Claudia Schiffer, confesiones y arrepentimientos de la modelo entre las modelos
La ‘top’ alemana relata la locura que supuso su triunfal éxito en los años noventa, habla de su timidez patológica y de los abusos que ha visto en la moda
Claudia Schiffer lleva tres décadas desfilando y dejándose ver en editoriales de moda y belleza de todo el mundo. Más de mil portadas la contemplan. Sin embargo, la top entre las tops, que en los noventa y dosmil fue rostro de todo tipo de marcas de moda y belleza, y se coló en las televisiones de todos los hogares, sigue siendo hermética respecto a su vida y experiencias personales. Poco se sabe de ella, pero ahora ha hecho una excepción en la edición británica de la revista Elle. A sus 49 años sigue teniendo la misma fuerza para posar que la caracterizó en su época álgida. En esta ocasión lo hace con algunas de las prendas más icónicas que vistió en su carrera.
La alemana vive ahora en su casa de campo en la campiña verde de Inglaterra, en un pequeño pueblo lejos del glamour en la zona de Oxfordshire donde guarda multitud de obras de arte y donde vive con su marido, el director de cine Matthew Vaughn, y sus tres hijos. No se ha asentado en Nueva York, ni en la Costa Azul, sino en una zona discreta, sencilla, sin pretensiones, similar a su carácter poco dado a las fiestas y al champán, ni siquiera en aquellos años de brillo en la que no hacía falta usar su apellido, porque con su nombre propio bastaba.
“Nunca tuve la necesidad de estar en el foco de atención”, reconoce ella misma, que nunca se postuló para una profesión que la eligió y la encumbró como la mejor. “Cuando empecé como modelo, no fui a la agencia y dije: ‘Quiero ser modelo’. Nunca lo vi como: ‘Quiero ser famosa’. Lo enfoqué más bien como: ‘Quiero ser buena y llegar a lo más alto”, relata en la entrevista. Lo logró. Fue con una campaña de la firma de ropa vaquera Guess fotografiada por Ellen von Unwerth con un toque de inocencia sexy que recordaba a Brigitte Bardot. A partir de ahí le llegó la fama y se convirtió en musa de grandes creadores como el fallecido Karl Lagerfeld.
“Era de locos, como si fuéramos estrellas del rock. No podías entrar en el coche a no ser que te hicieran un camino. Cortaban las carpas en las que nos preparábamos para hacernos fotos. Había seguridad en cada desfile”, rememora. Una seguridad que tenía que hacerse cargo hasta de su ropa interior porque a menudo se la robaban, cuenta riendo.
Un tiempo al que no volvería. “En mi época recibí cumplidos maravillosos. Pero cuando vas al siguiente nivel, avanzas. No tienen que decírtelo [que eres guapa] durante toda tu vida. Es un recuerdo agradable, pero llega la siguiente generación y les das el testigo. Para mí es algo natural, entregar ese testigo, no tener envidia ni celos. De hecho, no podría pensar en nada peor ahora mismo que en que me dijeras: 'Hay una pastillita mágica con las que va a parecer que vuelves a tener 20 años otra vez".
No bebe, no fuma, evita tomar azúcar y tampoco hace demasiado ejercicio, más allá de pasear a sus perros y jugar al tenis con amigos. De vez en cuando hace un alto en su vida para trabajar para grandes marcas de lujo o a hacer sesiones de fotos. Le gusta colaborar con firmas pequeñas: va a lanzar colaboraciones con Bordallo Pinheiro, de cerámica portuguesa, o una línea de ropa de punto con la marca de estilo francés Être Cécile. Invierte su dinero en proyectos triunfadores, como las películas Kingsman: servicio secreto o el biopic de Elton John, Rocketman, en las que ha sido productora ejecutiva. Para quienes no hayan cazado su nombre en los títulos de crédito: firma como Claudia Vaughn.
Otra de sus confesiones tiene que ver con su imagen para algunos distante. “Todos parloteaban y enloquecían, probablemente pensaban que era arrogante y fría" pero advierte: “Hacía mi trabajo y era como: ‘¡Me voy! ¡Salgo corriendo por esa puerta!’. Había fiestas constantes tras las cenas, pero siempre pensaba que debía triunfar, hacer lo mejor". Reconoce que pocas veces se quedaba a tomar algo después, y eso es lo que recomienda a las modelos de hoy: “Es un trabajo, y al final de día es mejor no mezclarlo con lo demás”.
Sobre el acoso, hoy visibilizado, en la industria, reconoce: “Lo he visto y no es agradable. No solo sexual, también de acoso, de abuso de poder. He visto mucho y he tomado nota de que no quiero trabajar con esa gente nunca más. Y no lo he hecho". En eso sí ha sentido que hay camaradería entre colegas y que juntas han podido frenarlo. No da nombres, aunque reconoce que a menudo “es gente que hace fotos estupendas y con la que te has comprometido... pero así es la vida”.
Esa timidez estuvo presente en muchos momentos de su vida, como cuando coincidió en un vuelo junto al director de cine Luc Besson, cuyas películas adoraba, y no fue capaz de hablarle, se hizo la dormida. También se encontró al actor Michael J. Fox y le pasó igual: “No pude ni decirle hola. Me pidió que trabajara en una serie de televisión con él, pero le dije que no. ¡Era demasiado!". Algo que también le pasó con el célebre videoclip de Freedom. “Ah, el vídeo de George Michael en el que todas salían... Entonces estaba trabajando con marcas de lujo y pensé que no cuadraba en la estrategia... Fue estúpido", reconoce.
También le dijo que no a oportunidades en el mundo de la moda que muchas otras habrían soñado. “La gente te daba de todo. Sobre todo en Chanel. Karl [Lagerfeld] solía decir: ‘Baja a la tienda y llévate lo que quieras. Puedes llevarte toda la colección, lo que quieras’. Donde otras habrían aprovechado, yo siempre sentí que no podía. Hay un cierto límite cuando alguien dice: ‘Escoge lo que quieras’. No escoges todo, no todo lo que hay. Una vez Hermès me ofreció llamar a un bolso con mi nombre. Pensé: ‘¡No!’. No recuerdo bien por qué".
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