Lo que ves en la mayoría de calles no son árboles, sino grandes arbustos
Este tipo de plantas gozan de un enorme éxito en los entornos urbanizados: de la camelia que adorna las ciudades del norte de España al clásico laurel o la adelfa en los lugares con los veranos más tórridos de la Península
No siempre es posible plantar grandes árboles en las aceras de las ciudades y pueblos. Cuando la calle tiene tan solo ocho metros de anchura, la elección de una especie arbórea suele estar adaptada a ese espacio. Las ventajas de pasear por una calle arbolada son innegables, aunque sea a la sombra de pequeños arbolitos de copas contenidas en pocos metros de diámetro. De esta forma, se buscan aquellas especies que tengan poco desarrollo o que resistan bien las podas, para estructurar su anatomía todos los años. Muchos pequeños árboles son los elegidos para esas vías diminutas, como el naranjo amargo (Citrus x aurantium) o el arce de Montpellier (Acer monspessulanum).
Pero cuando uno de estos pequeños árboles se planta para dar sombra, habría que tener en cuenta si se trata realmente de un árbol o de un arbusto al que se le ha guiado para tener una forma arbórea. Como regla general e inexacta, se podría considerar al árbol como una planta leñosa, generalmente formada por un solo tronco, que ramifica a partir de cierta altura, y con una copa de, al menos, cuatro o cinco metros de alto. Por el contrario, un arbusto sería una especie leñosa, ramificada con numerosos troncos desde la misma base y con una altura que no supera los cinco metros de un árbol. Todos los aficionados y profesionales de la jardinería saben bien que estas definiciones son muy flexibles, y que siempre hay excepciones que se saltan esa catalogación. Hay incluso investigadores, como Francis Hallé, que abogan por abrir el término “árbol” a otras muchas plantas, pero eso ya es otro tema.
Al tener claras estas definiciones, es sorprendente ver que en las aceras crecen muchas plantas que son, en realidad, arbustos. La manera de hacer que en el vivero un arbusto se convierta en un árbol es sencilla. Lo primero, se selecciona un solo tallo de ese arbusto, que crece en tierra, cortando el resto de las ramas. A continuación, se entutora para que crezca recto. Una vez que alcanza la altura deseada, se poda, para que ramifique y para formar una copa compacta y estética. Al contar con un solo pie, la planta ensancha rápidamente. Está claro que la copa se origina a partir de una altura mínima, para que las cabezas de los viandantes estén a salvo. Para este fin, dos metros y medio es una medida estándar bastante extendida. En cambio, si la copa de la planta está cercana al tráfico rodado, se elevan sus primeras ramas hasta los cinco metros o más, para que no sufran daños ni las plantas ni los vehículos.
Una de estas especies arbustivas transformada en árbol es la camelia (Camellia japonica). Dentro de sus miles de variedades y cultivares, hay un buen puñado que se forman en un solo tronco para adornar las calles del norte de España con sus flores, como ocurre en Galicia. Si bien es cierto que la camelia se llega a convertir en un pequeño árbol con el paso del tiempo, ese proceso natural se ve acelerado drásticamente con la tijera y la poda en los viveros.
Otra especie, aún más extendida en muchos alcorques de toda la geografía española, es el aligustre del Japón (Ligustrum lucidum). Es más fácil encontrar esta planta formando parte de un seto que como árbol, pero en pocos años genera un tamaño apreciable si se le deja a su libre albedrío. Su extraordinaria resistencia le permite vegetar casi en cualquier situación de cultivo: tanto a pleno sol como a la sombra, ya cuente con un buen riego o pasando sed, o sometido a las podas más estrictas que uno pueda imaginar. Sus raíces se adaptan milagrosamente a los exiguos espacios que se le reservan. Todavía se construyen alcorques constreñidos que asfixian las ansias de libertad de las raíces, pero este aligustre es capaz de sobrevivir en ellos. Esta planta, de la familia del olivo, no suele sobrepasar los 10 metros de altura, aunque lo normal es que mida en torno a los ocho metros. Entre sus frondosas ramas suelen anidar varias especies urbanas de aves, a lo que contribuye la densidad que puede adquirir su follaje perenne. En verano se llena de flores de color crema que transformarán sus verdes oscuros en una explosión de luz en esas calles angostas.
Otra planta arbustiva reconvertida en árbol es la adelfa (Nerium oleander), principalmente en los lugares con los veranos más tórridos de la Península. Cuando está formada como un árbol, de su tronco único aparecen continuamente brotes que, en el caso de dejarlos, volverían a transformar a la adelfa en un arbusto. Esta especie es una explosión de color durante muchos meses, a pesar de ser denostada por muchos por saberse tóxica, aunque, en realidad, no haya casos de envenenamiento por ella.
El laurel (Laurus nobilis) es un fiel compañero de los jardines desde la Antigüedad clásica. Destaca como otra arbustiva a la que se acelera su transición a arbolito con la poda. Con su sobriedad atemporal, el laurel recuerda que somos herederos de la jardinería practicada desde hace muchos siglos. Por el contrario, una adquisición moderna sería la de la fotinia (Photinia x fraseri ‘Red Robin’), que se contrapone a la sobriedad del laurel con sus colores rojizos de la nueva brotación, así como por los tonos blancos de sus inflorescencias.
Para terminar con este repaso de arbustivas transformadas en árboles viarios, el limpiatubos y la rosa de Siria son dos buenos ejemplos del éxito de este tipo de plantas en los entornos urbanizados. Ambas coinciden en poseer una floración espectacular. El limpiatubos (Melaleuca citrina), venido del este de Australia, es un favorito de muchas plazas y aceras por los rojos de sus inflorescencias imposibles. Este compañero de familia de los eucaliptos comparte con ellos el intenso aroma de sus hojas. La rosa de Siria (Hibiscus syriacus) guarda la esencia de lo bello en sus enormes flores de cinco pétalos, que a veces se doblan en su número en algunos cultivares de flores más complejas. Su gama de color es muy amplia, y va del blanco pasando por el rosado y el fucsia, e incluso por la gama de los violáceos y azulados. En muchas ocasiones, la base de los pétalos se decora con una preciosa mancha rojiza, que indica a los polinizadores el lugar al que han de dirigir sus vuelos para obtener el néctar. En estas semanas también están en flor, y acarician al viandante con su sombra. Y da igual que sean árboles o arbustos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.