Tensión, discusiones y viejas rencillas: cómo surgen las peleas navideñas y cómo evitarlas
La Navidad suele venir acompañada de situaciones impuestas y expectativas irreales que pueden provocar estrés y tristeza. Aunque a veces sean inevitables, los psicólogos avisan de que este no suele ser el mejor momento para resolver conflictos


Una herencia que se complicó, un agravio de hace años que no ha terminado de cicatrizar, ligeros desacuerdos que podrían escalar, la organización de las propias fiestas o, simplemente, algunas bromas sin gracia que empiezan a causar incomodidad. Los motivos por los que una cena de Navidad puede torcerse son infinitos, y el alcohol y cierta euforia característica de las fechas no ayudan. Tampoco los deseos e ideales que hemos construido, a veces durante meses, sobre unas celebraciones durante las que cualquier desliz tiende a amplificarse.
“No son estas las Navidades que yo quería”, exclama Enid, desolada, al final de Las correcciones. Esta obra de Jonathan Franzen es, quizá, la última “gran novela americana” y, sin duda, el libro que mejor recoge todo lo que puede fallar durante una Nochebuena familiar. Enid tiene 75 años y, a la vista del deterioro de la salud de su marido, ha estado planeando desde marzo unas “últimas Navidades” junto a sus tres hijos adultos y sus nietos. El libro recoge los meses previos a la reunión y termina con un desastre más que anunciado. Allí todos son, en parte, responsables de la situación triste y cruel que han generado, incluida la propia Enid, quien desde el principio impuso a los demás unas expectativas muy poco realistas.
Pero no hace falta vivir en el Medio Oeste estadounidense para que esta historia nos suene. Todo el mundo recuerda algún incidente durante una reunión familiar que se planeó con esmero. Dependiendo de si se ha sido espectador o protagonista y de si quien lo provocó fue un pariente lejano o alguien muy cercano, el conflicto se recuerda como una simple anécdota o bien se interpreta como la señal definitiva de que algo falla dentro de la estructura familiar. En cualquier caso, conviene saber qué hacer cuando el problema se ve venir y la conversación se tuerce.
Una situación que nos tensa a todos
Mar Ricart, psicóloga y directora del centro NIU en Barcelona, explica que si tantas fricciones surgen en estas fechas es porque antes no habían tenido el espacio necesario para hacerlo: “Las celebraciones son un espacio de concentración relacional donde se juntan muchas personas con historias y dinámicas que, normalmente, durante el resto del año están diluidas o no aparecen. Ahora se mezclan ahí, en una ensaladera de emociones que crea un caldo de cultivo perfecto para que emerjan conflictos que son legítimos”, confirma. No obstante, esta profesional cree que una celebración navideña no es el momento de abordarlos inmediatamente: “Que un conflicto sea legítimo, no significa que el mejor momento para tratarlo o resolverlo sea una comida o una cena de Navidad. A veces no se trata de evitarlo, pero sí de posponerlo para cuidar de nuestro bienestar emocional y del resto de las personas que no tienen por qué pasar un mal rato o aguantar algo que no les corresponde”, apunta.

¿Y qué hacer cuando estamos siendo testigos de una discusión? Responde Esther Verdaguer, también psicóloga y coordinadora del Centro Itersia: “Lo más útil suele ser bajar la intensidad y no entrar en el contenido de la discusión. Hablar en un tono calmado, validar la emoción —‘veo que esto os está afectando mucho’— y proponer una pausa. Todo eso puede ayudar más que intentar averiguar quién tiene razón”. Lo prioritario es rebajar la tensión. La estrategia será la misma respecto a los temas a abordar: “No se trata de censurarse, sino de elegir el momento. La mesa no siempre es un espacio seguro para debates complejos. Priorizar la convivencia y dejar ciertos temas para conversaciones más privadas o para otra situación es, muchas veces, una forma de cuidado emocional colectivo”, continúa Verdaguer.
Además de las cuestiones más íntimas o propias de cada familia, parece que la política encabeza la lista de “temas delicados”. Según el último Atlas de la polarización en España, uno de cada cinco españoles vivió una discusión fuerte por motivos políticos en las cenas de Nochebuena o Nochevieja del año pasado y ya son seis de cada diez los que prefieren evitar posibles debates. No es una estrategia descabellada y es que, de acuerdo con la misma publicación, España presenta un índice de entropía ideológica (dispersión de posiciones) superior al de Alemania, Francia o Italia, lo que significa que los ciudadanos se están agrupando en dos bloques muy definidos y no se manejan del todo bien cuando salen de su burbuja social.
Entre la concordia y el conflicto
Películas recientes como Romería o Los domingos reflejan muy bien toda la tensión que se puede acumular sobre una mesa alrededor de la que se reúnen varias generaciones de la misma familia. En la primera, Marina, la protagonista, es una recién llegada con muy poco en común con la familia de su padre, que la está acogiendo por primera vez. Aunque el suyo es un caso extremo, es habitual que alguien se sienta desplazado o extraño dentro de su propia familia, sobre todo a medida que pasa el tiempo y las trayectorias vitales divergen. En estos casos, Ricart aconseja aceptar esa distancia emocional sin juzgar: “Lo mejor es reconocer que uno ha cambiado y que el resto ha seguido su camino. Siempre se pueden buscar conexiones auténticas dentro de lo posible, disfrutar de momentos neutrales o compartir recuerdos comunes sin forzar afinidades actuales. A veces, simplemente acompañar la reunión con curiosidad y sentido del humor es suficiente para no sentirse excluido”, asegura.

También es posible encontrar argumentos a favor de hacer explotar todas las tensiones. En este sentido, resulta muy útil el Manual de la feminista aguafiestas (Caja Negra, 2023), un ensayo en el que la filósofa Sara Ahmed defiende que la gestión de los conflictos no debe consistir en evitarlos para mantener una concordia engañosa, sino en exponerlos, sea cual sea el ambiente, como una forma de resistencia política. “Si cuestionar cierto estado de cosas hace a la gente infeliz, estamos dispuestas a hacer a la gente infeliz”, afirma la autora. “Muchas de las historias de la feminista aguafiestas comienzan con la experiencia de no encontrar algo gracioso”, escribe la autora algo más adelante, llamando a no reírse de ningún chiste que no nos parezca divertido porque va en contra de algún miembro del grupo o porque ridiculiza a colectivos completos.
Ricart entiende también estas posturas y añade que, en estos casos, ser un poco aguafiestas no es generar enfados por diversión, sino que se puede entender como otra forma de cuidado que actúa desde la ética personal: “Aunque suponga tensar un poco el ambiente festivo, siempre debemos proteger a quienes podrían verse perjudicados y mantener la integridad propia”, explica.
Así que, con la posibilidad de una discusión rondando todas las celebraciones, está claro que la Navidad es un momento de especial activación emocional, que nos coloca ante algunas decisiones difíciles. De hecho, Ricart añade que cuando estas situaciones tienen un componente traumático “las reuniones familiares pueden reactivar recuerdos, emociones o sensaciones corporales que no siempre son conscientes”. Por eso, dice, es frecuente que muchas personas terminen las fiestas más cansadas o desanimadas. “No es debilidad: es una respuesta emocional comprensible ante contextos que remueven experiencias no resueltas”.
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