Iñaki Urdangarin y Diego Torres, vidas paralelas pero alejadas
El marido de la Infanta comienza una nueva etapa con teletrabajo y mucho deporte mientras su exsocio ha recuperado su actividad en una fábrica de plásticos y en Cáritas
Montado en una bicicleta con un gorro de lana y la obligatoria mascarilla llegó Iñaki Urdangarin el pasado miércoles poco antes de las 8.30 al despacho de abogados Imaz & Asociados de Vitoria. Allí el nuevo empleado trabaja como asesor empresarial, ya que es licenciado en Administración y Dirección de Empresas y tiene un máster en Formación, Intervención y Administración de Empresas por Esade. Poco antes de esa hora, el que fuera su socio en el Instituto Nóos, Diego Torres, ya había comenzado su jornada laboral como responsable de marketing de una empresa de plásticos en Sant Cugat del Vallès, su localidad de residencia de siempre. Los máximos responsables de uno de los casos más mediáticos de los últimos años han recuperado parte de su libertad. El Supremo condenó a Urdangarin por los delitos de malversación, prevaricación, fraude a la Administración, dos delitos fiscales y tráfico de influencias. Torres, que se asoció en 2003 con el marido de Cristina de Borbón, cumple condena por malversación, prevaricación y fraude a la Administración.
Urdangarin estrena esta semana nueva vida. Ha regresado a su casa familiar de Vitoria que comparte con su madre, Claire Liebaert. Allí pasa las tres noches en las que no tiene que pernoctar en la cárcel alavesa de Zaballa, a 10 kilómetros de la capital, a la que ha sido trasladado tras serle concedido el tercer grado. El que fuera un día duque de Palma solicitó este cambio tras conseguir un trabajo y argumentar que tenía que cuidar a su progenitora. Urdangarin quería estar cerca de su familia toda vez que su esposa permanece en Ginebra (Suiza) donde trabaja en la sede a la fundación Agá Khan y vive con su hija menor, Irene, que estudia allí. Las restricciones impuestas por la pandemia condicionan los viajes de Cristina de Borbón, ya que debe guardar cuarentena cada vez que regresa a Suiza. Por tanto, las visitas de la Infanta no serán tan regulares como le gustaría.
La vida de Urdangarin durante estos primeros días ha sido bastante rutinaria. Por la mañana va a nadar al polideportivo Estadio en el que su hermano Mikel es gerente, luego va a trabajar y el resto del día lo pasa en casa antes de acudir a prisión para dormir. Solo ha hecho una excepción para ir de compras: está interesado en cambiar de bicicleta. Pero durante dos días no se le vio en su nueva oficina lo que hizo que saltaran las alarmas aunque rápidamente se aclaró que él, como otros empleados, hará teletrabajo en algunas ocasiones a causa de la pandemia. En este regreso a Vitoria, Urdangarin quiere también recuperar su vinculación con el balonmano para lo que está en negociaciones para dirigir algún equipo de categorías inferiores.
El cuñado del rey Felipe, además, seguirá participando en el nuevo programa de reinserción de delincuentes económicos (conocido por las siglas Pideco) que el juez de vigilancia penitenciaria impuso como condición cuando autorizó su semilibertad, y que deberá seguir durante más de 10 meses en la prisión vasca. Urdangarin ha cumplido dos años y ocho meses (ingresó en la cárcel el 18 de junio de 2018) de los cinco años y 10 meses de condena que le impuso el Tribunal Supremo por el caso Nóos de corrupción.
Diego Torres comenzó antes que Urdangarin a disfrutar de una vida de casi plena libertad, aunque sigue mirando por el retrovisor a los tribunales. Desde junio de 2020 se encuentra en tercer grado o régimen de semilibertad, lo que le permitía en principio salir durante el día de prisión. Poco después, la Generalitat le hizo beneficiario también de un artículo del reglamento penitenciario (el 86.4) que le exime de acudir al centro a dormir, explica su abogado, Alessio Castellano, del despacho Zegrí+De Olivar. Esta medida, que le convierte en un hombre prácticamente libre, fue aceptada por el juez de vigilancia penitenciaria. Pero la Fiscalía la recurrió y la justicia tendrá la última palabra. Su único contacto con el mundo carcelario es un centro abierto que supervisa su desarrollo en libertad.
La integración de Torres en el mundo laboral es plena. En la empresa de plásticos de Sant Cugat del Vallès, su localidad de residencia de siempre y uno de los municipios con mayor renta per cápita de España, tiene contrato indefinido. Se dedica a tareas de oficina, pero también acude a reuniones de trabajo, lo que según la junta de tratamiento de Brians 2 le permite tener “relaciones sociales normalizadas”. Además realiza tareas de voluntariado en Cáritas, donde atiende a personas con discapacidad. Su mujer, Ana Tejeiro, está en un ERTE debido a la covid por lo que Torres es ahora la “única fuente de ingresos de la familia”, argumenta su abogado en uno de los escritos remitidos en los últimos meses a los jueces que han revisado su situación penitenciaria. “Es una persona con la piel gruesa, un luchador que no se rinde”, señalan las mismas fuentes.
Sin embargo, Claire Liebaert, madre de Urdangarin, ha declarado esta semana que a su hijo le está costando “un poco” volver a una cierta normalidad. Su familia sostiene que su estancia en la soledad de su celda de Brieva (Ávila) le ha dejado secuelas que combate aferrándose a la religión.
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