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Tecnología y geopolítica, dos caras de la misma moneda

La carencia de grandes firmas digitales propias supone una desventaja para la Unión Europea en la arena global

Óscar Granados

Es una frase hecha, pero siempre útil: una imagen dice más que mil palabras. Porque la foto aún importa. Nadie quiere perdérsela ni quedarse al fondo, un poco en la sombra. Todos quieren estar en el centro, coger buen sitio, estar bien enfocados y con la mejor luz. Y esto se ve en todos lados, incluso en la geopolítica. No es casualidad que en la toma de posesión de Donald Trump, los magnates tecnológicos se arremolinaran para presenciar el juramento del nuevo presidente de Estados Unidos. Allí estaban, en enero de este año, Elon Musk (X y Tesla, entre otras), Mark Zuckerberg (Meta), Jeff Bezos (Amazon y The Washington Post), Sundar Pichai (Google/Alphabet) y Tim Cook (Apple). La estampa era clara: los monstruos digitales y la fuerza de la Administración de la primera economía mundial se alineaban bajo la misma lente.

Un mes después de que se diera esa imagen, el presidente chino, Xi Jinping, hizo lo propio: presidió una reunión con una veintena de líderes de empresas tecnológicas de primer nivel: Alibaba, Huawei, DeepSeek, Tencent, Xiaomi, CATL y BYD, la compañía de vehículos eléctricos. Los dos mundos se han fusionado. “La tecnología y la geopolítica son sinónimos”, señaló Bruno Maçães, analista geopolítico y ex secretario de Estado de Asuntos Europeos de Portugal. “La tecnología es la fuente última del poder, del poder geopolítico”, argumentó. Fue alrededor de 2018 cuando Maçães, en sus visitas a Washington, empezó a escuchar esta idea: si no se tiene cuidado, el mundo occidental podría volverse chino. La frase lo intrigó. “¿Qué significa que el mundo se vuelva chino? Pensé que el mundo era físico o metafísico, creado por Dios o por un accidente cósmico, pero no por China”, rememoró en el foro Tendencias 2025.

Un territorio no físico

También pensó que una imagen como la que se había visto en Washington y en Pekín no se podría replicar en la Unión Europea. “¿Podríamos ver una foto de Ursula von der Leyen, presidenta de la UE, rodeada de los principales consejeros delegados tecnológicos? No, por dos razones. Primero, porque no nos gusta esa combinación de poder económico y político”, expuso. Y segundo —y más importante—, porque no tenemos grandes empresas tecnológicas. La mayor compañía europea creada en los últimos 40 años nació en este país: Inditex. “Es un éxito enorme. Pero debemos darnos cuenta de que estamos sacrificando nuestro poder tecnológico, que hoy se ha convertido en poder sobre el territorio, porque el territorio actual no es físico: ante todo es tecnológico”, aclaró Maçães.

Pasemos a otra imagen: durante la conferencia de Sharm el-Sheij (Egipto), en la que se firmó en octubre pasado un inestable acuerdo de paz entre Israel y Gaza, se tomó una instantánea en la que aparecían Trump, los líderes europeos (entre ellos Pedro Sánchez) y de Oriente Medio, y en una esquina, el secretario general de la ONU y Gianni Infantino, presidente de la FIFA. “Ese es el símbolo del orden internacional que Estados Unidos se toma en serio”, destacó Cristina Gallach, ex secretaria general adjunta de la ONU y miembro de Global Women Leaders Voices. “Vemos actores regionales cuya presencia tiene sentido, pero también figuras que nada tienen que ver entre sí”. Además, solo aparece una mujer: la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.

Para Gallach, esa fotografía resulta significativa. “Una buena parte de la humanidad ha estado tradicionalmente excluida de los espacios de toma de decisiones y de representación”. Este problema de exclusión se agrava porque la comprensión del planeta se aleja de la fórmula occidental. Ya existen formas alternativas de entender el desarrollo social y económico, la democracia o incluso modelos de organización alejados del Estado de Derecho, según explicó en su intervención Pol Morillas, politólogo y director del think tank CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs). Estas ideas no solo no convergen a escala global, sino que tampoco lo hacen en la propia relación transatlántica, pues “la Administración Trump considera que la idea europea es un mal modelo para gobernar el mundo”, añadió.

Fuera de juego

Como resultado, Estados Unidos cree que puede llevar la política de poder al extremo según sus intereses. Mientras que del otro lado, la Unión Europea tiene dificultades para jugar ese juego porque va en contra de su ADN. “Europa no se construyó para ejercer un poder duro, sino para promover la cooperación, el multilateralismo y el consenso”. ¿La solución? Pasa por un Viejo Continente más unido. “Europa solo podrá desempeñar un papel en el planeta si profundiza su integración” (completar su mercado único, siguiendo los informes de Draghi y Letta, y una mayor integración en defensa). En otras palabras: “mayor integración para ganar influencia”.

“El mundo está cambiando claramente”, advirtió Maçães. El desarrollo tecnológico, combinado con la búsqueda de un nuevo orden que el Sur Global espera que sea más justo que el actual, está generando una transformación profunda. “Muchos países sufren porque la transición es caótica y, en estos procesos, los más débiles son los más afectados. Pero otros prosperan. Y muchas naciones están en un punto incierto”, aseguró. Lo único claro, agregó, es que el poder cultural occidental está cayendo muy rápido. “En África se escucha música sudafricana; en Asia oriental, música y cine coreano o japonés. La tecnología se ha globalizado y, al hacerlo, el diferenciador que tenía Occidente se reduce”, concluyó.

Europa necesita conectar con las renovables ibéricas

Decir que la energía es un asunto geopolítico no es novedoso. Lo sabemos desde hace siglos, y lo hemos sufrido en varias crisis en las últimas décadas: desde la de los años 70, con la subida de los precios del petróleo, hasta la más reciente, con la invasión rusa de Ucrania, que ha dejado a Europa contra las cuerdas. Hoy, lo llamativo es que España se ha posicionado como líder en renovables y como un jugador que mueve ficha en el tablero. “España es cada vez más atractiva para la industria intensiva en electricidad, algo que no entusiasma a todos los países europeos”, dijo Beatriz Corredor, presidenta de Redeia. En España, el recurso principal es el hidráulico (limitado y difícil de ampliar) y, por supuesto, el sol y el viento. Desde el año 2000, según Corredor, el país ha liderado la instalación de energía renovable, más necesaria que nunca, pero con el problema de que no llega adonde más se necesita: al norte del continente.

“Europa necesita que la energía renovable de España y Portugal llegue a los países donde se demanda”, agregó la presidenta de la corporación. El mercado europeo, basado en el algoritmo marginalista, funciona bien cuando hay competencia real, pero para ello requiere interconexiones suficientes. Y la península Ibérica está en un extremo del sistema. “Aunque la electricidad no tiene pasaporte, para algunos países parece que sí. Por eso es imprescindible que el continente cofinancie refuerzos internos y nuevas interconexiones”. Sin ello, no será posible cumplir los objetivos de autonomía estratégica.

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Sobre la firma

Óscar Granados
Es periodista. Estudió Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón (México) y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Colaborador habitual del suplemento Negocios.
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