Las gemelas Olsen, éxito y discreción de dos exestrellas infantiles dinamitadas por un divorcio
Mary-Kate, que junto a su hermana Ashley había logrado un imperio en el mundo de la moda, vuelve a ver su intimidad expuesta en los medios por su separación de Olivier Sarkozy


Mary Kate Olsen cumplirá 34 años en menos de un mes, el próximo 13 de junio. Pero su deseo de cumpleaños se ha adelantado unas semanas: solo quiere ser una mujer divorciada. La ex niña prodigio reconvertida en icono de moda se enfrenta ahora a uno de los problemas más complejos de su vida: busca darle fin a su matrimonio con el empresario francés Olivier Sarkozy (de 49), hermano del expresidente francés Nicolas Sarkozy. De hecho, busca una salida rápida, urgente, “de emergencia”, según publicaban el miércoles por la noche los medios de Estados Unidos. El coronavirus no pone fácil ni los divorcios.
Olsen y Sarkozy se casaron en noviembre de 2015 tras tres años de relación. Fue una boda discreta, con apenas 50 invitados, celebrada en Manhattan, en el jardín de una residencia privada “de la calle 49, entre la Segunda y la Tercera Avenida”, como reseñaron entonces los medios, sorprendidos por la unión de una pareja con 15 años de diferencia de edad y que consideraron extraña. Él, francés, banquero y más serio; ella, estadounidense, bohemia, diseñadora, y mitad de las célebres niñas gemelas Olsen. Nadie reseñó las flores, la comida o los regalos, pero sí los ceniceros. Sí, ceniceros. “La decoración de la fiesta consistía”, contaba entonces una fuente presente en la boda a Page Six, “en cuencos y cuencos llenos de cigarrillos, y todo el mundo se pasó toda la noche fumando”.
Ahora, el humo es real. El matrimonio —que no ha tenido hijos; él tiene dos de su anterior matrimonio con una escritora francesa— hace aguas y no puede esperar a separarse. Según ha explicado TMZ, ella trata de divorciarse desde el 17 de abril, cuando firmó la petición de divorcio. La cuestión es que los tribunales neoyorquinos ahora no aceptan divorcios, sino solo cuestiones de emergencia a causa de la pandemia. Por su parte, sus abogados han recibido correos de los de su todavía marido para que se marche de su casa el 18 de mayo. Ella pide poder quedarse hasta el 30, pero no ha obtenido respuesta.

En los documentos que ha presentado Olsen y que ha obtenido TMZ, la empresaria pide que se respete el acuerdo prematrimonial que firmaron hace cinco años. Además, Mary-Kate Olsen argumenta en ellos que el único modo de proteger su propiedad es mediante esa petición de divorcio, que si es aceptada provocaría una orden judicial automática por la que no tendría que deshacerse de ella. De ahí que ahora necesite esa orden con urgencia.
Este maremágnum de demandas, problemas judiciales y zancadillas de ruptura chocan frontalmente con la imagen que tanto Mary-Kate como su gemela, Ashley, han cultivado los últimos años, y que se resume en una palabra: discreción. Muy lejos, casi como si de otras personas se trataran, han quedado aquellas rubias y pizpiretas gemelas que dieron vida a la vez a la pequeña Michelle Tanner en Padres forzosos a finales de los ochenta y principios de los noventa.
Las gemelas Olsen arrancaron su carrera con nueve meses. Sus primeros pasos fueron en el plató de Padres forzosos. Allí aprendieron a vivir delante de una cámara. Para cuando acabó la serie, en 1995, ellas tenían ocho o nueve años y eran estrellas: había que explotar el filón.
Las gemelas se convirtieron en rostro popular de películas infantiles, juveniles, programas y vídeos, pero también de muñecos (Mattel lanzó una línea con ellas como modelos), revistas y merchandising de todo tipo, de reproductores de CDs a calendarios y perfumes que se vendían en más de 5.000 tiendas de todo el mundo. Todo ello se canalizaba a través de su propia productora, Dualstar, fundada en 1993 y de las que se convirtieron en poderosas dueñas en 2004, al cumplir la mayoría de edad. Un par de años después, las gemelas se convertían, para Forbes, en las mujeres en el puesto número 11 entre las más ricas, con más de 100 millones. Ahora, su fortuna se calcula en más de 500 millones de dólares (más de 463 millones de euros).

La fama de las niñas Olsen fue tan inmensa y planetaria que las metió en ese Olimpo de personas cuya fama se mantiene por sí misma. Que no necesitan hacer nada para estar siempre ahí. Pero eso era justo lo que ellas querían: salir de ese podio para romper esa imagen. El dinero y la fama no lo eran todo, y su caso lo demuestra: carreras truncadas, papeles de adultas imposibles de conseguir y unas vidas que habían pasado por las adicciones o la anorexia. Su hermano mayor vendía fotos de ellas. Nunca fueron al clásico baile de graduación con el que sueña casi toda adolescente americana.
Aquellas niñas dicharacheras se recluyeron en sí mismas y en un pequeño entorno. Se hicieron mayores, dejaron California por Nueva York, lo intentaron (fugazmente) en la universidad. Abandonaron, casi por completo, la actuación, dejaron atrás los colores brillantes para optar por una estética oscura, entre gótica y bohemia. Decidieron refugiarse en el silencio. En 2010, en una de sus escasas entrevistas, Mary-Kate contó en Marie Claire que no le deseaba “a nadie” la infancia que ella había vivido, que no se reconocía en esas viejas fotografías: “Éramos como dos monitos de feria”.
La moda ha sido su último y particular refugio. Esa industria a menudo tachada de superficial las acogió con los brazos abiertos y les dio un lugar donde crecer. Lejos de ser famosas que bautizan a una marca, ellas crearon cuatro distintas, ninguna con su nombre. En 2006 fundaron la más famosa y que más satisfacciones les ha dado, The Row, con la que en 2012 lograron el galardón del Fashion Council de EE UU a Mejores diseñadoras del año de moda femenina, algo así como el Oscar de la moda; ya acumulan seis. Tejidos de calidad, prendas con buen patronaje y modelos aptos para todas las edades las catapultaron al éxito. Ya han creado una línea masculina y están presentes en casi 40 países. Pero eso es The Row, no como Mary-Kate y Ashley, no como las gemelas Olsen. Su identidad, como ellas querían, ha quedado diluida, más allá de la gala del Met y alguna aparición esporádica. Lo han conseguido. O, al menos, hasta ahora.
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