El cofundador de Lonely Planet, un millonario viajero varado por la pandemia
Tony Wheeler creó, junto a su esposa Maureen, las guías que se han convertido en la biblia de los trotamundos. Desde su casa de Melbourne augura que el turismo volverá menos masificado y más sostenible
Las primeras medidas de confinamiento a las que forzó la pesadilla del coronavirus pillaron a Tony Wheeler en plena ruta viajera. Cómo no, cuando se trata del cofundador —junto a su esposa Maureen— del mítico sello Lonely Planet, la “biblia” de los trotamundos desplegada en medio millar de guías de referencia. Desde un largo y obligado parón en su domicilio de Melbourne, Australia, el empresario inglés vaticina que volveremos a viajar aunque en un formato de turismo menos masificado y más sostenible. Un reto difícil pero necesario para recuperar esa pasión aventurera que él convirtió en un fabuloso negocio, pero sobre todo en una forma de vida.
Wheeler, de 73 años, viene repitiendo ese alegato en sus recientes intervenciones en las redes sociales, además de recogerlo a modo de ensayo en un libro (En defensa del viaje, Geoplaneta) que se publica este mes en España. Lo escribió desde su semi reclusión en la capital del estado australiano de Victoria, sometido a estrictas directrices a causa de la covid-19. Antes de recalar en su casa de Melbourne, tras interrumpir abruptamente una visita a Yemen, se encerró solo durante dos semanas en un apartamento de alquiler de la ciudad para evitar que su mujer también tuviera que aislarse. Lo ha explicado en una charla digital organizado por la London Business School, donde pronosticaba que el retorno de los viajes empezará a arrancar en el ámbito local. Aunque en el caso de este viajero que ha recorrido los cinco continentes la posibilidad es aún lejana, puesto que los estragos de la pandemia impiden al menos hasta las Navidades la movilidad interior por Australia, el país en el que se ancló con Maureen hace casi cinco décadas y desde el que levantó el imperio de Lonely Planet.
Todo empezó en un banco del Regent´s Park de Londres, donde el entonces joven ingeniero conoció a una joven norirlandesa recién llegada de Belfast que se convertiría en su infatigable compañera de viajes. Comenzaron recorriendo el continente europeo y acabaron dando el salto a destinos asiáticos que no figuraban en las rutas turísticas convencionales de la época. Y que encararon “con un coche viejo, unos pocos dólares en el bolsillo y el sentido de la aventura”. Sídney marcó el final del periplo cuando ya solo les quedaban unos centavos. La curiosidad de tanta gente sobre los pormenores de su viaje les convenció de autopublicar una primera guía en 1973, A través de Asia con poco dinero, cuya buena recepción les abrió la puerta del mundo editorial. Así nació Lonely Planet, que fue sumando países a su catálogo (Nepal, Nueza Zelanda, Nueva Guinea..) y propuestas tan exóticas como asequibles (por ejemplo, un recorrido en autostop desde Siria hasta Bagdad).
Maureen, sin embargo, no confiaba en que aquel proyecto pudiera sustentar a la familia y optó por graduarse como trabajadora social en la Universidad. Solo decidió volcarse de pleno en el negocio cuando, a mediados de los años ochenta, ya habían ganado su primer millón de dólares. La llegada de dos hijos no frenó sus ansias de viajar: sencillamente se los llevaban con ellos. Años después Tashi, la mayor de los retoños, rememoraba cómo recién cumplida la veintena (hoy tiene 39 años) ya había recorrido con sus padres sesenta países, empezando por Nepal cuando apenas era una bebé de meses y Maureen la portaba a la espalda. Hoy se dedica a una fundación que financia becas en tres decenas de países, mientras que su hermano Kieran (tres años menor) es director de cine.
Tony Wheeler ha resumido el secreto de su éxito en haberse centrado en lugares que no cubrían otras guías de entonces, unido a las ansias de una generación de baby boomers de conocer destinos a los que nunca habían llegado sus padres. La visita de los famosísimos Beatles a la India, ha admitido, también contribuyó al primer gran éxito de Lonely Planet con su quía consagrada al subcontinente y al llamado “sendero hippy”.
El recuerdo de aquellos tiempos tiene un regusto amargo para los Wheeler, cuyo antiguo conglomerado vive sus horas más bajas trece años después de que vendieran una participación mayoritaria a la división internacional de la BBC. Tony Wheeler se desprendió de toda gestión en Lonely Planet una vez fue revendida a su vez a la compañía estadounidense NC2 en 2013. La misma que anunciaba el pasado abril el cierre de dos de las oficinas del grupo, en Melbourne y Londres, junto a una oleada de despidos. Todavía es la principal editora de viajes del mundo (controla casi un tercio del mercado de guías), pero la compleja reconversión al mundo digital y ahora el impacto de la pandemia en el sector plantea muchos interrogantes sobre su futuro.
Con las restricciones que ha impuesto la era del coronavirus, el grueso de los aviones en tierra y una crisis económica mundial en ciernes parece arriesgado predecir que volveremos a viajar pronto. Wheeler se ha mostrado convencido —en el foro digital de la London Business School— de que sí lo haremos, “pero no como conocíamos hasta ahora” esa experiencia. Cree superado “ese enfoque de 'Es viernes, ¡Vayamos a alguna ciudad barata de Europa a beber y pasarlo bien!”, en pro de un turismo más sensato y sostenible. Preocupado por el impacto de la covid-19 en los países en desarrollo, el empresario aboga por privilegiarlos en nuestros viajes cuando la relajación de las restricciones haga posibles los desplazamientos más largos. Aunque también considera el riesgo de que el placer de viajar acabe convertido en un lujo inalcanzable para muchos, en especial los jóvenes, una vez se reduzca la competencia entre aerolíneas y en el sector hotelero (muchos negocios están siendo aniquilados por el impacto del virus), y por tanto aumenten los precios.
Este viajero empedernido que antes de la crisis del coronavirus vivía a caballo entre Londres y Melbourne permanece ahora varado en esta última ciudad, resignado a la idea de no hacer planes y a aceptar que “en estos momentos mi mundo tiene un radio de solo cinco kilómetros”.
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