La Fábrica de la Tele: el corazón y las tripas de Telecinco
La productora de Óscar Cornejo y Adrián Madrid, artífices de la docuserie sobre Rocío Carrasco, lidera horas de televisión, audiencias y críticas sobre las tramas de sus programas
Frente al exceso de información, el confinamiento, los documentales interesantes pero sesudos, el cine e incluso las series de ficción, existe una cadena en España que ha apostado por el entretenimiento, si se decide llamar así a rozar el paroxismo con cualquier fórmula televisiva que haga a los espectadores pasar las horas muertas desconectados del mundo real e inmersos hasta el infinito en las vidas de otros. La reina de los programas que han reinventado la información rosa es Telecinco y el proveedor por excelencia de sus éxitos de audiencia es la productora La Fábrica de la Tele, creada por Óscar Cornejo (49 años) y Adrián Madrid (51 años), un tarraconense y un zamorano que se conocieron en Aquí hay tomate, uno de los programas de sobremesa de más éxito y más criticados de la televisión en los años 2000.
El primero comenzó como cámara, pero su buen hacer le hizo ir escalando puestos hasta encontrarse a Adrián Madrid que era el director. En esas carambolas que da la vida y que sorprenden por lo insólito, el jefe, que no era otro que Madrid, exigió que el empleado, Cornejo, fuera nombrado también director. “Era una injusticia que no podía permitir”, explicó Adrián Madrid a este periódico a finales de 2014, “Óscar tenía el mismo nivel de implicación y trabajo que yo”. La televisión les unió y la televisión les ha convertido en inseparables y en hombres de negocios millonarios. Ahora su productora, madre de programas como Sálvame, Sábado Deluxe, Socialité, Hormigas Blancas o Todo es mentira, también es la autora de dos pelotazos de audiencia: Cantora, la herencia envenenada y la docuserie Rocío, contar la verdad para seguir viva. Con 3,7 millones de espectadores y un 33,2% de cuota de pantalla en su primera emisión, ha conseguido desplazar del foco a Isabel Pantoja y su familia y situar en él a otro clan conocido, el de Rocío Jurado. La protagonista es su hija, Rocío Carrasco, y su silencio de 25 años, pero en la órbita del aún indeterminado número de capítulos en los que desnudará su vida, sus miedos, mutismos y traumas girarán inevitablemente su exmarido, Antonio David Flores, sus hijos, tíos, y los hermanos que adoptó su madre junto al torero José Ortega Cano.
El año 2020 no fue fácil para la televisión y las productoras han vivido el reto constante de qué hacer en mitad de una pandemia. La Fábrica de la Tele ya había encontrado entonces el santo grial del éxito y se situó, con un 17,4% del total de la producción española, en la segunda posición entre las productoras con más horas en antena debido principalmente a formatos diarios de larga duración. Sálvame, con cinco horas diarias de emisión, y Sábado Deluxe son sus niños mimados, pero estos nuevos formatos —que expertos en televisión afirman que enmascaran exclusivas y seriales tipo reality bajo la denominación de documental— son los nuevos partos que han llegado para quedarse y hacer felices a sus hiperactivos padres.
Los forofos de la fórmula no dudan en desgranar razones para aplaudir sus logros. “Generan tensión”, “saben utilizar el lenguaje audiovisual”, “han reinventado la crónica rosa de forma autodidacta”, son algunas de las frases que aportan quienes conocen por dentro La Fábrica de la Tele, pero por razones obvias no quieren desvelar su identidad. No tiene reparo en hacerlo Diana Aller, guionista y crítica de televisión, que además ha colaborado en distintas ocasiones con la productora: “No se centran en una información complaciente y utilizan el lenguaje audiovisual desde el lugar opuesto a la crónica social tradicional: nada es tan rosa en los famosos, hay rupturas, ruinas, escándalos, líos de familia. La crudeza y la tensión son su forma de narrativa y la utilizan para vender el producto, y lo hacen muy bien”.
