Un bestiario de artesanía inaugura la alta costura en París
En sus dos primeras jornadas, Schiaparelli, Chanel, Dior y Valli demuestran que la exclusiva cita de la moda francesa es un espectáculo donde se mezclan la tradición con la imaginación más desbordada
En La divina comedia, la inmensa obra escrita por Dante en 1308, el lobo representa la avaricia, el león el orgullo y el leopardo la lujuria. En el mundo real hiperconectado del siglo XXI poco importan esas referencias. El simbolismo reinterpretado por las redes o la lectura directa de una imagen son siempre más llamativos. Es imposible que Daniel Roseberry, mago del trampantojo y del juego visual, no supiera de antemano que sus looks con falsas cabezas de animales serían virales. Quizá no anticipó que se comerían por un rato una extraordinaria colección, la número quince desde que el texano comenzó a diseñar para Schiaparelli.
¿Cómo se enfrenta un creador a una colección? ¿Cuáles son sus dudas, contradicciones, su infierno personal, su lienzo en blanco? Todo eso se preguntaba Roseberry antes de comenzar a diseñar. La respuesta la dio este lunes en París a las 10 de la mañana. La alta costura, se vio ya a esa hora, sirve justo para mostrar un espectáculo de artesanía, fantasía, imaginación, teatro, filosofía, literatura, infiernos y vítores.
De los 32 pases de la colección solo tres fueron los animales de falsa taxidermia. Vistos en conjunto cobraban sentido de quimera: ese ser mitológico mitad ser humano, mitad animal. Lejos de parecer trofeos, como algunos interpretaron en una polémica que fue el tema del día, los animales simulaban una parte de las modelos, y las modelos parte de los animales. No fue el único juego, heredado siempre de Elsa Schiaparelli, la primera diseñadora en utilizar el estampado animal que empleaba como guiño surrealista. Es por eso que todos los directores creativos de la casa han reinterpretado esta aportación de la italiana.
Esta vez hubo pájaros y pavos reales en unos bustieres que se alzaban rígidos sobre el pecho. Las teselas en vestidos y faldas y los juegos de esferas de madera completaban elaboraciones complejísimas. Otra fusión fue la de la ropa masculina con los clásicos códigos femeninos: esmóquines con cinturas estrechas y volúmenes en hombros y caderas en homenaje a Shocking!, el perfume creado por Schiaparelli. Para ella, nunca nada era lo que parecía. Para Roseberry, que, además de con famosos, llenó el front row de clientas luciendo esqueletos dibujados, pechos dorados sobre las prendas y orejas y narices en bolsos, tampoco nunca lo es.
Otros animales, estos ideados por el artista francés Xavier Veilhan, colaborador de Virginie Viard en un diálogo creativo que iniciaron en 2022, fueron los que acogieron el desfile de Chanel. En el espacio amplísimo del Grand Palais efímero (el original sigue en remodelación) aparecieron desde los bordes animales creados en madera y cartón del que surgían modelos, como pequeños caballos de Troya. “Virginie Viard me pidió si podía trabajar alrededor de la idea del apartamento de Gabrielle Chanel y de su bestiario. Encuentro interesante la idea del bestiario para evocar la relación en constante evolución en nuestra sociedad”, explica Veilhan. Un elefante, un caballo, un pez, un perro, un cocodrilo, y por supuesto, un león, animal emblema de la casa francesa.
La colección mostró todos los códigos de Chanel: los trajes de tweed, esta vez con minifalda o bermudas, el rosa, los encajes delicados y la superposición de sedas y tules, bordados, volantes, pasamanería. Había también volúmenes en las faldas, algo no tan usual; referencias al circo en chisteras, chaquetas de doble botonadura, guantes, botas y pajaritas. En los bordados aparecían, además de flores, un clásico, animales como zorros y golondrinas, protagonistas del velo del traje de novia, que, por cierto, salió en el último pase de uno de los elefantes de Veilhan. Una colección de 51 looks que crearon un universo lúdico, con “ligereza y fantasía, pero sin ingenuidad”.
Dior sorprendió con su sencillez. Parece que Maria Grazia Chiuri no necesita espectáculo porque sus clientas, y sus ventas, hablan por sí solas. Si la costura es una demostración de virtuosismo y efectos, la diseñadora italiana se desmarcó realizando una colección formal y sobria con un trabajo delicado de artesanía que presentó en un escenario adornado con collages de la artista afroamericana Mickalene Thomas que celebraban a las mujeres negras con una superposición de rostros de artistas como Ophelia DeVore o Nina Simone.
La colección, de hecho, se basaba en Josephine Baker, la cantante de jazz que, en plena cumbre de su éxito, fue clienta de Christian Dior. “Las prendas caen sobre el cuerpo y lo acarician. En seda, terciopelo, a menudo con un efecto arrugado, un ritmo sincopado que añade vitalidad al tejido”, explicaba la nota de prensa del desfile. Colores metalizados y encajes finísimos, plisados manuales y crepes de seda conviven en la colección con austeras lanas frías y tweeds.
Lo de Giambattista Valli son otro tipo de animales. Su virtuosismo con el tul ha llegado a un punto en el que el volumen que alcanzan sus vestidos los sitúan en un reino muy lejano al de un armario. Las enormes colas de capas de tul superpuestas que seguían a las modelos a metros de distancia parecían tener vida. Una fantasía absoluta que terminó con un vestido de novia imponente y un final a ritmo de Rennaisance, el tema de la serie The White Lotus que se ha convertido en un hit de la modernidad con su adictiva y barroca mezcla instrumental. Una canción que es el resumen perfecto de este arranque de la alta costura.
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