¿Deberíamos dejar de tener citas tradicionales?
Surgen voces que se postulan en contra de la típica quedada para tomar algo o cenar y proponen soluciones alternativas, como invitar al otro a un plan cotidiano. En cualquier caso, lo más importante es abrir la posibilidad de diseñar encuentros a medida, más honestos y flexibles


Una mesa para dos, un camarero que despliega la carta con solemnidad y dos desconocidos que se esfuerzan por resultar agradables y llenar los silencios incómodos. Él piensa en qué pregunta (de las que le ha proporcionado ChatGPT) lanzar a continuación; y ella se pregunta si está moviendo demasiado las manos. La escena resulta familiar: una cita en su versión más clásica, con todo lo que conlleva de ritual, de extrañeza, de expectativas y de presión. En teoría, la finalidad de una cita no es otra que la de conocerse. Pero, en la práctica, se parece más a un examen o a una entrevista de trabajo que a un encuentro entre dos personas que buscan una pareja.
En esas ocasiones, cada gesto, palabra y respuesta improvisada se califica y registra como si fuera parte de una lista mental de comprobaciones: ¿es suficientemente divertido? ¿Compartimos valores? ¿Hay chispa? Las citas clásicas parecen tener una especie de guion tácito que millones de personas de todo el mundo repiten cada día desde hace décadas. Pero, ¿tiene que ser necesariamente así? Psicólogos y especialistas en relaciones llevan un tiempo preguntándose si el ritual de la cita tradicional sigue teniendo sentido en la actualidad. O si lo tuvo en algún momento.
Fue precisamente esta cuestión la que lanzó hace un año la psicóloga belga Esther Perel, reconocida por su trabajo sobre el deseo, la infidelidad y las dinámicas de pareja, por sus charlas TED y por libros como Inteligencia erótica o El dilema de la pareja. La autora acudió como invitada al podcast What Now? presentado por Trevor Noah. Preguntada por la “cita perfecta”, respondió que, en realidad, no existe. Según ella, lo que se debería hacer al conocer a alguien no es concretar un encuentro artificial, lleno de estrés y de comportamientos raros, sino integrar a esa persona cuanto antes en la vida cotidiana. “De esta forma, la ocasión no es un encuentro fuera de la vida real”, afirmó, “sino una oportunidad de observar a la persona sobre el terreno en el que realmente se mueve”. Frente a la cita clásica, con sus códigos casi teatrales, Perel planteó una alternativa: invitar al otro a un plan cotidiano, como un paseo, una comida con amigos o incluso una actividad que ya teníamos planificada previamente.
La comparación de “la cita como entrevista laboral” no le resulta ajena a Montse Cazcarra, psicóloga especializada en autoestima y relaciones y autora de libros como Amor sano, amor del bueno. “Coincido con ella, pero solo en parte”, matiza. A su juicio, reducir la cita a una entrevista encorsetada puede ser dañino, pero dejarse llevar más y abandonarse al flujo emocional, evitando la parte más racional, también encierra algunos riesgos.

Para Cazcarra, el reto pasa por encontrar un equilibrio entre explorar la compatibilidad de forma ultrarracional y permitir que haya espacio para la emoción. “Es importante poder disfrutar del momento, permitirnos conectar y recoger cómo nos hemos sentido con esa persona durante el ratito que hemos compartido, pero también aprovechar ese tiempo para conocerla de verdad y ver en qué medida esa persona puede ofrecernos lo que buscamos, cómo se comporta en su vida... Con esa información podremos valorar si queremos seguir conociéndola o no”, afirma.
Ventajas y desventajas de quedar para un plan cotidiano
Perel sugería integrar al otro en la vida cotidiana desde el inicio. ¿Un plan con amigos? ¿Una actividad familiar incluso? Para Cazcarra, “hacer esto permite observar patrones de conducta más auténticos: cómo se relaciona con los demás, cómo es su rutina, etcétera. Además, reduce la presión de tener que impresionar, pues hay más muestras de conducta a partir de las cuales podemos darnos a conocer”. Pero también advierte de desventajas importantes que conviene tener en cuenta: “Puede generar confusión en cuanto a los límites. El conocernos mutuamente necesita de cierta estructura. Y la intimidad, por su parte, requiere de tiempo para construirse y lo hará de forma progresiva. Además, no todos los contextos cotidianos permiten integrar al otro desde el inicio. Por ejemplo, ¿qué ocurre si tenemos hijos? Si somos personas a quienes nos cuesta poner límites, decir adiós y soltar vínculos. Es una estrategia que desaconsejo”.
Según datos recopilados por la aplicación de citas Bumble, en 2020 las actividades preferidas por los españoles a la hora de conocer a alguien eran, en este orden: tomar un café (33%), tomar una copa (28%) y cenar (24%). ¿Sigue siendo esto así? Probablemente no del todo, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Actividades como quedar para hacer deporte o, simplemente, pasear han ganado muchos adeptos.

