¿Sabes diferenciar un pétalo de un sépalo? ¿Y de un tépalo?
No todas las partes de una flor son tan vistosas, bellas o coloridas como sus pétalos, pero sí son igual de importantes para su supervivencia


Una de las características más buscada en las plantas es la vistosidad de sus flores. Sea como fueren, se requiere que sean atractivas, de una u otra forma. Las hay con grandes pétalos coloreados que se ven desde un kilómetro de distancia, dispuestas a recibir a todo aquel polinizador que lo desee. Otras, en cambio, son pequeñas y discretas, pero igual de efectivas para engatusar a abejas y mariposas. Para estos insectos, los pétalos de las plantas son igual que los carteles de neón para los humanos: un reclamo que no se puede evitar mirar. Y eso es lo que desean fervientemente esas flores: que las vean bien, que las visiten, que se rebocen en ellas y que, de paso, las fecunden con la carga genética de otro ejemplar de su propia especie.
La base de una flor arquetípica se llama cáliz, y está formada por los sépalos, fáciles de localizar si se piensa en un capullo de rosa con sus sépalos verdes aún cerrados. Estos sépalos son unas hojitas cuya función primordial es la de proteger a los pétalos y a los órganos sexuales mientras están inmaduros —como si fueran una suerte de guardaespaldas—, cubriéndolos con su propio cuerpo. Así, mientras dure el proceso de crecimiento de las distintas partes internas, los sépalos reciben el sol, la lluvia, el viento, la nieve… sin que el resto de la delicada flor se dañe; estos sépalos saben hacer frente a todas esas inclemencias. Asimismo, los sépalos se convierten en una barrera defensiva contra los insectos y otros animales que vengan con malas intenciones. Con este último fin, a veces se recubren de pequeños pelos con glándulas —tricomas— que emiten un líquido viscoso, para dejar atrapados en ellos a aquellos bichos con malas intenciones y desviar el avance de otros, como las hormigas.
Está visto que las flores son la joya de la corona, y toda precaución es poca. Por esto mismo también hay capullos florales cubiertos por sépalos vellosos, como ocurre con ciertas magnolias caducas (Magnolia stellata, por ejemplo). Esta pubescencia es un abrigo confortable para el resto de la flor, que permanece arropada cual bebé en su cuna. En el caso de estas magnolias, cuando se produce la apertura floral, los sépalos caen, por lo que se consideran unos sépalos efímeros. Pero, un momento…, ¡resulta que las magnolias no tienen ni sépalos ni pétalos! Lo que parecen sépalos peludos son, en realidad, tépalos sepaloides; lo que parecen pétalos blancos, son tépalos. Un poco más adelante se intentará aclarar este galimatías del pétalo, el sépalo y el tépalo.

Volvamos primero de nuevo a los sépalos, para apreciar que también hay otros persistentes. Incluso cuando el fruto está maduro, ellos seguirán allí. Esto lo habrá podido comprobar aquella persona que se haya comido una pera o una manzana. Tanto los perales (Pyrus communis) como los manzanos (Malus domestica) tienen unos sépalos tan resistentes que se pueden ver en la parte baja del fruto. Son esas pequeñas “escamas” negruzcas o amarronadas que todo el mundo evita comer, de consistencia dura y seca.
Hay algunas plantas en las que los sépalos son otro motivo más de goce estético. En este grupo está la abelia (Abelia x grandiflora), cuyos sépalos persistentes de color rojizo generan un atractivo contraste con la corola blanca de la flor y las hojas verde brillante de este arbusto, de uso muy frecuente en jardinería. Todo esto y más se puede contar de los sépalos, una estructura que recibe poca atención para la importancia que tiene en el mundo vegetal.

Antes se ha mencionado otra parte de la flor que no era ni un sépalo ni un pétalo: el tépalo. En este florido trabalenguas, el tépalo es lo que tienen las magnolias (Magnolia spp.), tulipanes (Tulipa spp.), las azucenas (Lilium spp.), los lirios de día (Hemerocallis spp.), los lirios (Iris spp.). Es la parte externa y colorida de esta lista de flores, una parte que no se distingue claramente ni por ser un sépalo ni por ser un pétalo, y por eso se denominan con este nombre. Si se piensa en el tulipán, no hay un sépalo con una forma distinta o un color verdoso que cumpla una función protectora de los pétalos, sino que son los propios tépalos los que tienen ese cometido de salvaguarda.
Y así se llega a los pétalos, los protagonistas de esta historia. O no, porque, ya sin espacio para regocijarse en su belleza y utilidad, habrá que esperar a otra ocasión para hablar de ellos. Sus colores esta vez han pasado algo desapercibidos, para dejar el papel principal a otras partes de la flor igualmente fascinantes.
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