¿Por qué comemos uvas en Nochevieja y roscón en Reyes?
Por mucho que insistan los cuñados, las 12 uvas no se toman porque hubo un excedente de producción. Y aunque les duela, el roscón viene de Francia. Descubre el auténtico origen de ambas tradiciones.
Si en la primera entrega los protagonistas fueron el pavo, el aguinaldo navideño, las comidas regionales –muchas de ellas prácticamente desaparecidas por obra y gracia de los globalizados langostinos y foie con tostaditas– y los menús viejunos de verdad, hoy nos centramos en la segunda parte de las fiestas. Pasen y vean por qué comemos doce uvas en fin de año y de dónde viene el tradicional roscón de Reyes.
Nochevieja y las doce uvas
Acercándose el 31 de diciembre aparecen como setas en periódicos, televisiones y blogs las historias que cuentan por qué comemos doce uvas en Nochevieja. Si tú también piensas que en 1909 hubo un excedente de producción de uvas y que los españoles empezamos a tragarlas a lo tonto al son de las campanadas, vives engañado. Pero no sufras, los medios de comunicación tampoco suelen tener ni idea y replican como loros ese mito que, a base de repetición y copia-pega, se ha incrustado ya en el imaginario popular.
Sobre el origen real de la tradición de las uvas escribí un largo artículo el año pasado, del que resumiré aquí lo más importante para que podáis cortarle a vuestro cuñado cuando empiece con lo del excedente. La primera referencia escrita a las uvas de Nochevieja que he encontrado (La Iberia, 1 de enero de 1893) dice —mencionando a un medio de la competencia— “No sabemos si El Estandarte habrá seguido la costumbre de comer las uvas á las doce de la noche en punto de ayer, para preparar la felicidad del año nuevo”. Es decir, que en las navidades de 1892 comer uvas ya era una costumbre al menos en Madrid.
Al año siguiente los periódicos de la capital hablaban de “la imperecedera costumbre de comer las uvas al oír sonar la primera campanada de las doce” ('El Correo Militar', 2 de enero de 1894) y también de que “hasta hace pocos años eran muy contadas las personas que comían uvas el 31 de Diciembre al sonar la primera campanada de las doce de la noche. Hoy se ha generalizado esta práctica salvadora, y en cuanto las manecillas del reló señalan las doce, comienza el consumo de uvas más ó menos lozanas. Es cosa indiscutible, según algunos autores. Las uvas, comidas con fe la última noche del año viejo, proporcionan la felicidad durante el año nuevo“ ('El Imparcial', 1 de enero de 1894). No se aclaraban ni entonces, porque como vemos unos decían que era algo nuevo, otros que antiguo, los de más acá aseguraban que las uvas eran sólo tres simbolizando alegría, salud y dinero, mientras que los de allá comentaban que era una costumbre imitada de los franceses y que había que comer un racimo entero.
Pocos años más tarde, El Imparcial del 31 de diciembre de 1897 menciona en un artículo llamado 'Las uvas milagrosas' dos cosas importantes: que ya las uvas eran 12 y que eran tan baratas que se las podía permitir cualquiera. Para poner de moda las uvas no hizo falta una supercosecha sino un cambio de costumbres. Lo que se hacía normalmente en Nochevieja (entonces llamada Día del Año, Víspera de Año Nuevo o del Año Saliente) era quedarse en casa, rezar con recogimiento y si acaso montar un teatrillo familiar jugando a los estrechos y leyendo "motes para damas y galanes", unas obritas de teatro humorísticas que se representaban entre amigos.
El fiestón grande de las Navidades, al menos en Madrid, era la noche de Reyes. Los lugareños salían de farra a engañar a algún asturiano o gallego recién llegado a la ciudad y le hacían creer que los Reyes Magos eran de verdad. Como los gamusinos pero con alcohol, vaya. Debido al desfase y a las diversas tropelías que ocurrían esa noche, en 1882 el Ayuntamiento empezó a cobrar cinco pesetas (una barbaridad para la época) a todos los que quisieran ir de parranda por las calles madrileñas. De modo que los chulapos se quedaron sin jarana hasta que decidieron adoptar la moda de las uvas de una manera festiva y popular: comiéndolas delante del reloj de Gobernación de la Puerta del Sol. El mismo reloj que ahora vemos durante la retransmisión de las campanadas, colocado en 1866.
En 1903 se habla por primera vez en prensa de la fiesta con uvas de la Puerta del Sol, y en 1905 el gentío que acudía era tan grande que se cerraron las calles adyacentes, causando quejas de vecinos indignados por semejante "fiesta salvaje, propia de ignorantes y gente vulgar". La tradición de las 12 uvas fue vista durante mucho tiempo como algo pagano, supersticioso y contrario a los hábitos decentes. El 1 de enero de 1915 el periódico 'El País' contaba que la moda de las 12 uvas había comenzado a finales del siglo pasado entre las familias aristocráticas e imitadoras, en la intimidad del hogar o del reservado de un restaurante. Lamentaba la conversión de esa fiesta familiar en una “callejera, ruidosa, grosera y acarnavalada” en la que las mujeres no estaban a salvo de los tocamientos de los desconocidos que atestaban la Puerta del Sol.
Sea como fuere, la moda de las uvas se extendió por toda España a principios del siglo XX, y aún hoy seguimos todos tragando uvas al son del mismo reloj.
