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Tamara Falcó: “Tengo una aplicación en el móvil para encontrar misas allá donde voy”

Tras haber sido la protagonista de la crónica social este 2023, la marquesa de Griñón estrena nuevo rumbo vital alejada del centro de Madrid y los ‘paparazi’. Con ella hablamos de su papel como sucesora de Isabel Preysler en la prensa rosa y los anhelos de maternidad con su marido, “un milagro de Navidad”

Tamara Falcó, en el cóctel celebrado por la marca de 'champagne' Moët & Chandon en el hotel Ritz, en Madrid.
Tamara Falcó, en el cóctel celebrado por la marca de 'champagne' Moët & Chandon en el hotel Ritz, en Madrid.Samuel Sánchez

Para Tamara Falcó (Madrid, 42 años), las Navidades empiezan el 20 de noviembre, el día de su cumpleaños. “Mi madre esperaba hasta entonces para poner el árbol y decorar la casa, que siempre resulta bastante trabajoso. Es muy divertido y parte de la tradición que nos juntemos todos para ayudar”, corrobora la marquesa de Griñón, fan declarada de estas fechas desde la infancia, cuando el sonido de los villancicos suponía también el regreso de sus hermanos desde Estados Unidos. “Recuerdo con especial ilusión un año en el que nevó en Madrid y mi hermano Enrique me despertó para que viéramos la nieve juntos. Él siempre mira las cosas como si fuera un niño pequeño… Bueno, en realidad la mayoría de las personas en casa lo hacemos”, añade entre risas.

Es precisamente esa mirada espontánea uno de los rasgos más característicos de quien se erige hoy como la reina de la esfera pública, una máquina mediática capaz de cerrar un acuerdo económico histórico por la exclusiva de su boda con Íñigo Onieva este pasado verano y de representar a media docena de marcas que confían en ella como imagen. Cuando acabe la charla con EL PAÍS, realizada en la suite de un exclusivo hotel madrileño con vistas al Museo del Prado, Falcó ejercerá como estrella más esperada del cóctel celebrado por la marca de champagne Moët & Chandon, un cónclave de actores de éxito, modelos internacionales e influencers con millones de seguidores. Para la ocasión apuesta por un traje sastre de lentejuelas azul de su propia colección de moda, que monopolizará al día siguiente las webs de las revistas especializadas. La heredera de Isabel Preysler al trono del papel cuché abraza su estatus: “Cuando volví de estudiar en Chicago me chocó que se supieran tantas cosas sobre mí, pero al tener una madre que formaba parte del foco mediático tenía un referente. Ahora la gente se interesa más por mí, pero imagino que eso también caerá. No me preocupa dejar de estar de moda, lo importante es que yo me siga reconociendo”.

Hasta la fecha, su capacidad para crear titulares permanece intacta. En los últimos días, la socialité ha sido noticia por la presentación pública de su nuevo ático en el barrio madrileño de Puerta de Hierro. “Mudarme me ha permitido cambiar el ritmo de vida”, argumenta, “me encantaba vivir en el centro, pero tener una alcachofa todo el tiempo en mi casa, hasta cuando paseaba al perro, resultaba muy estresante. Entiendo que están haciendo su trabajo, pero algunos periodistas deberían plantearse que las personas merecemos una dignidad”. Dice que este verano, en el que ha disfrutado de dos meses de descanso entre la luna de miel y las posteriores vacaciones, ha podido apreciar “la suerte de tener tiempo”. “Me encanta la vida contemplativa, ir muy lento, la slow life. A mí encanta leer, por ejemplo, pero no leo porque estoy todo el rato de aquí para allá”, reconoce.

Tamara Falcó, en el hotel Ritz, en Madrid.
Tamara Falcó, en el hotel Ritz, en Madrid. Samuel Sánchez

La mejor prueba del frenesí que embarga su rutina es que, hace solo un año, la aristócrata estaba soltera tras haber roto con su prometido después de que se publicaran unas imágenes comprometedoras de Onieva con otra mujer en un festival de música. Fue durante la misa del gallo, una cita imprescindible cada Navidad para ella, cuando apostó por la reconciliación con su actual esposo. “Recuerdo dejar ir ese dolor, pensar que la noche de paz era un buen momento para dejar todos los rencores y resquemores. Fue un milagro de Navidad, una Nochebuena muy especial porque tampoco sabía si Íñigo me iba a contestar al mensaje y porque fuimos primero a misa a dos iglesias que ya estaban cerradas. Esa noche me cambió la vida”. Tan fiel es a la misa que, aunque este año vaya a celebrar la festividad junto a su hermana Chábeli en Miami, ya conoce a qué parroquia acudirá el próximo día 24: “No hay razón para saltársela. Además, tengo una aplicación en el móvil, Horarios de Misa, que funciona fenomenal y me encuentra misas allá donde voy. Antes lo miraba en Misas.org, pero perdí la clave”.

Tamará Falcó no pierde la sonrisa en ningún momento de la charla. Se muestra celosa de su imagen mientras posa, pero deja que sus respuestas fluyan despreocupadas, tomándose el tiempo necesario para encontrar la palabra adecuada en cada una. No veta ningún asunto ni mira el móvil en señal de prisa, aunque su presencia en el photocall ya urge en ese punto de la noche. Tan interiorizado tiene el oficio de celebrity que admite resignada que un tema tan íntimo como los rumores de embarazo sea carne del debate público día sí, día también. ¿No le afecta la presión? “No, porque es bastante típico. Primero te preguntan que cuándo vas a tener novio, luego que cuándo te vas a casar… Siempre hay un siguiente hito”. En palabras de la empresaria: “Si Dios quiere que me quede embarazada y tenga un hijo, lo tendré. Lo estamos intentando, pero, si no viene, ya veremos qué hacemos, no descartamos nada. No es fácil hoy en día ni para los hombres ni para las mujeres. La OMS ha tenido que bajar el nivel de calidad del esperma porque el hombre actual no llegaba a los mínimos anteriores: estamos tan llenos de pesticidas, de polución, de estrés…”.

La naturalidad brutal que despliega la ha hecho merecedora de una silla en El hormiguero, el programa que terminó de expandir su proyección como personaje popular tras su triunfo en Masterchef Celebrity. Una tertulia política en la que Falcó dice dar su versión “respetuosa y tolerante” de la actualidad, sin importarle las críticas que pueda granjearle a nivel mediático. “Muchas veces me meto en líos porque no tengo miedo en dar mi opinión. Tampoco leo lo que dicen porque si me metiera en Twitter me amargaría la existencia”, manifiesta. Ella reivindica su papel en la mesa: “Digo lo que pienso como ciudadana y como persona, sé que no lo sé todo y que habrá a quienes no les guste, pero pregunto cosas que mucha gente tampoco las sabe”.

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