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El impactante árbol del amor (o de Judas): un estallido de flores fucsias que luego dan paso a pequeñas vainas

La floración de este ‘Cercis’ es admirable y su poético nombre proviene de la forma de sus hojas, algo acorazonadas. Es una especie nativa de Oriente Próximo, suele rondar los 10 metros de altura y una de sus peculiaridades es que se ve tanto formada con un solo tronco como con varios

Árbol del amor o de Judas
Eduardo Barba

Las floraciones en marzo se suceden la una a la otra y despiertan poco a poco, para añadir tonalidades a los campos y jardines. Después de las de los almendros y a la par de las de otros arbolitos, como los ciruelos ornamentales (Prunus cerasifera var. pissardii) o los perales de flor (Pyrus calleryana ‘Chanticleer’), comienzan a despuntar las flores del árbol del amor (Cercis siliquastrum). Este poético nombre proviene seguramente de la forma de sus hojas, algo acorazonadas, y de la espectacular floración rosa intensa, lo que además ocurre sobre las ramas desnudas del árbol.

Esta especie también recibe otro nombre menos poético, el de árbol de Judas, porque cuenta la tradición que sería en el que se ahorcó el mismísimo Judas Iscariote. A pesar de ello, según se dice, es más probable que ese nombre sea una deformación de uno de sus lugares de origen, Judea, al ser una especie nativa de Oriente Próximo y del este mediterráneo.

La floración de este Cercis es admirable, ya que sus flores brotan incluso de la corteza del árbol, hasta de sus partes más viejas. Esto último se comprueba fácilmente cuando se aprecia emerger desde los troncos sus manojos de color rosa, una floración denominada caulifloria, como también le ocurre al cacao (Theobroma cacao) con sus pequeñas flores blanquecinas. En el caso del árbol del amor, parece como si la furia desatada de la primavera le hiciera estallar desde dentro de su ser con miles de flores, que se arraciman en grupos tan densos que no dejan sitio la una a la otra, y que ocultan las ramas bajo sus pétalos rosados. Estas flores contrastan de forma muy bella contra la corteza oscura y hendida de la planta.

La abundancia de las flores del árbol del amor ocultan prácticamente las ramas.

Después de la floración llega la brotación de las nuevas hojas, en un atractivo verde claro. A la par que las hojas crecen, comienzan a elongar los frutos de la planta, pequeñas vainas que recuerdan a minúsculas legumbres, ya que el árbol del amor pertenece a esa misma familia de los guisantes, garbanzos o judías: la de las leguminosas o fabáceas. Cuando llegue el otoño, las vainas habrán adquirido un color marrón chocolate, y penderán de los troncos y de las ramas del árbol. Generarán una bonita sintonía tonal con las hojas caducas, que tiñen de verde desvaído primero, amarillo suave después, antes de caer al suelo.

Si se quiere germinar alguna de las miles de semillas que produce este árbol, hay que darle algo de ayuda para que se produzca el milagro de la vida. La cubierta de cada semilla es una capa dura e impermeable, por lo que es ideal echar la semilla en agua muy caliente —sin que llegue a hervir—, y dejarla en esa misma agua durante 12 horas. Pasado ese tiempo se procede a sembrarla en el sustrato, a ser posible rico en materia orgánica y con muy buen drenaje. Es importante no enterrar la semilla en exceso; con medio centímetro de profundidad como máximo ya es suficiente.

Las vainas de este árbol se tiñen de rojo antes de secarse.

Cuando la plántula germine se le ha de buscar un sitio soleado para que se desarrolle muy fuerte. Es imprescindible no dañar sus raíces en los posteriores trasplantes a macetas más grandes a medida que crezca, ya que el árbol del amor es muy sensible a los cambios en su parte radicular. Una vez que se plante en tierra, ese ha de ser su lugar definitivo, porque cualquier posterior movimiento le afectaría en exceso, provocándole la muerte.

No es un árbol de gran tamaño, por lo que suele rondar los 10 metros de altura. Una de sus peculiaridades es que es una especie que se ve tanto formada con un solo tronco como con varios. De tal guisa se ve uno muy añejo en el parque de El Capricho, en Madrid; también es famoso el árbol del amor multicaule —de varios troncos— de la colina del Palatino, muy cerca del Coliseo romano, con unos seis o siete grandes brazos que reptan sobre la tierra, ejemplar al que se le calculan casi 200 años.

Muchas flores brotan de la misma corteza del árbol.

Amante del sol, hay dos cultivares habituales de esta especie. Uno de ellos florece en blanco, de ahí el nombre de Cercis siliquastrum ‘Alba’. El otro cultivar, de coloración aún más intensa que la especie tipo, se llama Cercis siliquastrum ‘Bodnant’, y tiene flores de un fucsia arrebatador. Recibe su nombre por haberse cultivado por primera vez en el Bodnant Garden, en Gales, en 1876. Si en un garbeo por el parque primaveral se encuentra un árbol del amor con sus flores luciendo contra el cielo azul, se recibirá uno de los impactos visuales más potentes, un flechazo botánico que perdura en el tiempo y que ya no abandonará jamás a la persona recién enamorada.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.
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