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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Belleza, invádeme

Meghan deslumbró en su diagnóstico apostando por una duquesa glamurosa para formalizar su despedida del protocolo real y contener su contagio

Meghan Markle y el príncipe Enrique el 9 de marzo en la abadía de Westminster durante las celebraciones del día de la Commonwealth.
Meghan Markle y el príncipe Enrique el 9 de marzo en la abadía de Westminster durante las celebraciones del día de la Commonwealth.Stephen Lock (Europa Press)
Boris Izaguirre

Mi primer contacto con el coronavirus fue este lunes en mi junta de vecinos. No había nadie enfermo pero el protocolo de nuevas maneras de saludarse, evitando el contacto con la mano, me reveló que el virus ya se ha convertido en un nuevo tipo de vida. Un cambio. Los vecinos disfrutaban de esa nueva distancia obligatoria porque les permitía expresar sus diversos antagonismos entre ellos, con un poquito de humor. “Que hay que saludarse con los codos”, decía uno. Y otro le respondió: “No, querido, ¡es con un puntapié!“ ¡No hay nada como ser latino para sacarle punta a la cosa más peliaguda!

La reunión se complicó igual que la gestión de un virus. Si resulta complicado gestionar una junta de vecinos, imagínate un país, imagínate una pandemia. Pero debo confesar que ese día el verdadero momento de crisis llegó con la cancelación del Baile de la Rosa en Montecarlo. No estaba invitado pero es igual, ese baile es un poco como de familia para los de mi edad. Crecimos viéndolo y yo incluso asistí al dedicado a La Movida con Almodóvar, bailando con Carolina de Mónaco y compartiendo brebajes contra la resaca con Ernesto de Hannover. La cancelación a causa del coronavirus acaba con el estreno como director artístico de Christian Louboutin, sustituyendo a Karl Lagerfeld. Sentí que definitivamente abandonaba la juventud y entraba en otra edad.

Y tras esta cancelación llegó el test del coronavirus a la corona. Y anulación tras anulación: la fiesta de aniversario de Harper´s Bazaar en Madrid dedicada a Naty Abascal; la presentación de la nueva novela de Eduardo Mendicutti; el desfile de Vicky Martín Berrocal; la despedida del embajador de Italia. Todas agendadas en las mismas fechas, una costumbre agobiante y exigente a la que nos habíamos acostumbrado. De un solo golpe, paf, nada. La desoladora realidad: sin fiestas ¡no eres nada!

Mientras atendía una entrevista en el Círculo de Bellas Artes, me asomé a uno de sus ventanales y contuve la respiración ante la visión de la calle de Alcalá pavorosamente desierta a las cinco de la tarde. Otro 11 de marzo escalofriante. De allí me acerqué al supermercado de El Corte Inglés y observé las estanterías vacías en la zona del papel higiénico, la escasez de pasta y tomate frito. Una de las cosas que te enseñan las llamadas compras nerviosas, frecuentes en zonas de huracanes como Miami o de desequilibrios políticos y sociales como Caracas, es que puedes hacer una radiografía de qué consumen y comen los ciudadanos por lo que se llevan precipitadamente de los supermercados. Al teléfono, el decorador Lorenzo Castillo me pregunta: “¿Por qué tanto papel higiénico? ¿Qué pasa con el bidet?” Puede parecer una curiosidad absurda pero es cierto que el bidet pueda vivir un regreso importante a causa de la pandemia. Garantiza más higiene y que las manos estén más limpias y pasadas por agua.

A veces la forma del bidet recuerda a la de esos sombreros inquietantes que las duquesas visten como coronas en eventos aparatosos. Como los que llevaron tanto Kate como Meghan esta semana en la celebración del día de la Commonwealth.

La actriz mexicana Dolores Del Río, en 1931.
La actriz mexicana Dolores Del Río, en 1931.Hulton Deutsch (Corbis via Getty Images)

Algo que también ofreció muestras de cómo el virus afecta y transforma. Por ejemplo, el nuevo saludo que usó el príncipe Carlos, juntando las palmas de las manos e inclinándose un poquito budista sin tocar a nadie. Y el espectacular traje verde penicilina de Meghan, inspirado en Dolores del Río, la diva hollywoodense de origen mexicano. Mientras Kate iba vestida de baronesa austrohúngara en plena actividad castrense y con cara de menos sonrisas que lágrimas, Meghan deslumbró en su diagnóstico apostando por una duquesa glamurosa para formalizar su despedida del protocolo real y contener su contagio.

El guiño a Dolores del Río tiene sentido. Es otra actriz pero también una mujer célebre por su inteligencia y, aunque no se deba decir, exotismo. Se casó con Cedric Gibbons, el director artístico responsable de todas las películas de la MGM desde los años treinta a los cincuenta. Y contagió al mundo entero de un virus que sigue vigente: el glamour. En estos días de prudente encierro y mientras Meghan y Enrique consiguen volar a Norteamérica, me propongo revisar a la gran Dolores y reiterar, como un mantra, uno de los consejos que ofrecía en su libro sobre la belleza. Cada mañana, apenas despunte el sol, hay que extender los brazos y exclamar: “Belleza, invádeme”. Como un virus.

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