El eterno retorno de Enrique y Meghan, los duques de Sussex
Un año después del estreno del documental de Netflix en el que dieron su versión de la ruptura con la casa real británica, un juicio y un libro vuelven a poner en primera línea al matrimonio ‘exiliado’ en California
Cantaba el cómico estadounidense Jimmy Durante, que pasó en California la etapa más prolífica de su carrera, aquello de “¿nunca has tenido la sensación de que quieres irte... y a la vez la sensación de que quieres quedarte?”. Un año después del estreno del documental Harry & Meghan (Enrique y Meghan) en Netflix, seis capítulos en los que los Sussex expusieron su versión de la ruptura con la familia real británica que les llevó al exilio californiano, la pareja ha vuelto a irrumpir con revuelo en los tabloides británicos. Las razones son dos. En primer lugar, la batalla de Enrique de Inglaterra contra el Ministerio del Interior británico, por haberles retirado a él, a su esposa y a sus dos hijos la escolta oficial de la que gozan el resto de miembros de la casa real. Y en segundo lugar, el nuevo libro del periodista de cabecera de la pareja, Omid Scobie, Endgame. Inside the Royal Family and the Monarchy’s Fight for Survival (Juego Final. Dentro de la familia real y la lucha de la monarquía por la supervivencia), cuya edición en neerlandés tuvo que ser retirada abruptamente de las librerías porque señalaba expresamente —por un “error” de la editorial del que el autor negó cualquier responsabilidad— a los dos miembros de los Windsor que, según denunció Markle en su ya famosa entrevista con la presentadora estadounidense Oprah Winfrey, habían expresado su curiosidad por saber el color de piel que tendría Archie, el primogénito de los Sussex.
En un principio, ningún medio británico quiso publicar los nombres que media Holanda conocía ya, y que periódicos estadounidenses como el The New York Times no habían tenido problema alguno en revelar. Fue el periodista y presentador Piers Morgan, cuya particular vendetta con la pareja provocó su expulsión de la cadena ITV hace ya más de un año, quien rompió el tabú en su programa de la emisora GB News. Eran, señaló, el rey Carlos III y Catalina, la princesa de Gales.
Si durante el último año se había establecido una cierta tregua-calma entre los Sussex y el resto de la familia, en la que la ciudadanía y los medios parecían cansados ya de la batalla, y ambas partes resignadas a un distanciamiento civilizado, el resurgir de las acusaciones de racismo ha reavivado la tensión y la atención de los tabloides y de la prensa británica más convencional. “Con su poder en declive, no sorprende que los Sussex hubieran dejado correr la idea de que una invitación para pasar las Navidades con el resto de la familia en Sandringham [una de las residencias del rey] habría sido bien acogida”, ironizaba en el Daily Telegraph una de sus columnistas estrella, Allison Pearson. “Ya se pueden ir olvidando. Al publicar esos dos nombres de la realeza, Omid Scobie ha triturado la perspectiva de un reencuentro. Es la guerra (...) El libro se llama Juego Final. La Lucha de la Monarquía por la Supervivencia. Ya sabemos contra quién lucha la monarquía. Y solo puede haber un ganador”, sentenciaba Pearson.
“Sentirse en casa” en el Reino Unido
Desde la distancia californiana —no se ha desplazado esta vez hasta Londres—, el príncipe Enrique se ha embarcado en su enésima batalla judicial. En esta ocasión, contra el Ministerio del Interior. Acusa a este departamento gubernamental de poner en riesgo la seguridad de sus hijos al haber retirado a los Sussex la escolta permanente de la que gozan el resto de los Windsor, desde el momento en que dejaron de tener función oficial como miembros de la familia real a principios de 2020, por decisión de Isabel II.
“El Reino Unido es mi hogar. El Reino Unido es central en el legado familiar de mis hijos, y un lugar donde quiero que se sientan como en casa tanto como se sienten ahora donde viven en Estados Unidos. Y eso no es posible si no puedo mantenerles seguros cuando están en suelo británico”, aseguraba Enrique a través de una declaración escrita que leía ante el tribunal su abogada Shaheed Fatima, musulmana practicante que no se desprende nunca de su hiyab (el velo con el que cubre su cabeza), especializada en Derecho Internacional Público y Privado. “No puedo poner a mi mujer en peligro de ese modo, y dadas mis experiencias vitales, también me resisto a poner mi propia seguridad en riesgo”, decía Enrique.
Esa sensación de querer marcharse... y de no querer irse. En parte fomentada y aireada por los propios Sussex o sus aliados, como el periodista Scobie, pero también jaleada por los tabloides, que nunca pueden evitar la tentación de estimular la refriega, en un juego de acción-reacción-acción entre las partes enfrentadas. La prensa conservadora, escandalizada ante las acusaciones de racismo contra el monarca ―se niegan a aceptar que la publicación fuera un accidente—, celebraba la aparente decisión de Hugh Grosvenor, el duque de Westminster, y de su prometida Olivia Henson, de no invitar a su boda, el próximo junio en la catedral de Chester, a Enrique y Meghan. Es casi seguro que asistirán los reyes Carlos y Camila, y los príncipes de Gales, Guillermo y Catalina. “La exclusión de Enrique y Meghan supone un golpe muy duro para la pareja, porque Grosvenor es alguien muy cercano a Enrique, que llegó a ser padrino del hijo de los Sussex, Archie. Es el único amigo que tanto Enrique como su hermano Guillermo eligieron para que apadrinara a sus hijos”, escribía la redactora jefa de asuntos de la realeza del diario The Times, Roya Nikkhah.
La decisión del duque de Westminster, explicaban los medios, era la única apropiada en la situación actual para no enturbiar aún más los conflictos internos de los Windsor. Sin embargo, los Sussex tardaban poco en filtrar, a través de aliados de su entorno, que la decisión de no ir al enlace del mayor terrateniente del Reino Unido había sido suya. Enrique, según cuenta la página web Page Six, recibió la invitación “hace unos meses” y llamó personalmente a su amigo Hugh para explicarle que sería muy rara su presencia en el evento. En definitiva, que no iba porque no quería. Estar y no estar, en un eterno retorno.
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