La temible pornografía del 'mukbang'
Un poco de intrahistoria para que valores de verdad mi trabajo: no sabes lo difícil que resulta a veces elegir el asunto de esta columna. Para hoy, por ejemplo, tenía tres jugosas posibilidades: las peleas de gatas entre Jamie Oliver y Gordon Ramsay, el caso del agricultor argentino que murió tras tener sexo con un espantapájaros, y el fenómeno del mukbang, la moda coreana de retransmitir tus atracones por internet y hacer dinero con ello. Son tres temazos, lo sé, pero a los telechefs británicos ya los tengo muy tratados y lo del chuscador del hombre de paja me inquieta demasiado, con mi mente llevando la historia de Dorothy en El mago de Oz por los caminos de la parafilia. Así que tras mucho debate interno me he decidido por la marcianada asiática, que tiene tela.
El mukbang surgió en 2011 en esa Terra Mítica del friquismo tecnológico que es Corea del Sur, pero ha sido este año cuando sus ecos han llegado a Occidente. Sus ídolos, apenas salidos de la adolescencia, plantan una cámara delante de la mesa, la conectan a la Red y empiezan a emitir imágenes de ellos mismos comiendo, soltando los inevitables “mmmm” y “aaaaah”, y comentando lo que zampan. A la vez, chatean con sus cientos de miles de seguidores, también jóvenes, y reciben con alborozo las microdonaciones que éstos les hacen. Son de poco dinero, pero tacita a tacita las superestrellas llegan a ganar 8.500 euros al mes con su impudicia alimentaria.
BJ Benzz (se llaman a sí mismos “BJs” porque son broadcast jockeys), Wangju, BJ Beomprika y otros héroes del mukbang ingieren toneladas de comida al día y presentan evidentes problemas de sobrepeso, pero su negocio es demasiado lucrativo como para dejarlo. Explican que sus fans les ven porque buscan compañía y no quieren comer solos. El elemento interactivo resulta clave para el enganche: a diferencia de un programa de cocina convencional, el televidente puede comunicarse con el bj, e incluso modificar su comportamiento: uno de los actos más demandados por la audiencia es el de chupar los huesos, lo que confirma mi tesis de que el mukbang es un modo tan sutil como modernísimo de pornografía.
En el vídeorreportaje que hizo la web Munchies sobre el mukbang hay una escena turbadora: una de sus divas, BJ Hanna, se encuentra en persona con tres admiradores con los que sólo ha tenido contacto virtual. Se van a cenar juntos, y los chavales no la miran directamente: están pegados a sus móviles siguiendo la retransmisión de lo que tienen en frente de sus narices. Ojalá sea sólo timidez, y no premonición de un futuro terrorífico en el que la representación ha vencido definitivamente a la realidad.
Esta columna se publicó originalmente en la Revista Sábado de la edición impresa de EL PAÍS.
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