Así ha logrado Taylor Swift perpetuar “la última gran dinastía americana”
En su nuevo disco, la cantante le dedica una canción a la rica heredera Rebekah Harkness, amiga de Dalí y Warhol y que vivió en la mansión que ahora posee la estrella del pop
La sorpresa llegaba el 24 de julio. Taylor Swift lanzaba de madrugada, habiéndolo anunciado solo unas horas antes, su octavo álbum de estudio, Folklore. En él, 16 canciones contaban, como decía la propia cantante de Pensilvania, sus “caprichos, sueños, miedos y reflexiones”. En cuanto se pudo escuchar, los fans de la artista empezaron a destripar el contenido de los temas, cargados siempre de mensajes y de referencias personales, puesto que es la propia Swift quien compone sus letras.
Tras The 1 y Cardigan, el single de lanzamiento, la tercera de las pistas es The last great American dinasty, (La última gran dinastía americana). El que ha sido calificado como un “tema perfecto”, incluso el mejor de su carrera, es además una historia real: la de Rebekah Harkness, una de las grandes herederas y filántropas del siglo XX, pero también una gran anfitriona, juerguista y derrochadora.
“Rebekah subió al tren de la tarde, estaba soleado. Su casa de sal en la costa le hizo olvidar Saint Louis”, arranca la canción, que es también como arranca la parte de la vida de Harkness que Swift cuenta. Como ha explicado el diario The New York Times, esta mujer, hija de un corredor de Bolsa, nació en esa ciudad en 1915 para luego mudarse a la Costa Este y allí casarse en segundas nupcias con William Bill Hale Harkness. En Rhode Island, en el pueblo de Watch Hill, el matrimonio vivió en una típica mansión de la zona (de las que precisamente se denominan “casas de sal”, como dice la cantante) a la que llamaron Holiday House, “Casa de Vacaciones”. Para redondear la historia, la vivienda pertenece ahora precisamente a Taylor Swift. La artista la compró en el año 2013 por 17 millones de dólares (14,5, millones de euros). Allí ha dado tantas fiestas y montado tantos escándalos como la propia Harkness, por lo que la autocomparación tiene sentido.
Cuenta en su letra Swift que “Bill era el heredero del nombre y del dinero de Standard Oil”, una de las petroleras más importantes del país, fundada en 1870. “Y la ciudad decía: ‘¿Cómo lo ha conseguido una divorciada de clase media?‘ [...] Sus fiestas eran deliciosas, aunque algo ruidosas. El doctor le dijo [a Bill] que se lo tomara con calma, debió ser culpa de ella que le fallara el corazón”. Efectivamente, Harkness había estado casada durante siete años a principios de los cuarenta con Dickson W. Pierce, descendiente de un presidente de EE UU, con quien tuvo dos hijos, Allen y Anne Terry, antes de divorciarse. Los mismos siete años duró su matrimonio con el heredero Harkness (también separado), con quien tuvo una hija, Edith, que se suicidó en los años ochenta, con 33 años. Él fallecería en 1954. Después, llegarían dos matrimonios más para Rebekah, con sendos médicos, con quienes estuvo apenas cuatro y tres años, respectivamente.
Pero la viuda Harkness supo cómo invertir y gastar su fortuna. “La mujer más loca que jamás había visto ese pueblo, que se lo pasaba bomba estropeándolo todo”, como la describe Swift, puso la mansión patas arriba, con una obra en la que añadió 21 cuartos de baño y ocho cocinas. “¿Quién sabe qué hubiera pasado si ella no hubiera aparecido?”, como dice Swift en su letra.
En la casa, “llenaba la piscina con champán y nadaba con grandes tipos, y tiraba el dinero en chicos y en el ballet, perdiéndolo en partidas de cartas contra Dalí [...] y en una pelea con un vecino le robó el perro y lo pintó de verde lima”, canta Swift. Al parecer, a la heredera lo que le gustaba era limpiar la piscina con Dom Perignon y lo que tomó prestado para pintar de verde fue un gato, cuenta el Times. Su pecera solía estar llena de whisky escocés. A sus fiestas, además del pintor catalán, también acudían el artista Andy Warhol o el escritor J. D. Salinger, autor de El guardián entre el centeno.
Harkness era una gran admiradora de los artistas y del arte. De hecho, fundó una compañía de ballet en los años sesenta en la que invirtió millones de dólares, pero que finalmente cerró en 1975. Mujer elegante, patinadora, bailarina y deportista en su infancia, poseía también un intenso sentido del humor, tanto como para mover miles de dólares de un banco a otro solo para divertirse volviendo locos a sus administradores.
Salvador Dalí se convirtió en un buen amigo de Harkness, que le encargó varias obras, entre ellas una urna a medida para guardar sus cenizas, pese a que la heredera creía en la reencarnación. Aunque al final su hija Anne Terry las llevó en una bolsa de supermercado cuando Rebekah murió, en 1982 a causa de un cáncer. Tenía 67 años pero ahora una estrella mundial del pop que entonces ni había nacido perpetuará su recuerdo.
“Cincuenta años es mucho tiempo. La Casa de Vacaciones se quedó tranquilamente en esa playa. Sin mujeres locas, ni sus hombres, ni sus malos hábitos. Y luego la compré yo”, escribe la cantante casi al final de su historia. “¿Quién sabe qué hubiera pasado si yo no hubiera aparecido? Aquí viene la mujer más ruidosa que jamás ha visto el pueblo, pasándoselo bomba estropeándolo todo”.
Letra de The last great American dinasty
Rebekah rode up on the afternoon train, it was sunny
Her saltbox house on the coast took her mind off St. Louis
Bill was the heir to the Standard Oil name and money
And the town said: How did a middle-class divorcée do it?
The wedding was charming, if a little gauche
There’s only so far new money goes
They picked out a home and called it Holiday House
Their parties were tasteful, if a little loud
The doctor had told him to settle down
It must have been her fault his heart gave out
And they said
There goes the last great American dynasty
Who knows, if she never showed up, what could’ve been
There goes the maddest woman this town has ever seen
She had a marvelous time ruining everything
Rebekah gave up on the Rhode Island set forever
Flew in all her Bitch Pack friends from the city
Filled the pool with champagne and swam with the big names
And blew through the money on the boys and the ballet
And losing on card game bets with Dalí
And they said
There goes the last great American dynasty
Who knows, if she never showed up, what could’ve been
There goes the most shameless woman this town has ever seen
She had a marvelous time ruining everything
They say she was seen on occasion
Pacing the rocks, staring out at the midnight sea
And in a feud with her neighbor
She stole his dog and dyed it key lime green
Fifty years is a long time Holiday House sat quietly on that beach
Free of women with madness, their men and bad habits
And then it was bought by me
Who knows, if I never showed up, what could’ve been
There goes the loudest woman this town has ever seen
I had a marvelous time ruining everything
I had a marvelous time ruining everything
A marvelous time ruining everything
A marvelous time I had a marvelous time
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