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La delicada vida del melocotón más mimado del mundo

El cultivo del melocotón de Calanda es tan exigente que gran parte de la cosecha de esta fruta exquisita se pierde en el camino de la DOP. Y con ella, los márgenes de beneficio de los agricultores

Así lucen los melocotones de La Calandina
Así lucen los melocotones de La CalandinaDOP Melocotón de Calanda
David Remartínez

¿Cómo miran los melocotones clonados de supermercado a sus parientes de Calanda? ¿Con asombro? ¿Con envidia? ¿Con tiña? Ser un melocotón de Calanda equivale a representar a Ernesto en la obra de Oscar Wilde: un protagonista exquisito y único, mimado desde el nacer, protegido casi entre algodones, recolectado a mano en el momento justo por jornaleros que lo palpan con el cuidado de una comadrona. Posteriormente colocado en una caja junto a otros quince hermanos gemelos salidos de lo mejor de Teruel, para recorrer el mundo con el orgullo henchido de una Denominación de Origen Protegida. Ser un melocotón de Calanda cuesta mucho dinero -unos 75 céntimos de gasto agrícola por kilo- y mucho esfuerzo (todo el proceso se realiza a mano).

Cinco motivos hacen especial al melocotón calandino. Primero: es el único que puede disfrutarse cuando el verano ya se ha acabado. Segundo: su formidable tamaño, con un mínimo de 73 milímetros, que le confiere una carne firme pero jugosa, suficiente para componer una merienda por sí sola y que además hace que aguante más tiempo antes de madurarse en exceso. Añade a esa durabilidad un dulzor especial, suave, y con pocas calorías. Su color es amarillo, en lugar de naranja, con una piel de fino terciopelo como aquellas telas suntuosas que enloquecían a Oscar Wilde y las vitaminas C y A, el potasio y una buena cantidad de fibra. Te gustará más o menos, pero lo innegable de este melocotón, como en el caso de Ernesto, es su distinción: de las 2.000 variedades del mundo, esta es única por sus atributos.

El color que tienen por dentro cuando están maduros
El color que tienen por dentro cuando están madurosDavid Remartínez None

En algunas fruterías pijas de Madrid o Barcelona el kilo alcanza los nueve o diez euros. Mucha pasta. ¿Pero cuánto recoge en limpio el campesino turolense? “Si ganamos ochenta céntimos por kilo, casi nos damos con un canto en los dientes”, calcula Ramón González, presidente de la cooperativa La Calandina. Esta agricultura manual y delicada reúne buena parte de las paradojas de nuestra alimentación actual; pero primero veamos por qué hablamos de un alimento exquisito, y luego ya analizaremos su rentabilidad.

Una delicia tardía

El melocotón de Calanda, amarillo o tardío, se llama así porque se cosecha a mediados de septiembre, hasta bien entrado octubre. Es el último de su especie, y también el resultado de un proceso de eliminación tan inmisericorde como el de los espermatozoides o el de los soldados espartanos. La DOP (Denominación de Origen Protegida), con una quincena de productores adscritos, admite tres clones (Calante, Yesca y Evaisa) a los que añade unos requisitos exigentes que empiezan por el ‘clareo’, siguen con el embolsado y acaban en el tamaño, sabor, aroma, apariencia y propiedades saludables. Una carrera de fondo en cuyo discurrir desaparecen un montón de candidatos.

Ramón González nos cuenta el intríngulis melocotonero
Ramón González nos cuenta el intríngulis melocotonero

“Para empezar, si cada árbol puede tener 1.500 o 2.000 frutos, con el clareo inicial dejamos solo unos 400, para así poder sacar un buen calibre. Con el clareo, que empieza en mayo, quitamos casi todo: se tira al suelo y se queda como materia orgánica”, indica Ramón. Si eres un melocotón recién nacido y superas esa primera criba, empezarás a crecer como un príncipe con una habitación propia: el hermano más cercano en el árbol estará a un mínimo de 20 centímetros de distancia. Además, te embolsarán entero en papel para que engordes protegido de insectos y plagas, lo que te permitirá madurar grande, naranja, duro y sabroso. Bien pancho. Te arrancarán cuando te vean perfectamente rollizo, perfecto, presto al mordisco; cuando seas una joya agraria. Sin embargo, ni con esas te habrás ganado la denominación comercial de “etiqueta negra”.