Pero aun con todas las críticas e inconvenientes, el esquema de la cita —cena, bar, café, cine— persiste. Y no es por casualidad. “Se ha mantenido porque cumple una función: resulta predecible al ser por todos conocido, nos guía en cuanto a la interpretación de señales y ofrece un tiempo exclusivo de atención al otro”, subraya la psicóloga. Este marco compartido proporciona coherencia y regula las expectativas. Por ejemplo, si después de la cena alguien propone tomar una copa, el gesto se interpreta como una señal de interés. La cita funciona como un ritual social con una serie de códigos tácitos muy claros.
El precio de ese ritual, sin embargo, es la presión que muchos sienten por mostrarse de una determinada manera. “Tras una cita en la que damos lo mejor de nosotros, el rechazo resulta doloroso, incluso si apenas conocemos a la otra persona. Por eso activamos mecanismos de defensa, filtros y máscaras que muestran una versión más socialmente deseable, menos auténtica”, explica Cazcarra. Esta tensión nos aleja de la espontaneidad y dificulta la construcción de un vínculo auténtico.
Cuando las aplicaciones convierten el amor en un ‘casting’
El auge de las aplicaciones de citas ha reforzado, en opinión de Cazcarra, la lógica de la cita-entrevista. La selección rápida, el deslizar perfiles y la abundancia de opciones transforman el encuentro en un “casting” de potenciales parejas. “La inmediatez y la sensación de tener tantas alternativas fomenta una mercantilización de los demás y de los vínculos en general”, advierte. El efecto colateral es doble. Por un lado, los usuarios terminan quemados tras repetir una y otra vez las mismas conversaciones superficiales. Por otro, se instala la percepción de que las potenciales parejas son productos fácilmente desechables. “Dejamos de verlos como personas y empezamos a hacerlo como un producto sobre el que debemos decidir si nos lo quedamos o no. Esto tiene un punto deshumanizante que nos acerca a conductas poco responsables en lo afectivo, como desaparecer de repente mediante el tristemente célebre ghosting”, añade. El resultado: citas vacías, deshumanizadas, y que dejan tras de sí una sensación de insatisfacción.

Ante la pregunta de cómo escapar del esquema de la “cita perfecta”, Cazcarra propone un itinerario de preguntas que cada persona debería hacerse. Lo primero es observar cómo imaginamos ese encuentro ideal “para discernir con qué nos queremos quedar y por qué eso es importante para nosotros. También qué queremos cuestionar y reformular”. Ese ideal puede ser, además, una forma de defensa. En algunos casos, la idealización de la cita perfecta es una estrategia para desconectarnos de lo emocional: “Si tengo unas expectativas muy altas respecto a cómo me sentiré y cómo será una cita perfecta, raramente alguien podrá cumplirlas”. Nos protegeremos de sentir y, por tanto, también del sufrimiento.
La psicóloga recomienda poner sobre la mesa qué queremos obtener realmente de esos encuentros. “Podríamos, por ejemplo, cambiar la cena por un desayuno o una merienda. Y el cine por un paseo”, propone. El formato importa menos que la coherencia con lo que buscamos. Para no caer en dinámicas de autosaboteo, conviene reconocer hacia qué extremo tendemos. “Si solemos dejarnos llevar demasiado por los sentimientos, tanto que nos olvidamos de nuestros estándares y de lo que buscamos, deberíamos prestar más atención a la parte racional. Si, por el contrario, racionalizamos demasiado, habría que flexibilizar esa rigidez”, explica.
Cazcarra sugiere no obsesionarse tanto con la forma o estructura que adopta la cita, “y pensar más en qué se nos mueve por dentro, con qué emociones conectamos, qué miedos aparecen, qué peso tiene el miedo al rechazo en esos momentos y qué tan auténticos nos mostramos”. Tengamos una cita tradicional o no, lo más importante es abrir la posibilidad de diseñar encuentros a medida, más honestos y flexibles. Encontrar un espacio en el que, sin dejar de atender a la compatibilidad y a nuestras necesidades, podamos permitirnos sentir, mostrar vulnerabilidad y ver al otro “de verdad”.
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