Toledo, la duquesa roja. Esta misma semana, 11 años después de iniciar los trámites para ser reconocida hija de ese hidalgo y jinete soriano, ha logrado percibir la mayor parte de la herencia que le corresponde tras llegar a un acuerdo con dos de sus cuatro hermanos: Gabriel —el benjamín de los tres hijos que tuvieron Leoncio y la duquesa de Media Sidonia―, y Javier, fruto de otra relación sentimental del aristócrata al que reconoció en 1995. Queda por dirimir la parte que debe recibir de Leoncio y Pilar —los otros dos hijos de Leoncio y la duquesa roja—, que no se avinieron al pacto. Será una juez quien dictamine cuánto y cómo deberá percibir la cantidad a la que tiene derecho, después de que el pasado miércoles 9 de octubre quedara visto para sentencia el juicio sobre el resto de la cuantía que le corresponde a Rosario Bermudo.
“Llevo 11 años esperando, algún día tendrá que llegar el final”, dice con resignación Rosario al otro lado del teléfono desde su casa en Torrejón de Ardoz (Madrid). “A mí esto me sobrepasa un poco, me conformo con lo que me den. Lo que siempre he querido es reivindicar a mi madre. Ella siempre me dijo la verdad y con esa verdad he ido todo este tiempo”, afirma.
La cita en el juzgado de Soria del miércoles fue la última del sinfín de pleitos en los que se ha convertido la lucha de Rosario para obtener el reconocimiento de su filiación, primero, y lo que le corresponde legítimamente como heredera de su padre, después. Un camino en el que se ha encontrado con las trabas de sus hermanos, que han ido apurando todas las instancias judiciales para tratar de aplazar la confirmación oficial de que la hija de la criada, una humilde ama de casa que ahora vive con una pensión de 800 euros con la que debe atender a su marido ―con graves problemas de salud―, es su pariente.
Leoncio González de Gregorio y Martí falleció en 2008 en su palacio de Quintana Redonda, en Soria. Cinco años después, en 2013, Rosario iniciaba el proceso de filiación. En esta fase se llegó a exhumar el cadáver del aristócrata para cotejar el ADN, cuya coincidencia al 99,9% no dejó ninguna duda de que él era su padre. “El proceso de filiación duró casi cinco años, porque los hermanos lo recurrían todo”, explica Fernando Osuna, el abogado de Rosario. “Es verdad que no es lo mismo pleitear contra uno que contra cuatro, cada uno con su propio abogado y sus propios intereses”, abunda. Un juez de Madrid reconoció a Rosario como hija de Leoncio en 2016, pero la sentencia fue recurrida, primero ante la Audiencia Provincial de Madrid y luego ante el Tribunal Supremo, hasta que finalmente, en 2018, se confirmó la filiación.
El proceso para reclamar la legítima estricta que le corresponde a Rosario ha sido relativamente rápido porque decidió presentar el caso en Soria, que es donde radican la mayoría de los bienes de la herencia de casi 17 millones de euros que Leoncio legó a los cuatro hijos que constaban oficialmente como sus descendientes. El pasado mes de mayo, el juez instó a los hermanos a llegar a un acuerdo para el reparto de los bienes. En un primer momento, tres de ellos (Leoncio, Gabriel y Javier) llegaron a un pacto del que, justo esta misma semana, Leoncio se desvinculó. “Las cantidades acordadas ya han sido depositadas y hemos presentado el documento para que el juez lo homologue”, indica Osuna. Varias fuentes consultadas por este periódico coinciden en que el total entre los tres ascendería a 1,12 millones de euros.
El miércoles tuvo lugar la vista con el primogénito de la duquesa de Medina Sidonia y Pilar, a quien su padre nombró heredera universal y percibió, por tanto, muchos más bienes que el resto de sus hermanos, y a quien, por este motivo, le correspondería aportar más. Ella se ha desvinculado del acuerdo al que llegaron sus otros parientes y en este tiempo siempre ha querido ofrecer como pago de la parte de la herencia un monte de pinos en la provincia de Soria. “¿Qué voy a hacer yo con un monte de pinos?”, cuenta con sorna Rosario. Su abogado ha pedido que todas las aportaciones hasta cumplimentar el tercio de legítima estricta que le corresponde a su representada se hagan en metálico, una opción que avala el Código Civil. El letrado salió muy satisfecho del juicio. En función de lo que decida la jueza, Rosario podría percibir solo por parte de su hermana Pilar 1,5 millones o 750.000 euros. “Todo depende de si considera que cuando Leoncio hizo el testamento desconocía que tenía una hija o que sí sabía de la existencia de Rosario y, pese a ello, no la incluyó”, explica Osuna.
“Jamás se han interesado por mí”
“Nuestro padre nunca nos habló de Rosario, pero es que, en realidad, nunca comentaba demasiado”, relata a este diario Gabriel, el único de los hermanos que ha mantenido cierta relación con Rosario, aunque no muy profunda. “Más allá de todos los juicios, no hemos tenido mucho más vínculo”, reconoce. Algo que corrobora ella: “Jamás me ha llamado ninguno de ellos para interesarse por mí, por mi historia”, sostiene.
El hijo menor de la duquesa roja —cuya herencia también está encallada en los tribunales con pleitos entre sus hijos y su viuda— justifica la dilatación del proceso de filiación de su hermana. “Desde que apareció Rosario yo intenté llegar a un acuerdo, pero cuando se nos presentó una demanda con la muestra de saliva de nuestro hermano Leoncio, no nos quedó más remedio que ponernos a la defensiva”, explica. Además de recurrir a la exhumación del cadáver de su padre, el abogado de Rosario consiguió obtener una muestra de ADN del primogénito de la duquesa de Medina Sidonia de una botella que había tirado a la papelera. Esta también dio una equivalencia del 99%.
Sobre la decisión de su hermana Pilar de no acatar el acuerdo sobre la legítima estricta, Gabriel también opina: “Cuando aparece una hermana, unos pensamos que había que atenderla y Pilar, que es heredera universal, aceptó la negociación. Pero cuando Rosario reclamó mucho dinero, se lo pensó dos veces”.
Algunos de sus hermanos han sostenido en este tiempo que el único móvil de Rosario para reclamar su filiación y después la herencia era el dinero y rechazan que se apele al, en su opinión, manido y falso símil del señorito y la criada. Obvian que, más allá de que ella esté ejerciendo su derecho legítimo a reclamar lo que le corresponde, su principal empeño es haber podido reivindicar una verdad que su madre se resignó a ocultar, como hacían en pleno franquismo todas las jóvenes que debían transigir al deseo de otros hombres que luego no reconocían a sus bebés. Con 72 años, Rosario solo quiere utilizar el dinero de su herencia, al que tiene derecho, para poder atender a su marido, tapar agujeros y ayudar a alguno de sus tres hijos que está en paro, asegura.
“Siempre supe quién era mi padre, mi madre nunca me lo ocultó. Siempre me lo dijo, desde que me tuvo que dejar con mis abuelos para irse a Madrid a ganarse la vida. A mí me lo podía decir, luego, fuera, era otra cosa”, indica Rosario. Detrás de estos 11 años de lucha, subyace una forma poética de hacer justicia al desprecio de sus abuelos paternos, que dejaron a su madre en la calle cuando se enteraron de que estaba embarazada; al estigma de crecer sin padre —hasta que el marido de su madre le dio su apellido― en Écija, donde todos la llamaban la duquesita; a su propio dolor por no poder forjar su identidad porque debía ocultarla, y al desaire mostrado por sus hermanos cuando vino a reclamar lo que le correspondía.
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