Realismo, entretenimiento y democracia: la alta costura se deshace por fin de sus estereotipos en París
¿Qué es ser ‘couturier’ en el siglo XXI? Las propuestas de Balenciaga, Chanel o Armani en la semana de la alta costura demuestran que hay otras formas de aproximarse al oficio más exclusivo del mundo
En 1968 Cristóbal Balenciaga decidió cerrar su salón parisino y sus talleres en Madrid de forma definitiva. Dos años antes, Yves Saint Laurent inauguraba su línea de prêt-à-porter, Rive Gauche. Aunque la unión del diseñador y la fábrica llevaba casi una década siendo algo más o menos habitual, el hecho de que él, precisamente, decidiera expandir su negocio hacia la producción en serie y el diseño práctico daba a entender al mundo que la alta costura, hasta entonces la única forma de entender la moda de autor, se había convertido en un nicho reservado a unos pocos (cada vez menos) privilegiados.
Desde entonces, la pregunta siempre ha sido la misma: ¿para qué sirve la alta costura? Durante los primeros años de este siglo, la teatralidad de Alexander McQueen o de John Galliano en Dior sirvió para devolverle relevancia a la moda entendida como espectáculo y para reactivar el motor de la compra de accesorios y cosmética, pero en esta última década de colecciones cápsula, colaboraciones infinitas y reinado absoluto del merchandising de lujo, al margen de los creativos dedicados enteramente al negocio hecho a medida, muchos se preguntan si tiene sentido seguir diseñando e invirtiendo en dos colecciones de costura anuales.
El pasado verano, Demna volvía a abrir los salones que Cristóbal Balenciaga cerró hace más de medio siglo. Lo hacía para presentar la colección número 50 de costura de Balenciaga, un increíble ejercicio de diseño que mezclaba los códigos del prêt-à-porter e incluso de la moda urbana con los materiales exquisitos y la pericia artesanal de la costura. Lo hizo, contaba entonces, por amor a la ropa (que no a la moda) y por rendir homenaje al maestro. De hecho, no hubo más música que el caminar de las modelos, para reflejar la solemnidad con la que Cristóbal se tomaba su trabajo.
La colección número 51 de Balenciaga, presentada el miércoles también en los icónicos salones del número 10 de la avenida George V ante solo 50 invitados, ha sido una propuesta que, como contaba Demna tras el show, no actualiza el legado de la casa, sino que “mira al pasado desde el futuro”. Ha leído el pasado de Cristóbal según sus propios códigos, como el contraste entre anonimato y celebridad, ejemplificado en una primera parte de modelos enmascaradas con cascos realizados por Mercedes, y una segunda en la que han desfilado Dua Lipa, Nicole Kidman y, por supuesto, Kim Kardashian. O como la fusión entre artesanía y tecnología, combinando bolsos-altavoz realizados junto a Bang and Olufsen con chaquetas vaqueras o vestidos de aluminio, cuero y tafetán, la mayoría reciclados. “Creo que ahora la gente demanda algo especial, no necesariamente hecho enteramente a medida. Es más un aprecio por los materiales y las ediciones limitadas o la customizacion”, contaba el diseñador. Y proseguía: “El hecho de recuperar tejidos usados es parte de esa idea”. También lo es que desde hoy y hasta el próximo viernes 8 de julio los salones estén abiertos al público con una tienda en la que, por supuesto, habrá ediciones limitadas de todos los rangos de precio para acercar esa idea de exclusividad que define a la costura a un público más amplio.
Si Demna, artífice de un nuevo modo de comunicar e interpretar la moda, afronta la alta costura desde una curiosa y muy única fusión entre elitismo y democracia, Virginie Viard, directora creativa de Chanel, lo hace desde el pragmatismo. Una fórmula que, por paradójica que parezca, funciona: la firma francesa no ha parado de subir sus precios desde la pandemia y, sin embargo, ha crecido nada menos que un 50% el pasado año. Puede que muchos echen de menos la espectacularidad y la iconoclasia de Karl Lagerfeld, pero los diseños de Viard, quien fuera su mano derecha durante dos décadas, respetan los códigos revolucionarios de Chanel, que nacieron precisamente de la funcionalidad. Su colección de costura para este año actualiza las siluetas fluidas y rectilíneas de los años treinta del pasado siglo y las combina con botas de cowboy (la casa fue la primera en calzar a sus modelos con zapatillas en un desfile de costura, allá por 2014). Viard diseña sin pensar en alfombras rojas, sino en los armarios, incluso cuando hace vestidos a medida que ocultan cientos de horas de trabajo.
En ese sentido, la aproximación de Viard a la costura es muy similar a la de Giorgio Armani en su línea Privé. Él sí piensa (y mucho) en la alfombra roja, pero también en la realidad, aunque sea una realidad que muy pocos bolsillos pueden permitirse. Si la novia de Chanel fue Jill Kortleve, la primera modelo de talla mayor de la 36 en cerrar un desfile de la casa, la de Giorgio Armani lucía un traje de chaqueta blanco. Tras ella, llegaba una larga ovación en pie a la que quizá sea la única gran leyenda en activo de la moda; su colección, basada en el brillo y los juegos de luz de las piezas en movimiento, quizá no fuera la más espectacular de la jornada del martes, pero seguramente será, como ya es habitual, una de las que más encargos reciba.
Pero en estos tiempos que apuntan a un nuevo modo de aproximarse a la costura no hace falta tener el genio disruptivo de Demna o el ojo entrenado y práctico de Armani. Contaban los holandeses Viktor y Rolf en una entrevista reciente en El País Semanal que, en estos 30 años de carrera, han encontrado su público en las instituciones culturales y las escuelas de moda, es decir, que la alta costura no tiene que ser llevada para salir rentable. Ahora, que cumplen 30 años de moda escultural, en el sentido más literal de la expresión, han reversionado uno de sus clásicos: la ropa modular.
Ellos mismos les quitaban a las modelos la estructura armada de las chaquetas y la recolocaban hasta convertir una americana masculina en una prenda de corte victoriano. Habrá quien aún piense que la alta costura, además de artesanía y exclusividad en los materiales, debe ser esplendor, artificio visual y elitismo, pero si los tiempos han cambiado (y hace mucho que en la moda lo hicieron) este nicho de mercado no tiene que permanecer inmutable sino, como bien decía Demna en la mañana del martes, “dejar atrás el peso de la herencia”.
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