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Ola de frío en los restaurantes

Mikel López Iturriaga

Foto: Flickr

Por una vez y sin que sirva de precedente voy a utilizar esta plataforma para plantear una reivindicación personal, con el convencimiento de que ahí afuera hay mucha gente que piensa como yo. ¿O es que soy el único que está harto de morirse de frío en los restaurantes en verano por culpa del aire acondicionado? Seguro que no.

El estío español es caluroso, lo que obliga a la mayoría de los locales públicos a encender sus aparatos de climatización para que a los clientes no les dé un soponcio mientras disfrutan del menú. Vale. Pero esto no significa que haya que someter a los comensales a temperaturas glaciales y chorros de aire gélido, como ocurre en tantos y tantos sitios. Hasta donde yo sé, la criogenización viene bien cuando te mueres, no cuando vas a comer algo con los amigos.

En julio y agosto entramos a los restaurantes con los lógicos modelos veraniegos: en los informales, con camiseta, pantalones cortos o sandalias; en los más serios, con camisa de manga corta o vestidito. Si no hemos sido precavidos cogiendo un jersey, un chal o una manta zamorana, en muchos nos helamos porque el aire está puesto a tope, sin complejos. Tiritamos al acabar de comer, cuando la temperatura de nuestro cuerpo sube por la digestión. Y nos agarramos resfriados y anginas por culpa de esta práctica que nos hace parecernos en lo malo al país más derrochador del mundo, rey en el abuso del aire acondicionado: Estados Unidos.

Si la temperatura recomendada por el Ministerio de Industria para los espacios públicos en verano es de 26 grados, ¿por qué un importante sector de los hosteleros patrios piensa que a 18 -si no a 17 o 16- es cuando se está "fresquito"? ¿Cuál es el motivo de ese antiecológico gasto de dinero y energía que no repercute en el bienestar del consumidor, y del que sólo se acaban beneficiando las farmacéuticas?

Se me ocurren dos explicaciones. Una, que los camareros tienen más calor que los usuarios porque están trabajando y moviéndose de un lado para otro, por lo que muchos tienden a dar caña al termostato sin darse cuenta de que los clientes no sudan como ellos. La segunda teoría es que algunos encargados no distinguen bien entre dichos clientes y la carne, el pescado y demás alimentos que conservan en las cámaras frigoríficas. Aunque ésta es una pura especulación de mi cosecha.

Conviene hacer aquí una mención a ese pequeño subgrupo de la profesión camareril que pasa deliberadamente de las quejas por la llegada de la edad de hielo. Ellos están bien, así que tú no eres más que otro caprichoso dando la tabarra. Te dicen: "Sí, ya lo bajo". Hacen como que tocan el mando del aire, y lo dejan igual. Entonces no queda más remedio que volver a llamarles la atención y recordarles que en la escala del confort el que paga importa más que el que sirve. El capitalismo es así de cruel.

En descargo de los restauradores, hay que decir la climatización de espacios grandes es complicada, y que como pasa en muchas oficinas, mantener una temperatura uniforme en todos los puntos resulta casi imposible. En los restaurantes en los que hace frío, yo me recorro todas las mesas libres, y cuando hay suerte doy con una en la que sopla menos el viento siberiano. Aparte de esta dificultad con la distribución de frigorías, también es cierto que las prácticas abusivas con el aire acondicionado no son exclusivas de los comedores: las tiendas y, sobre todo, los cines, suelen convertirse en verano en morgues en las que se podrían mantener cadáveres durante días sin rastro de descomposición.

Para comer bien no sólo son importantes los platos: un ambiente agradable y tranquilo -otro día hablaré de esa otra lacra nacional que es la música en los restaurantes- logra que el disfrute gastronómico se multiplique. Por eso, estimados señores hosteleros, hay que bajar el aire acondicionado o suprimirlo cuando no es necesario. El planeta les estará eternamente agradecido. Y los clientes y sus gargantas, todavía más.

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Sobre la firma

Mikel López Iturriaga
Director de El Comidista, web gastronómica en la que publica artículos, recetas y vídeos desde 2010. Ha trabajado como periodista en EL PAÍS, Ya.com o ADN y colaborado en programas de radio como 'Hoy por hoy' (Cadena Ser), 'Las tardes de RNE' y 'Gente despierta'. En televisión presentó programas como El Comidista TV (laSexta) o Banana split (La 2).

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