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El difícil primer año de matrimonio de Justin Bieber y Hailey Baldwin

El cantante relata cómo sus guardaespaldas comprobaban por las noches si tenía pulso, su ego desmedido y que ha llegado a sentirse “vacío por dentro”

Justin Bieber en Nueva York, en octubre de 2020.
Justin Bieber en Nueva York, en octubre de 2020.TheImageDirect.com (GTRES)
El País

Solo tiene 27 años, pero Justin Bieber lleva media vida subido a un escenario y lidiando con las consecuencias de la fama. Desde que tenía 13, 14 años ha pisado estudios de grabación y entregas de premios, y ese mundo de dinero y poder combinado con una extrema juventud han dado unos frutos no siempre deseados. Los problemas de adicciones, la irritabilidad, los traumas, los miedos... se han hecho fuertes en el cantante canadiense. Y él mismo lo ha contado en alguna ocasión.

La última ha sido una sincera entrevista con la publicación GQ en su edición estadounidense, que ha publicado un amplio reportaje sobre el artista titulado La redención de Justin Bieber con declaraciones suyas. En ella Bieber confiesa que ahora es feliz, pero que no siempre ha sido así, ni siquiera en su matrimonio con Hailey Baldwin, con quien se casó en dos ceremonias, primero una pequeña civil y después otra con amigos y familiares, en septiembre de 2019. “El primer año de matrimonio fue muy duro porque había mucho detrás, un regreso a todos mis traumas”, explica a la revista. “Había una falta de confianza. Estaban todas esas cosas que no quieres admitir ante la persona con la que estás, porque dan miedo. No quieres asustarla diciendo: ‘Tengo miedo”.

Sin embargo, el entorno que conoce al músico afirma que Hailey Baldwin ha sido uno de los pilares para lograr crear al hombre en el que se ha convertido. Que ella le ha centrado, le ha hecho convertirse en adulto, le ha dado una vida normal, estabilidad, límites y rutinas. “Creamos momentos para nosotros como pareja, como familia, estamos construyendo recuerdos”, explica el cantante en la charla. “Y es muy bonito que tengamos eso como esperanza. Antes, no tenía nada por lo que tener esperanzas en mi vida. Mi hogar era inestable, de hecho no existía. No tenía a nadie realmente importante. Nadie a quien amar, nadie sobre quien llorar. Pero ahora lo tengo”.

Para esta nueva vida Bieber se ha apoyado en dos cosas: en su esposa y en su fe. Para él, la religión es fundamental. “Sigo confiando en lo que Dios dice y en lo que me dice a mí. Creo que me habla. No que se pueda escuchar. No es que oiga su voz de forma audible, no sé si a la gente le pasa [...], pero yo no le oigo. Es más como un empujón: ‘No hagas esto’. O: ‘Ponte límites”.

Esos límites de los que hablaba parecen más claros en esta etapa más madura de su vida. El consumo de drogas es una de esas cuestiones que había que frenar, dadas sus adicciones. Como se cuenta en el reportaje, llegó a un punto en el que por las noches sus guardaespaldas entraban en su habitación y comprobaban que tenía pulso, que aún seguía vivo. “Había una sensación de anhelo, de querer más”, explica sobre esos momentos bajos. “Es como si hubiese tenido todo ese éxito y todavía me sintiera como: ‘Sigo triste, sigo con dolor’. Y sigo teniendo esos problemas sin resolver. Pensé que el éxito iba a hacer que todo me saliera bien. Y entonces, para mí, las drogas fueron un agente adormecedor para poder seguir adelante“. Cuenta que estaba rodeado de mucha gente, pero que quería “escapar de la vida real”. “No creía que estuviéramos viviendo en el mundo real. Creo que eso llevó a muchas drogas”.

El chico que una vez quiso “ser la estrella más grande del mundo”, en sus propias palabras, reconoce que llegó a “perder el control” con respecto a su carrera. Tenía demasiada gente alrededor, muchas voces. “Estás intentando adivinar quién eres y tienes a un montón de gente diciéndote lo bueno que eres, lo increíble que eres... y empiezas a creértelo. Y el ego se instala. Y llegan las inseguridades. Y entonces empiezas a tratar a la gente de una cierta manera, a creerte superior y por encima de los demás. Y ahí toda una dinámica que va a la deriva. Un día me levanté y fue como: ‘¿Pero quién soy yo?’ No lo supe, y me asusté”. Eso le hizo preguntarse si en algún momento podría llegar a vivir una vida real. “¿Voy a ser un egoísta centrado en mí mismo que consigue mucho dinero y hace ese tipo de cosas, pero al final voy a acabar mi vida solo? ¿Quién quiere vivir así?”.

Todo aquello le hizo perder el control de su carrera. Reconoce que en una industria como la musical —y como tantas otras— “desafortunadamente hay gente que usa las inseguridades de los demás en su propio beneficio”. “Eso te enfada, y te conviertes en alguien encolerizado, con grandes sueños y el mundo te cabrea aún más, te hace ser alguien que no quieres ser. Y te levantas un día y tus relaciones se han ido a la mierda, eres infeliz y tienes éxito, pero te planteas. ‘¿Esto merece la pena si estoy vacío por dentro?”.

Cuenta que, pese a sufrir la enfermedad de Lyme, a pasar la mononucleosis y a haber tomado antidepresivos, ahora está mucho más sano y se centra en sanar en “la parte emocional”. Para él, el pasado ha quedado atrás. “No quiero que la vergüenza por mi pasado dicte lo que ahora soy capaz de hacer por los demás”, afirma, a sabiendas de que “mucha gente deja que su pasado les hunda, y no hace lo que quiere porque piensan que no son lo suficientemente buenos”. “Pero yo pienso: ‘Hice un montón de mierdas estúpidas, vale. Todavía valgo. Todavía puedo ayudar”.

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