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Japón valora una reforma del sistema de sucesión de la casa imperial para que las mujeres no tengan que abandonarla al casarse

El Gobierno valora dos vías para atajar la crisis dinástica: permitir que las mujeres mantengan la continuidad dinástica tras unirse a un hombre ajeno a la realeza y abrir la puerta a la adopción de un varón que comparta vínculos sanguíneos con los ancestros de la familia real actual

Las princesas Akishino, Mako y Kako saludan a la gente congregada ante el palacio imperial de Tokio, el 2 de enero de 2020.
Las princesas Akishino, Mako y Kako saludan a la gente congregada ante el palacio imperial de Tokio, el 2 de enero de 2020.Yichuan Cao (Cordon Press)

La —para algunos— tan ansiada reforma del sistema de sucesión de la casa imperial japonesa podría vislumbrarse un poco más cerca en el horizonte. Cómo preservar la continuidad dinástica vuelve a ocupar titulares en el país del sol naciente después de que la semana pasada se anunciase que la princesa Mako, sobrina del emperador Naruhito y primogénita del príncipe heredero Fumihito, se casará con su novio Kei Komuro a finales de este año, lo que la convertirá en una ciudadana común.

Según informa la agencia local de noticias Kyodo, el Gobierno nipón está valorando permitir que las mujeres de la familia imperial preserven su estatus incluso si se casan con un varón que no pertenezca a la realeza, lo que en este distinguidísimo argot se etiqueta de plebeyo. De esta manera, se abriría la puerta a que ellas continuasen alargando la rama a la que pertenecen en la familia imperial en lugar de abandonarla, como están obligadas a hacer desde mediados del siglo pasado.

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Tras la promulgación de la Constitución de 1947, impuesta por los estadounidenses después de la derrota de Japón en la II Guerra Mundial, se suprimieron los títulos aristocráticos de los miembros de once familias cuyos integrantes no eran descendientes por el linaje paterno del emperador Taisho (1912-1926). En un esfuerzo por limitar la pertenencia a la casa imperial a un colectivo aún más selecto, se estipuló que solo podrían ascender al trono del Crisantemo los hombres en la línea de sucesión masculina, que las princesas deberían adoptar el título o el apellido de su esposo (perdiendo así su posición real al casarse con un varón por cuyas venas no corre sangre azul) y que ni el emperador ni los miembros de la familia imperial podrían adoptar un heredero.

El árbol genealógico de la familia imperial japonesa se compone actualmente de la estirpe del emperador Naruhito y de otras cuatro ramas: la de su padre, el emperador emérito Akihito; la de su hermano menor, el príncipe heredero Fumihito; la de su tío, el príncipe Masahito; y la del primo de su padre, el difunto príncipe Norihito. De los 18 miembros imperiales, incluido Akihito, de 87 años, y la emperatriz Michiko, de 86, —quienes ya no desempeñan funciones oficiales—, 13 son mujeres y tan solo tres hombres cumplen con las condiciones de ser emperador. Uno, Fumihito, de 55 años; otro, Masahito, de 85.

Las esperanzas del porvenir del linaje están depositadas pues en un adolescente que cumplió el lunes 15 primaveras, el príncipe Hisahito, hijo menor del heredero. Su nacimiento, el primero de un varón en la familia desde que en 1965 naciera su padre, se tomó por los sectores más conservadores como una señal divina de que la tradición debía quedar inalterada y relegó a un segundísimo plano el debate iniciado en 2005 para que las mujeres tuvieran derecho a convertirse en emperatrices.

El príncipe Hisahito y su padre, Akishino, en su casa de Tokio, en unas imágenes difundidas para conmemorar los 15 años del joven príncipe.
El príncipe Hisahito y su padre, Akishino, en su casa de Tokio, en unas imágenes difundidas para conmemorar los 15 años del joven príncipe.HANDOUT (AP)

El reciente anuncio de que su hermana Mako, la primogénita de Fumihito, renunciará a su estatus imperial a finales de este calendario ha aumentado, sin embargo, la presión sobre el Ejecutivo japonés para atajar la crisis de sucesión de la dinastía. La agencia Kyodo informa que, desde mediados de julio, un panel ministerial de expertos ha presentado dos posibles soluciones. Voces progresistas critican que, la que debería ser la iniciativa más lógica, abolir la ley sálica, no figura entre ellas.

En el informe provisional al que ha tenido acceso Kyodo, se menciona, por un lado, permitir que las mujeres continúen dentro del linaje después de desposarse con los denominados plebeyos y, por otro, abrir la puerta a la adopción de un varón heredero que guarde vínculos sanguíneos con aquellas ramas de la familia imperial que fueron despojadas de sus títulos en 1947.

La primera opción permitiría que la única hija del emperador Naruhito, la princesa Aiko, de 19 años, y las dos hijas del príncipe heredero, Mako, que cumple 30 en octubre, y Kako, de 26, mantengan sus títulos tras contraer matrimonio. “Si no aseguramos un cierto número de miembros de la familia imperial de esta manera, no habrá suficientes personas de la realeza con derecho a apoyar al príncipe Hisahito en sus labores”, explica una fuente cercana al Gobierno que recoge la agencia Kyodo. De hecho, en el caso de que continúen las restricciones vigentes, si sus hermanas y sus primas renunciasen a sus títulos por amor, recaería sobre Hisahito una carga colosal: únicamente él y su hipotética familia —asumiendo que se case y tenga descendencia— tendrían que hacerse cargo de todas las tareas de la dinastía Yamato.

Para contentar a las facciones más conservadoras del panel, el citado texto recoge que se ha excluido la posibilidad de que las mujeres establezcan su propia rama familiar tras contraer matrimonio y que probablemente no se concederá estatus privilegiado ni a sus maridos ni a sus hijos, lo que cierra de un portazo la vía del matrilinaje.

La segunda alternativa sobre la mesa es modificar la ley para admitir la adopción. El príncipe Masahito, de 85 años, y su esposa, la princesa Hanako, de 81, figuran como primeros en la lista para explorar dicha senda. A este matrimonio sin hijos solo se les permitiría adoptar a un joven varón descendiente de una de las antiguas familias aristocráticas bajo el pretexto de que esos posibles herederos comparten ancestros con la familia imperial actual y que, de esta manera, se protegerá el “estatus real” de su estirpe.

A pesar de que las encuestas dan una amplia mayoría (el 85% según la última publicada por Kyodo en primavera) a la opción de permitir que una emperatriz ocupe el trono del Crisantemo, los segmentos de la población que aún simpatizan con este orden dinástico se oponen a esa idea alegando que se “destruiría” una línea de sucesión de hombres que ha resultado ser inquebrantable durante dos milenios.

La casa imperial japonesa presume de ser la monarquía más antigua del mundo que goza de continuidad. Se cree que Naruhito es el 126º emperador de la dinastía Yamato, heredero de un linaje que se remonta a la fundación de la nación en el año 660 antes de nuestra era por el emperador Jimmu, quien, cuenta la leyenda, descendía directamente de la diosa del sol Amaterasu. Si esa línea se rompe, los más tradicionalistas temen que las generaciones venideras no entiendan la necesidad de un tenno, un “soberano del cielo”, encarnado en la Tierra por la figura del emperador.

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