Máximo Huerta: “Me he sentido intruso en muchos sitios”
Ama la escritura, fue ministro siete días, cayó en una depresión profunda... Ahora vive la felicidad de un nuevo proyecto televisivo y la dureza de la enfermedad de su madre
De Màxim a Máximo y de ministro efímero en el también breve primer Gobierno de Pedro Sánchez a volver a sus comienzos televisivos en Canal 9 tras el tsunami que trajo a su vida un cargo que duró siete días. Aquel episodio acabó en una comparecencia en la que dimitió con una sonrisa que retrató el intento numantino por disimular la procesión de emociones que le minaban por dentro. Ese varapalo, que le revolvió como ningún otro hasta ahora, ocurrió hace ya más de dos años, pero es consciente que la brevedad de su cargo de ministro de Cultura y Deportes dio lugar a una chanza que aún le persigue. Tras su renuncia vivió “el peor año” de su vida, pero en algún momento de aquel abismo se agarró a las risas de sus sobrinas (como él llama a las hijas de sus primas) y a una frase de Albert Camus que le salvó del abismo: “En el peor de los inviernos siempre hay una primavera”.
Ha vuelto a sus orígenes en todos los sentidos. Al nombre de Máximo, que “es una forma de volver a casa”, al lugar en el que nació en Buñol (Valencia) para cuidar de su madre de 83 años, y a Canal 9, donde dio sus primeros pasos en televisión y el próximo 11 de enero estrenará un magazine vespertino de cuatro horas centrado en la información y la cultura regional.
De alguna manera podría interpretarse como el cierre de un círculo vital, pero charlando con él se entiende que se trata solo de una etapa más de alguien a quien le quedan batallas e historias por contar. “Todos merecemos resurgir, agotar la vida, disfrutarla, volver a hacer las cosas que te gustan”, afirma cuando se le pregunta si ahora se siente aún más intruso y sospechoso que cuando comenzó a escribir libros siendo famoso en televisión o cuando una llamada de teléfono le convirtió en el ministro exótico de un Gobierno tan ilusionante para unos como indeseable para otros.
Máximo Huerta recorre mentalmente su trayectoria desde sus tiempos de ilusionado estudiante de periodismo, profesional del informativo nocturno de Telecinco, reportero para todo en el programa de Ana Rosa, escritor de nueve novelas y cinco libros ilustrados, ministro sorprendido y entregado y, de nuevo, conductor de un programa de televisión y resume las experiencias con dos frases: “He vivido grandes sorpresas sin tener ninguna meta fijada” y “Me he sentido intruso en muchos sitios, como si no me hubieran invitado a las fiestas”.
Su madre, ahora pendiente de una operación grave a causa de un tumor, ha sido quien le dio alas de niño y le animó a probarse y hacer lo que quisiera. El carácter más austero de su padre ya fallecido, un camionero que antes se había dedicado a las viñas en Utiel, fue el que le plantó en el suelo, pegado a la realidad. También le dejó como herencia “una procesión de miedos. Ninguno confesable”, según él mismo reconoce.
Si le visitan no se nota. Se muestra tranquilo, seguro del momento que quiere vivir y dónde quiere hacerlo. “Soy hijo único y eso ha pesado mucho desde niño. Me han ofrecido otras cosas pero ahora no me apetece irme a Madrid. Esta es la oferta que toca”, dice sobre la alegría del estreno de su próximo programa en Canal 9 cuyo nombre aún no puede desvelar.
La mano de su madre, esa mujer “vital y de discurso muy moderno” que ahora no quiere mirarse en los espejos porque no se reconoce, aparece durante la videoconferencia para dejarle un zumo de naranja. “¿Ves? Esto es lo importante”, dice. También lo fueron los amigos que le acompañaron cuando “la responsabilidad y el orgullo de las cosas que podía hacer en el ministerio” dieron paso a ese largo año en el que se sintió “traicionado, humillado, ninguneado y hundido”. Algunos de ellos estaban a su lado para acompañarle a Londres tras su dimisión, cuando se desmayó en el aeropuerto de Alicante después de ver las portadas de los periódicos y sentir cómo le miraba la gente. Se refugió en los viajes, en la escritura y la pintura y el día que sintió que le daba igual si le pasaba algo, reconoció el peligro y pidió ayuda, psicológica y química.
Dice que al ministro Huerta le hubiera gustado “iluminar un poco más la cultura, poner en marcha una ley de mecenazgo...”, pero sobre todo “generar orgullo por la cultura que tenemos porque es lo que nos representa y lo que queda”. Libre de rencores pero consciente de la distinta vara de medir que le golpeó de lleno, Máximo Huerta mira a un futuro anclado en su nuevo programa y pendiente de la salud de su madre.
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