Brad Pitt o cómo convertir la promoción de una película en una promoción personal
El actor ha resucitado su viejo ‘bromance’ con George Clooney con motivo de su nuevo filme, ‘Wolfs’, para controlar los daños producidos por su muy publicitada crisis familiar. Utilizar el altavoz de un gran estreno para hacer ‘marketing’ personal es algo cada vez más común en este Hollywood no muy alejado de los tiempos del ‘star system’
La última portada de la revista masculina GQ está dando que hablar. No es para menos. La protagonizan dos de las más grandes estrellas de la meca del cine. Esas que todavía pueden presumir de ser reconocidas en las calles de Nueva York, Varsovia o Kuala Lumpur. “Brad Pitt y George Clooney son los mejores amigos de Hollywood”, reza el simpático titular de la pieza que firma el periodista Zach Baron. Los actores están a punto de estrenar la película Wolfs, cuyo preestreno tendrá lugar en el Festival de Venecia, y en la que vuelven a trabajar juntos por primera vez después de Quemar después de leer, la película firmada por los hermanos Coen que se estrenó en 2008. Antes, Pitt y Clooney habían colaborado con un gran éxito de taquilla en la película Ocean’s Eleven y sus secuelas, y era habitual verles juntos y sonrientes en alfombras rojas y entregas de premios y escucharles hablar de su amistad en las entrevistas promocionales.
Pitt y Clooney tenían lo que se conoce como bromance, vocablo que surge de la unión de las palabras inglesas brother (hermano) y romance (romance). Una de esas amistades platónicas entre varones que tan maja resulta para la audiencia, y tan beneficiosa como herramienta de marketing para demostrar que Hollywood no es un lugar tan competitivo y feroz como lo pintan, y que los actores, al final, son gente corriente, como cualquiera de nosotros, aunque vuelen en jets privados. Precisamente ese bromance es el foco de la entrevista. Y esa es la otra razón por la que está dando que hablar en redes sociales, donde la charla se ha percibido como un nuevo intento de control de daños de Pitt, en plena crisis familiar y pública conforme sus propios hijos van renunciando, uno por uno, a su apellido tras su agria separación de Angelina Jolie.
En la entrevista, los actores hablan de Cary Grant, de Gregory Peck o de Robert Redford, situándose como herederos de las otras grandes estrellas de la industria. Hablan de los grandes estudios de antes, como la Paramount, con admiración y nostalgia, pese a estar presentando una película producida por Apple Studios, recuerdan juntos sus primeros éxitos y charlan sobre el peso de la fama. Todo es buen rollo, complicidad, camaradería y experiencia compartida. Todo es viejo Hollywood. Y toda la charla tiene lugar, precisamente, en el Château Miraval, el viñedo de Pitt en Francia que se encuentra en el centro de la disputa con su exmujer y madre de esos seis hijos con los que ya no tiene relación.
Y es que nada de lo que sucede en Hollywood es casual. Menos todavía cuando se trata de estrellas del nivel de Pitt. Fue precisamente él quien contrató al experto en gestión de crisis Matthew Hiltzik inmediatamente después de que la actriz pidiera el divorcio en 2016. Entre sus clientes también se encuentra Johnny Depp, quien le contrató para enfrentarse a su exmujer, Amber Heard, en el juicio. Desde el momento en el que el experto en gestión de crisis entró en su vida, Brad Pitt ha enfocado todas sus entrevistas siguiendo el mismo esquema. Primero, atajando su pasado, enturbiado por un problema de alcoholismo que el actor presume haber superado (incluso en la más reciente habla de Alcohólicos Anónimos y de su camino a la sobriedad), para después focalizarse en su carrera como productor (está detrás de películas como Moonlight o 12 años de esclavitud) y como actor. Dos ámbitos en los que, eso sí, tiene una trayectoria del todo intachable.
La gestión de Hiltzik estaba siendo impecable hasta la fecha. A pesar de las turbias acusaciones de Jolie, nada o muy poco ha salpicado al hombre más deseado de Hollywood en los últimos años. Medios tan populares como TMZ, Us Weekly, Daily Mail o People compraron, en infinitas ocasiones, su historia de redención. Tal y como expuso la periodista Anne Helen Petersen en su popular boletín Culture Study tras analizar la ingente cantidad de información sobre la pareja que antes fue conocida como Brangelina: “TMZ calificó la contrademanda de Jolie como una ‘campaña de desprestigio’, alegando que ella había ’envenenado a los niños contra Brad’. La revista también destacó que, según una ‘fuente cercana a Pitt’, el actor cenaba con sus hijos más pequeños cada vez que estaban en Los Ángeles”. El problema reciente, como apuntaba la periodista, es que sus hijos están renegando de su padre de forma pública y explícita, y que, desde hace años, no se les ha fotografiado en su compañía, por lo que la versión de Pitt comenzaba a caer por su propio peso.
