Mesas en agosto
Vestir una mesa siempre se ha considerado un arte. Y desnudarse en público, un arte o una forma de reivindicación. Es lo que ha pasado estos días con Eva Amaral durante un concierto
Uno de los temas de esta semana de agosto ha sido la constitución de la Mesa del Congreso. Como estoy disfrutando parte de este mes en compañía de mi padre y mis hermanos en Caracas, mi ciudad de origen, he tenido tiempo de observar cómo se resuelven esos problemas en estas latitudes tropicales. En los restaurantes de Caracas, lo más importante no es tanto sentarse, sino saber disfrutar del interminable paseo entre las mesas, que aquí sustituye la costumbre española del aperitivo, y que recibe el nombre de saludadera. Es un deporte en esta capital, un pelín enervante para el visitante hambriento porque tiene principio, pero no fin.
La saludadera no solo sirve para establecer tu índice de popularidad, también se emplea para recabar la máxima información posible en ese arbitrario arco temporal. La pregunta inicial son en realidad dos: “¿Cuándo llegaste?”, y antes de que puedas responderla ya viene la siguiente: “¿Cuándo te vas?”. Un hábito extraordinario del caraqueño que desnuda su caprichosa forma de socializar. Pese a esa arbitrariedad, Caracas ofrece muchas maneras de organizar una mesa. Por ejemplo, no pasa nada si en un lado hay solo mujeres y enfrente, solo hombres. Y cuando entre los invitados se podría crear conflicto por compartir una misma mesa, no hay problema. Se hacen dos. Una solución que creo que sería ideal aplicar en el Congreso si fuera necesario. Si no es posible organizar una mesa, siempre se pueden poner dos.
Caracas parece despertar de una pesadilla y es ahora una ciudad más relajada, si no fuera por el incesante alboroto de las guacharacas, unas aves tropicales con un áspero graznar, agudo y machacón. Arranca al amanecer y disminuye al atardecer, cuando pareciera que marchan afónicas, hacia la verde montaña de El Ávila en busca de descanso durante la noche húmeda y templada. En la mayoría de las cenas se habla mal de la costumbre de cenar en restaurantes. “En Caracas, donde se come mejor es en las casas. Los restaurantes son para dejarte ver y sentirte incómodo, por lo que te obligan a pagar”, escuché. Nunca está en el menú tocar ningún tema que pueda alborotar el avispero político.
Vestir una mesa siempre se ha considerado un arte. Y desnudarse en público, un arte o una forma de reivindicación. Es lo que ha pasado estos días con Eva Amaral durante un concierto. Por supuesto que lo celebro, yo lo hice hace años en las noches de Crónicas marcianas. Es verdad que con cierto punto narcisista, pero siempre confié en que ese exhibicionismo tendría un buen recorrido. En mi caso sirvió también para convertir una pequeña patología (el exhibicionismo) en una fuente de ingresos. En el de Eva, esta semana, para cambiarle el rostro al discurso censurador y pacato de los políticos conservadores. Ambos casos me parecen necesarios. Estupendos y valientes. Eva, al desnudo, ha conseguido un brillante resultado.
Otro vestido que me gustaría resaltar, desde este trópico plagado de helechos, es el caftán color rojo vestido por la reina Margarita de Dinamarca para comprar en un mercadillo en el sur de Francia. Es el tipo de cosas que te reconcilian con Europa, su historia y su forma de ser. Margarita siempre ha sido muy suya, muy reina. Pinta, fuma y manda, fue de las primeras en enseñarnos la complicada maestría de hacerse mayor en público. Ese rojo de su caftán no puede reducirse a un nombre, podríamos definirlo como Rojo Escandinavo, en honor a su bandera, resalta bajo el sol provenzal. Margarita lo acompaña de un bolso de tela, tendencia cumbre de la sostenibilidad. Fantástica manera de comprar en un mercadillo de frutas y quesos. En el fondo es a lo que se reduce casi todo: la Mesa. Desnudarte en público para reivindicar una visión. Comprender la voz de las guacharacas. Agosto es un mercadillo; la vida, una mesa.
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