Melocotones de Calanda embolsados para protegerlos de plagas, granizo y demás
Melocotones de Calanda embolsados para protegerlos de plagas, granizo y demásDavid Remartínez None

En el camino hacia la caja de la DOP, el 40% de esos melocotones aristocráticos caen antes de tiempo del árbol y son destinados para zumo. Estén como estén. Del 60% restante -los que siguen felices en la rama-, más de la mitad tampoco cumplirá el calibre, color, dulzor y demás condiciones estrictas de la “etiqueta negra”. Así que la selección final entre los que superaron el clareo de mayo resulta igual de brutal en octubre: de los 400 frutos no arrancados en el árbol, apenas unos 120 lucirán la DOP después de la recolección. Siempre que las heladas, el granizo y la escasez de mano de obra no mermen la cifra todavía más, como suceder a menudo.

¿Cómo distingues el resultado? Si es una fruta “etiqueta negra”, ha de venir con la bolsa de papel biodegradable en la que ha crecido. Su piel no puede mostrar ni una mácula -abolladuras o manchas-, amén de cumplir con su gran tamaño y mostrarse firme al tacto, casi duro. Al hincarle el diente, claro, tiene que desplegar esa distinción, ese dulzor suave pero voluptuoso que lo hace único. Que cada melocotón sea un Ernesto desde el primer bocado hasta el último, cuando asoma el enorme hueso.

También faltan brazos

Hace un sol del carajo este 11 de octubre, víspera del Pilar, pero de lo primero que habla Javier González, el hijo de Ramón, es de la máquina para ahuyentar granizadas. Un cañón con bombonas de acetileno que, media hora antes de aparecer una tormenta ominosa, dispara un ruido infernal al cielo para deshacer el pedrisco en cuanto aparece en una aguanieve inofensiva, que caerá en radio de un kilómetro alrededor de la finca, protegiendo la cosecha de su mayor amenaza junto con las heladas. En 2022, casi la mitad de todo el melocotón se perdió por el pedrisco y la congelación: ni las máquinas lo evitaron.

Javier tiene 25 años, mirada firme y recio acento de Teruel como su padre, de 65. Ambos insisten en el tercer hándicap de futuro: “El problema de la mano de obra es muy grave. Este año hemos tenido que dejar variedades tempranas porque no teníamos gente para embolsar. Para coger sí encontramos trabajadores, pero para embolsar y para el clareo, no”. Ni siquiera en una comarca, el Bajo Aragón, donde la migración es abundante.

Se recogen uno a uno y con mimo
Se recogen uno a uno y con mimoDavid Remartínez None

¿Pagan poco por el clareo, el embolsado o la recolección? “Once euros por hora brutos: eso es lo que nos cuesta a nosotros. Al trabajador le quedan unos 8,5 euros por hora limpios. Pero casi todos los que empiezan lo dejan a los pocos días”, señala Javier. A diferencia de en otros sectores, los contratos los realiza la cooperativa, para asegurar la faena a los jornaleros y las cuadrillas a los socios.

Un futuro complicado

La DOP espera una cosecha de cuatro millones de kilos. Se están vendiendo ya, porque salen directos al minorista en cuanto se recolectan, sea tienda pequeña o cadena de supermercados, ya que mantienen acuerdos con algunas de ellas. Una parte, variable según el año, se exporta, sobre todo a Suiza y Alemania. La parte del león del beneficio, como en casi todos los mercados, se las lleva el intermediario: la distribución.

Los melocotones seleccionados para la DOP
Los melocotones seleccionados para la DOPDavid Remartínez None

Ramón y Javier ríen de nuevo pensando en que algún año lleguen a sacar un euro de beneficio por cada kilo. “No creo que suceda, la verdad. Con las multinacionales entrando en el sector es muy difícil que sobrevivamos, porque además no hay casi relevo generacional”. La cooperativa La Calandina suma unos 150 socios, pero que exploten realmente sus tierras, apenas cincuenta. Muchos se están centrando en el aceite -de la variedad empeltre-, o sobre todo en el almendro, que requiere menos dedicación que el melocotón.

Miras las fincas al sol, con cada melocotón embolsado, las cuadrillas cosechando firmes pero despacio, pieza a pieza, es inevitable pensar que, incluso en las fruterías más pijas, el precio de esta delicia artesanal sigue siendo más barato que el de un kilo de gominolas. Que también vienen en bolsa, sí, pero bien distinta (como también lo es su contenido).

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Sobre la firma

David Remartínez
Es periodista y escritor. Ha aprendido en periódicos, revistas, radio, televisión, páginas web... Y también ha vendimiado, ha recolectado melocotones, ha trabajado en una fábrica de alimentos congelados y en otros sitios con menos glamur pero mucha vida. Aparte de escribir sobre comida, que le encanta, también edita libros de no ficción.
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