La princesa Mako se reencuentra después de tres años con el hombre por el que ha rechazado un millón de euros
Mako de Japón se casa y renuncia oficialmente el próximo martes a su título, convirtiéndose en la primera integrante de la familia imperial nipona que rompe con la tradición desde la II Guerra Mundial
Érase una vez una princesa que no tenía la aspiración de ser rescatada por un príncipe azul. Mako de Akishino lleva cuatro años lidiando con el incesante bombardeo mediático y la oposición de los sectores más tradicionalistas por haberse dejado llevar por un amor verdadero que, en su caso, tiene nombre y apellido y no presume de un título real. La sobrina mayor del emperador Naruhito se casará el 26 de octubre con Kei Komuro, su novio de la universidad, y se convertirá en la primera princesa nipona en tiempos modernos que rompe con la tradición: no habrá ceremonia sintoísta y renunciará a la dote de más de un millón de euros destinada a las mujeres de la familia imperial que abandonan la institución al contraer nupcias con un ciudadano común. Formalizada la unión, el matrimonio se marchará del país para asentarse en Nueva York en busca de una nueva vida.
Mucho ha llovido desde aquella aparición pública de dos jóvenes sonrientes que anunciaban con ilusión y complicidad su futuro enlace, allá por septiembre de 2017. La princesa Mako, que este sábado celebra su 30º cumpleaños, conoció hace nueve años al que es hoy su prometido, cuando ambos estudiaban en la Universidad Internacional Católica de Tokio. Komuro le pidió matrimonio en 2013, cuatro años antes de que dejase de ser un secreto. Pero la boda, originalmente prevista para el 4 de noviembre de 2018, se pospuso para 2020 previendo “que la pareja pudiese realizar los preparativos pertinentes”.
El verdadero motivo del retraso era que la madre del novio, Kayo, debía unos 30.000 euros a su expareja; ella afirmaba que se trató de un regalo y él, de un préstamo. El escándalo y el hecho de que por las venas del prometido de la princesa no corre sangre azul ocuparon titulares que contribuyeron a espolear cierto desdén de una parte muy conservadora del pueblo japonés y que, según confirmó a principios de este mes la Agencia de la Casa Imperial, han provocado que la propia Mako sufra trastorno por estrés postraumático. En agosto de 2018, Komuro se mudó a Nueva York para estudiar en la Facultad de Derecho de la Universidad Fordham, donde ha residido desde entonces.
Pero la larga espera de la pareja parece, esta vez sí, llegar a su fin. La versión nipona del tándem Enrique-Meghan se reencontró el lunes por primera vez en tres años y a tan solo una semana de contraer matrimonio. La reunión tuvo lugar en Akasaka, residencia familiar del príncipe heredero Fumihito y la princesa Kiko. Vestido de traje y corbata, Komuro hizo acto de presencia sin rastro de la coleta con la que aterrizó en Japón a finales de septiembre, un peinado que, como era de esperar, no pasó inadvertido en los foros más frívolos de las redes sociales. Según informa el periódico Japan Times, más de 60 periodistas y fotógrafos, así como cientos de curiosos, se congregaron para asistir a una cita muy publicitada que se había postergado debido a que el novio tenía que cumplir cuarentena.
De acuerdo con el rotativo local Asahi Shimbun, durante el encuentro de tres horas y media, Komuro, de 30 años, relató a sus futuros suegros cómo es su vida en Manhattan, donde se trasladará la pareja en diciembre, cuando también conocerá el resultado del examen oficial para ejercer la abogacía en territorio estadounidense. En las páginas del diario, además, se añade que probablemente también aclaró la resolución de los problemas económicos de su madre.
Un día antes del encuentro, Mako asistió, por última vez en calidad de miembro de la familia real, al ritual Kannamesai, que consiste en realizar una ofrenda por la nueva cosecha de arroz en el santuario Kashikodokoro, ubicado en el Palacio Imperial. El martes regresó a visitar sola este templo dedicado a la diosa del sol Amaterasu, además de otros dos localizados en el mismo complejo palaciego, en los que veneró a sus ancestros, y rezó a las deidades del cielo y la tierra.
La Agencia de la Casa Imperial ha notificado que la princesa tiene previsto, como dicta la tradición, informar formalmente de sus planes de matrimonio a su tío, el emperador Naruhito, y a su mujer, la emperatriz Masako, este viernes y, el lunes, reunirse con sus abuelos, los emperadores eméritos Akihito y Michiko.
El gran día, sin embargo, estará exento de toda la pompa que rodea a este tipo de eventos reales: será la primera boda civil de un miembro de la familia imperial desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Varios medios de comunicación del país señalan que Fumihito, quien bendijo públicamente durante su 55º cumpleaños la polémica unión, considera que una ceremonia tradicional bajo el rito sintoísta no tiene cabida si un segmento de la sociedad se opone al enlace. A pesar de que la hija mayor del príncipe heredero no puede acceder al Trono del Crisantemo por ser mujer, las facciones más conservadoras no aceptan que abandone el árbol genealógico de la dinastía Yamato para casarse con alguien que, en este antiquísimo argot que se resiste a pasar de moda, se etiqueta de plebeyo.
Una vez que la pareja legalice el matrimonio en el registro civil tokiota el 26 de octubre, Mako perderá su estatus real y abandonará la residencia de Akasaka, donde también se despedirá de sus joyas imperiales. La princesa tendrá que desprenderse, entre otras alhajas, de la tiara tallada exclusivamente con diamantes que recibió hace una década, cuando cumplió la mayoría de edad (hasta este año, en Japón se alcanzaba con 20 años; ahora, con 18), y que ha mostrado desde entonces en las recepciones anuales de Año Nuevo y otros actos oficiales. Realizada por la firma nacional Wako, presenta un diseño floral y recuerda a la de lirios que su madre llevó en su boda.
Mako pasará a los libros de historia, además, de por ser la única mujer de la familia imperial que ha renunciado al monto de 152,5 millones de yenes (casi 1,2 millones de euros) que le corresponde por abandonar la institución tras desposarse con una persona ajena a la realeza. Se espera que la pareja conceda una rueda de prensa en un hotel de la capital el día después de la ceremonia, la primera en casi cuatro años.
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