El roscón de Reyes es francés
Aunque la receta del roscón tal y como lo conocemos hoy es bastante moderna, tenemos que remontarnos a la antigüedad para descubrir el origen del haba o sorpresa. Igual que la fiesta de Navidad, la de Epifanía se ubicó en el calendario cerca de las antiguas saturnales romanas, esas en las que se alteraban las normas sociales y los esclavos eran servidos por sus amos. Durante esas festividades se repartían unos pasteles redondos de frutos secos, que evolucionaron después en unos panes o bollos (siempre circulares) en los que se introducía un haba. El afortunado que encontraba el haba en su porción de pastel era elegido rey de la fiesta y reinaba por un día.
Durante la Edad Media la Iglesia intentó acabar con la fiesta de los locos, otro jolgorio invernal de origen pagano en el que se elegía a suertes un rey de los tontos u obispo de mofa. Estas antiguas prácticas han perdurado de algún modo en dos elementos de nuestra Navidad actual: las bromas del Día de los Inocentes y la sorpresa del roscón del Día de Reyes. Julio Caro Baroja señala en su obra Los Vascos (1972) que el rey de la faba es mencionado en varios documentos navarros del siglo XIV, pero al parecer la costumbre se perdió después, o no llegó a extenderse en toda España, porque a mediados del XIX el mismísimo Madrid no sabía lo que era el haba ni el roscón. El día de Epifanía se tomaban distintos postres como el dulce de Reyes Magos, una especie de flan hecho con compota de manzanas y huevos.
En los primeros días de enero de 1848 varios periódicos de la capital recogían una información que hablaba de “los usos y costumbres de diferentes países de Europa” según los cuales “suelen reunirse varias familias o amigos con objeto de comer un gran bizcocho que llaman torta de Reyes. Se introduce una almendra en dicha torta, y aquel a quien le toca se llama rey […] y paga una comida o merienda a todos los concurrentes”. En los años siguientes el pastel de Reyes se fue introduciendo en las fiestas de la élite y ya en 1887, el periódico La Época decía que la “torta de Reyes” iba ganando prosélitos en nuestro país.
El 6 de enero de 1889, el mismo medio ampliaba la información dando alguna pista sobre el origen del roscón: “La torta de Reyes, indjspensable en Francia, ha tomado carta de naturaleza también en nuestras costumbres, de tal modo, que seria interminable la lista que pudiéramos formar de las casas en donde se comerán esta noche los ricos gâteaux des rois, cuyas escondidas habas designarán como reyes de la fiesta á los felices mortales á quienes la suerte otorgue la fortuna de su posesión”. Y pasa a contar cómo el gâteau des rois francés (“pastel de reyes”, no confundir con la galette de rois), una especie de pan dulce en forma de rosco, era tan popular en el país vecino que había sido capaz de sobrevivir a la Revolución.
El 4 de nivoso del año tercero de la República –lo que viene siendo el 24 de diciembre de 1792–, el alcalde de París Nicolas Chambon prohibió la elaboración y venta de roscones por ser antirrevolucionarios. Creía que los pasteleros que osaran hacer semejante dulce no tenían más que intenciones liberticidas, mientras que los compradores sin duda debían de querer conservar la supersticiosa costumbre de la fiesta de los Reyes en nombre de los déspotas absolutistas. Los revolucionarios mezclaban churras con merinas y a Melchor con Luis XIV, pero la verdad es que el pobre roscón tuvo que recibir durante unos años el nombre de gâteau des sans-culottes.
Felipe V (1683-1746), primer Borbón español y nieto de Luis XIV, trajo consigo la costumbre de celebrar la Epifanía igual que en su país de origen, roscón incluido. No debió de trascender más allá de los muros de palacio, porque mucho después tuvo que ser la pastelería La Mallorquina la que trajera en torno a 1868 a un pastelero francés para “lanzar al consumo, por primera vez en España, de los famosos gateaux” (El Fígaro, 6 de enero de 1919). Esta afirmación coincide con las fechas de las primeras citas que hemos visto de la torta de Reyes, así que la vamos a dar por buena.
En un largo artículo dedicado al roscón, el diario Fígaro cuenta cómo “en Madrid cada año la fabricación aumenta. Y poco a poco la costumbre se extiende a las provincias, donde a la vuelta de unos años seguro que se habrá aclimatado. De todos los dulces que en los hogares se saborean, ninguno tan familiar como el roscón de Reyes. Contribuye a ello la costumbre […] del obsequio de los fabricantes, cuyos regalos van siendo más importantes cada vez, desde la sencilla haba o el diminuto muñeco de porcelana hasta la moneda de oro triunfal”. Prosigue el texto citando a varias de las pastelerías que hacían roscón en 1919, como la primigenia La Mallorquina, la confitería Prast (hogar del Ratoncito Pérez), La Suiza, La Villa Mouriscot o Viena Capellanes, que vendió ese año unos 65.000 roscones a un precio de entre 1 y 5 pesetas.
Se suele asumir que el bolo do rei portugués, muy similar al roscón de Reyes, es de origen español, pero igual que el nuestro es de padre galo: comenzó a hacerse alrededor de 1870 en la pastelería lisboeta Confeitaria Nacional con una receta traída de Francia. En 1900 aparecía ya la receta en El Arte Culinario de Adolfo Solichón, antiguo repostero de la Casa Real, y se hacía igual que ahora, con harina, huevos, azúcar, levadura, leche, ron, agua de azahar, mantequilla y corteza de limón y naranja, adornado por encima con azúcar y calabaza confitada. 116 años después, seguimos sin comernos las frutas escarchadas, pero que a nadie se le ocurra quitarlas: la tradición es la tradición.
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