Frente a eso, nada mejor que resucitar una amistad duradera y varonil entre dos actores consagrados para hablar de cine y actores. Lo de Pitt, posando sonriente y despreocupado junto a su mejor amigo desde el viñedo francés en el que se casó con Jolie, más que promoción de la película es una promoción de sí mismo.
El paradigma puede haber cambiado, pero no queda tan lejos de la Época Dorada, donde los grandes beneficiarios del talento de aquellos actores eran los cinco estudios que los controlaban. Entre los años veinte y sesenta del pasado siglo, los estudios tenían la capacidad de convertir a alguien en una gran estrella, pero debía pagar un precio. Muchos de los requisitos para estar dentro del llamado star system son conocidos: los actores debían firmar contratos de exclusividad con los estudios que podían durar años, aunque el estudio decidiera no volver a darles trabajo tras haber tenido algún fracaso en taquilla. Tampoco tenían permitido rechazar los papeles que les ofrecían. A menudo, debían cambiarse incluso el nombre por otro más atractivo. Las mujeres, en muchas ocasiones, debían someterse a operaciones de cirugía estética. Por controlar, controlaban incluso sus vidas privadas, inventando romances inexistentes entre actores para favorecer la promoción de una película u obligando a actores homosexuales a casarse con mujeres, como fue el caso de Rock Hudson y Phyllis Gates. Todo por la fama, claro está.
Pero muchos de estos requisitos contractuales tenían como fin, también, controlar los daños derivados del comportamiento reprochable de muchos de sus intérpretes. Aunque este comportamiento reprochable estuviera marcado por la moral de los tiempos. Por ello había cláusulas sobre excursiones nocturnas o sobre promiscuidad. El juego de Hollywood era sencillo, entendible, y se firmaba por adelantado: compórtate como toca y serás una estrella.
Existe cierta controversia sobre cuál fue el momento exacto en el que terminó el star system. Suele establecerse hacia finales de los años sesenta, cuando la vieja guardia que controlaba Hollywood se renovó, la televisión comenzó a ser una serie competidora de las salas de cine y el público comenzó a buscar una mayor naturalidad, no solo en las actuaciones, sino en las estrellas a las que admiraban. Otra versión de los hechos es que el star system nunca acabó en realidad, sino que evolucionó. El control que antes habían tenido cinco grandes estudios se repartió, como una tarta, entre actores, agentes y agencias de representación, productores y publicistas. Y todo continuó exactamente igual que entonces.
El problema al que se enfrentan ahora las estrellas y superestrellas es que este control también quedó, aunque fuera en menor parte, en manos de los medios y el público. En los últimos tiempos, más que en ninguna otra época, debido al papel de las redes sociales. Tal y como explicaba Claire Dederer en su ensayo Monstruos: ¿Se puede separar al autor de su obra? (Ediciones Península, 2023): “La biografía solía ser algo que uno buscaba, anhelaba y perseguía activamente. Ahora cae sobre tu cabeza todo el día”. En este flujo de contenido constante es imposible escribir Brad Pitt en Google y leer únicamente sobre el estreno de la película con George Clooney. El control sobre lo que el público sabe y deja de saber ya no está en manos de cinco grandes estudios.
Por eso ya no basta con hacer una película, soportar una interminable jornada con la prensa y acudir a su premiere con la mejor de las sonrisas. Ahora los actores deben ser frescos y divertidos, generar muchísimo contenido, comer pollo frito picante, estar siempre on character y hacer bailecitos para TikTok para entretener a una audiencia que ya no se conforma con entrevistas en formato pregunta y respuesta. Basta recordar a Margot Robbie disfrazada durante un año entero de la muñeca Barbie para saber de lo que hablamos. Ni siquiera las más grandes estrellas de cine pueden liberarse de los efectos de la sobreinformación y del feed infinito de noticias. Qué otra cosa mejor que darle la vuelta a todo y utilizarlo para beneficio personal. Es lo que Hollywood ha hecho siempre. Y les ha salido muy rentable.
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