Drew Barrymore, un psiquiátrico a los 13 años y 18 meses de rehabilitación
“Iba a bares en vez de a la escuela, le robaba el coche a mi madre... estaba fuera de control”, desvela la actriz sobre su turbulento pasado
Nacida en el seno de una dinastía de actores (hija de John Drew Barrymore y nieta de los primeros intérpretes John Barrymore y Dolores Costello), Drew Barrymore estaba destinada a convertirse en una estrella, pero la fama le jugó varios malos momentos que llevaron al límite a una de las intérpretes más conocidas de Hollywood. Con solo siete años destacó gracias a la película E.T. el extraterrestre, a los ocho ya acudía a sus primeras fiestas de la mano de su propia madre, Jaid, y a los nueve se bebió su primera cerveza y se fumó su primer cigarrillo.
El divorcio de sus padres, provocado por el alcoholismo de su progenitor, que lo volvía una persona violenta, no ayudó, y a los 11 años Drew Barrymore ya era consumidora de marihuana y cocaína. Un turbulento pasado que la actriz ya había relatado en sus memorias, Little Girl Lost, y que ha rememorado estos días cuando ha desvelado detalles de su paso por un centro psiquiátrico y de rehabilitación cuando solo tenía 13 años.
“Tenía problemas y demasiados recursos. Iba a bares en vez de a la escuela, le robaba el coche a mi madre… Ya sabes, estaba fuera de control”, ha contado la intérprete en el programa Sirius X-M de Howard Stern esta semana. Tan fuera de control que incluso intentó suicidarse. Para frenar esa espiral de sufrimiento y autodestrucción su madre optó ingresar a su hija en una institución mental. “A veces era divertido, pero otras me sentía enfadada y frustrada conmigo misma. Y cuando eso ocurría me mandaban a ‘la cosa”, ha señalado Barrymore para después explicar que “la cosa” era un centro especializado en enfermos con adicciones y trastornos psiquiátricos donde pasó 18 meses. “Estuve en un lugar durante un año y medio llamado Van Nuys Psychiatric y allí no podías perder el tiempo. Si lo hacías, te encerraban en una habitación acolchada o te ataban en una camilla”, ha relatado.
Tardó ocho meses en darse cuenta de que lo que estaba viviendo en el centro era positivo de alguna manera para su futuro. “Allí encerrada me pregunté por qué me estaba sucediendo aquello. Al final me di cuenta de que tal vez necesitaba la estructura y la disciplina más loca, porque tener todo tan accesible estaba arruinando mi mundo y, tal vez, era necesario un tratamiento de choque como ese para poder reiniciar el resto de mi vida”, ha dicho. La terapia le fue bien, aunque necesitó otros 30 años de ayuda profesional para poder perdonar a su madre, a quien eliminó de su vida tras salir del centro y a quien acusó de sus propios problemas. “Creó un monstruo y no sabía qué hacer con el monstruo. Fue su último intento, y yo realmente estaba fuera de control, y la he perdonado por tomar esta decisión. Probablemente sintió que no tenía a dónde acudir”, ha dicho. “Es el peor dolor que he conocido”, ha reconocido sobre los sentimientos encontrados que sintió cuando, al concluir aquel tratamiento, dejó de hablar a su madre. Ahora, ya reconciliadas, solo tiene buenas palabras para ella: “Siento bondad hacia mi madre. Siento empatía y comprensión”.
Estos escándalos, sumados a su precocidad en las relaciones —con apenas 25 años ya acumulaba dos divorcios— frenaron la carrera de la actriz, pero pronto Hollywood volvió a abrirle las puertas. Solo en la década de los noventa participó en cerca de 20 películas: Todos dicen te quiero, Chicas malas, El hombre ideal, Batman Forever, Scream o Nunca me han besado, producida por ella misma a través de su compañía, Flower Films. En los últimos años también ha destacado en otros exitosos títulos —Los ángeles de Charlie, 50 primeras citas y la serie Santa Clarita Diet en Netflix— además de otras producciones que ha dirigido o producido.
Lejos de convertirse en el tan temido juguete roto de la industria, Barrymore supo canalizar su fama y su éxito y orientar sus pasos por el buen camino. Sus problemas de adicciones ya forman parte del pasado y, dos décadas después, la actriz ha alcanzado la estabilidad laboral y personal que siempre ha deseado. Su vida cambió cuando nacieron sus hijas, Olive (2012) y Frankie (2014), fruto de su tercer matrimonio con Will Kopelman, de quien se separó en 2016 pero con el que mantiene una buena relación. Desde la llegada al mundo de sus dos hijas supo que no quería repetir los mismos errores de sus padres y la maternidad, ha dicho, cambió sus prioridades. “Antes el cine era todo mi mundo. Ahora son las niñas, los amigos, el trabajo, la salud… Quiero que mis hijas crezcan pensando: ‘No sé cómo narices estaba ahí para todas las cosas y, además, trabajaba”, afirmó recientemente en una charla con Charlize Theron en su propio programa, The Drew Barrymore Show.
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