En la productora —explican quienes conocen su funcionamiento— la organización interna va en horizontal. Cornejo y Madrid conocen los nombres de empleados y colaboradores y se escuchan todas las propuestas, hasta las más descabelladas. La filosofía que impera es que hasta de la idea más absurda puede salir algo bueno para un programa. Así han ido rompiendo moldes. Han dejado de proteger a sus propios colaboradores, como hacen otros, para convertirlos en parte de un engranaje en el que sus vidas y miserias son también protagonistas y han desnudado de glamur a esos seres que antes solo mostraban su vida de color de rosa en las revistas del género. Las claves de la fórmula son tan sutiles como sencillas: tocar la tecla emocional del espectador y acercarse a él rompiendo la barrera que separa el salón de sus casas del plató de televisión. Los famosos ya no son seres etéreos de vidas idílicas ni sus problemas son muy diferentes de los de muchos espectadores que los contemplan adictos desde su sillón en primera fila. Dicen que hasta los famosos que no quieren entrar en el juego y reniegan del formato de vez en cuando facilitan información para que se siga hablando de ellos.
Sin embargo, lo que es escuela para unos, es objeto de crítica para otros. Un efecto colateral que se achaca a esas fórmulas que cultivan los extremos y que conllevan la polarización del espectador, es que éste, incapaz de manejar la escala de los grises, termina viendo víctimas o verdugos. El filósofo y ensayista Javier Gomá afirma que “cotillear y juzgar el comportamiento de otro está en la condición humana”. “No nos interesa la mentira, sino el mentiroso o el sincero”, añade, “lo que ocurre es que los nuevos reality shows aportan un surtido de personas de lo más variado sobre las que aplicar ese apetito voraz de juzgar vidas”. A su juicio se está produciendo una “espectacularización de la sociedad, una transformación del entretenimiento en un espectáculo con permanentes giros de guion para mantener viva una atención siempre sedienta”.
Aún más crítica se muestra Emelina Fernández, doctora en Comunicación Audiovisual y expresidenta del Consejo Audiovisual de Andalucía. “Han conseguido hacer un circo mediático de todas las relaciones humanas”, argumenta Fernández, “sacar lo peor de cualquier relación, lo más básico, y venderlo con éxito en un envoltorio propio”. Hay casos y grados, pero en algunos esta experta considera que se rebasan los límites y recurren a “una puesta en escena absolutamente rechazable para convertir un tema en espectáculo y hacer, que una sociedad sin suficientes elementos de juicio, se posicione de un lado o de otro”.
Después, la retroalimentación de la polémica en otros programas del mismo medio hace el trabajo de altavoz hasta que surge el siguiente tema. Emelina Fernández afirma que “hay que tomar conciencia de que la televisión es un medio muy potente para transmitir conciencia, respeto y con algunos de estos programas los valores que necesita una sociedad saltan por los aires”.
Tanto los responsables de La Fábrica de la Tele como los de Mediaset han rechazado, en esta ocasión, hablar con EL PAÍS. Remiten a su web, donde se lee: “En La Fábrica, un extenso equipo estudia, investiga y analiza nuevas maneras de contar historias en un laboratorio de ideas en el que se intenta dar con originales fórmulas para captar la atención de los espectadores. La Fábrica se ha convertido en la productora líder en entretenimiento audiovisual en España, llegando a producir 32 horas semanales para los principales canales de Mediaset España”. Frente al éxito de audiencias de su última docuserie, esa que a ojos de muchos ha visibilizado el lastre del maltrato psicológico, algunos claman por organismos que controlen las obligaciones que las televisiones tienen por ley. Emelina Fernández sentencia el debate: “El concepto es si la televisión es un negocio o es un servicio y aquí no entran otros parámetros en juego”. Este domingo continúa el espectáculo, continúa el negocio.
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