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Las metodologías activas ganan peso en la Universidad

El nivel de autonomía del alumnado en los estudios superiores es terreno abonado para las pedagogías más novedosas

Extra Formación 14/05/23
Andrea Obzerova (Getty Images)

Aprendizaje por proyectos, flip­ped classroom, gamificación, design thinking, aprendizaje-servicio… Los conocidos como “nuevos métodos pedagógicos” llevan años en boca de todos. Sin embargo, como explica Manuel Montanero, director del Instituto de Investigación y Prospección Educativa de la Universidad de Extremadura (INPEx), se suelen cometer dos errores al hablar de ellos. El primero es calificarlos de “nuevos”, ya que muchas de estas metodologías activas tienen más de un siglo de historia. El segundo es asociarlos a las etapas de educación infantil y primaria. “Las primeras experiencias publicadas sobre ABP, ApS o flipped classroom, por ejemplo, se desarrollaron en universidades norteamericanas. De hecho, tienen más sentido en la educación superior porque, en su mayoría, estos métodos requieren un cierto grado de autonomía en el aprendizaje por parte del estudiante”, apunta.

Sin embargo, matiza Isabel del Arco, profesora titular del departamento de Ciencias de la Educación de la Universitat de Lleida, la generalización de estas metodologías activas en las aulas universitarias sigue sin ser un camino fácil. “El sistema universitario todavía no dispone de todos los elementos para transitar de manera rápida a una formación más acorde a las necesidades de los estudiantes del siglo XXI, las metodologías siguen siendo tradicionales en su mayoría”, sostiene la experta, que ha visto en la pandemia “un punto de inflexión”, ya que obligó a muchos profesores universitarios a cuestionarse la tradicional clase magistral y a buscar otras formas de hacer docencia.

Conocer y elegir

Lo que no quiere decir, coinciden todos los expertos consultados, que la clase magistral tenga que ser desterrada. “El profesional de la educación debería conocer las estrategias y técnicas suficientes, entre ellas la clase magistral, para conseguir el objetivo final, que es que el alumno llegue a unos objetivos de conocimientos y destrezas”, señala María Luisa Calatayud, profesora asociada del Área de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Oviedo y de la Universidad Complutense de Madrid.

Calatayud lleva desde 2016 aplicando estrategias de gamificación en el aula, que pasan por la utilización de reglas de juego en una situación que en principio no es lúdica. “La gamificación viene del marketing. Todos tenemos tarjetas por puntos. Pero se ha llevado a la educación para llegar a alumnos más desmotivados, para hacer accesibles contenidos más complejos, para generar trabajo cooperativo”, explica. Hay gamificaciones muy simples (apps de cuestionarios con recompensas), pero ella ha ido un paso más allá, creando una narrativa, escenarios de realidad virtual y aumentada, y diferentes niveles para sus alumnos del Máster de Educación Especial: “La idea era que los alumnos viesen otras formas de dar clase, porque al dedicarse a la educación especial no les va a servir solo con la clase magistral”.

Casi dos décadas llevan en la Facultad de Formación del Profesorado y Educación de la Universidad Autónoma de Madrid poniendo en marcha experiencias de aprendizaje-servicio (ApS), una metodología que integra el servicio comunitario en el currículo y que ya está “institucionalizada” y completamente integrada en todas las universidades públicas madrileñas. “Siempre decimos que el aprendizaje-servicio es bueno, bonito y barato”, afirma Pilar Aramburuzabala, profesora titular del Área de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad Autónoma, que considera que desde un punto de vista pedagógico esta metodología activa “es la más rica y potente” por la motivación que despierta en el alumnado. “Se aprende más cuando la práctica está vinculada a una necesidad social”, sostiene la experta, que considera que todos los alumnos deberían experimentar al menos una vez con el ApS en la universidad: “Despliegan sensibilidad y compromiso, aprenden a mirar el entorno de otra manera, a ver que su carrera no es solo para ellos y para su propio bienestar, sino que esos conocimientos se tienen que poner al servicio de los más vulnerables”.

Otra metodología activa al alza en el entorno universitario es el flipped classroom o clase invertida, una forma de hacer docencia que transfiere algunos procesos del aprendizaje fuera del aula y deja el tiempo de clase para potenciar los procesos de construcción colaborativa del conocimiento, la reflexión, el debate y la comunicación. Isabel del Arco lleva tiempo aplicándolo en su docencia y formando a otros profesores en la materia. Por su experiencia, el modelo de clase invertida no solo tiene beneficios para los alumnos (motivación, implicación y satisfacción, mejora del rendimiento, empuje al trabajo colaborativo entre iguales, estímulo de la autorregulación y la participación activa en los procesos de planificación y evaluación…), sino también para los profesores que en estas metodologías han de desempeñar un papel “de mediador y de apoyo en el proceso de aprendizaje”.

Reticencias en la aplicación pese a los beneficios

Para Manuel Montanero, las metodologías activas presentan muchos beneficios, principalmente para el aprendizaje de competencias, “en particular de competencias transversales, como trabajar en equipo, hablar en público, investigar o aprender a aprender”.
Pese a ello, siguen existiendo resistencias a su aplicación. Sostiene María Luisa Calatayud que se ha encontrado con dos, fundamentalmente. Por un lado, una resistencia de los profesionales docentes: “Las metodologías activas requieren actualización y tiempo para preparar y diseñar cada proyecto, para generar materiales e instrumentos de evaluación, y no siempre se tiene ese tiempo, ni los medios ni las ganas”. Por otro lado, de los propios alumnos: “Están muy acostumbrados a que se lo den todo masticado; en el momento en el que rompes con eso y das paso a un aprendizaje más autónomo, les cuesta”. 
Su opinión la comparte Isabel del Arco, para quien el reto sigue siendo conseguir “una verdadera corresponsabilidad” entre los estudiantes. “Yo digo que nos llegan a la universidad institucionalizados. Por eso, cuando encuentran un equipo de profesores que trabajan de forma diferente, inicialmente les cuesta, aunque al final valoran muy positivamente esta forma de aprender”, argumenta.

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