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El síndrome del tercer hombre: ¿qué son las extrañas presencias que nos asisten en momentos de vida o muerte?

En situaciones de extremo peligro, muchos aseguran sentir una figura que reconforta y guía. Hay poca evidencia científica, y, si se descarta la superstición, parece que todo conduce a un mecanismo de emergencia que se activa en el cerebro para sobrevivir

El escalador italiano Reinhold Messner recorriendo un glaciar.
El escalador italiano Reinhold Messner recorriendo un glaciar.Paul HANNY (Gamma-Rapho via Getty Images)

El escalador italiano Reinhold Messner (Bresanona, 80 años) está considerado como uno de los mejores alpinistas del mundo. Messner fue la primera persona de la historia en escalar sin oxígeno las 14 cumbres de más de 8.000 metros que existen en la Tierra y por ello ha recibido multitud de premios y reconocimientos, entre ellos el premio Princesa de Asturias del Deporte en 2018. Era 1970, siendo entonces un joven de tan solo 25 años, cuando se enfrentó a su primer ochomil, el monte Nanga Parbat, en Pakistán. Pretendía ascender en solitario por la pared Rupal, la vertical más alta del planeta con 4.500 metros. Messner había dejado en el campamento base a su hermano Günther, de 24 años, con otro compañero, pero en una de las frecuentes paradas que se veía obligado a realizar en su ascenso divisó a lo lejos la figura de Günther, que había decidido acompañarlo. Tras una ardua ascensión, los hermanos consiguieron llegar a la cumbre, pero el estado de Günther no era óptimo, presentaba un fuerte mal de altura, lo que preocupó mucho a Reinhold. Poco después emprendieron el descenso por otro camino, en teoría más sencillo; la vertiente Diamir.

Günther se encontraba cada vez peor y se quedaba rezagado. Reinhold iba abriendo camino y a menudo le perdía de vista. Sus fuerzas también flaqueaban. Entonces, según describe el alpinista en su libro La montaña desnuda (2018), comenzó a pasar algo extraño: “De repente, noté que un tercer alpinista se encontraba cerca de mí. Descendía con nosotros, manteniendo una distancia regular unos pasos a mi derecha, lo que hacía que quedara fuera de mi campo de visión. No podía intentar ver esa figura y, al mismo tiempo, mantener la concentración, pero tenía la certeza de que allí había alguien. Podía sentir su presencia, sin necesidad de prueba alguna”. El acompañante no hablaba. Tampoco le asustaba. Aunque sabía que no era posible que hubiera alguien más allí, esa presencia lo ayudó a sobrevivir a una experiencia en la que su hermano acabó perdiendo la vida.

El relato de Messner no es único. En el libro El tercer hombre (Ariel, 2009), el historiador y divulgador científico John Geiger recopila varias decenas de testimonios similares. Todos tienen en común una cosa: ocurren en momentos de desesperación, de soledad extrema, en los que la proximidad de la muerte es casi segura. Muchos tienen que ver con el alpinismo, pero también con naufragios o travesías en desiertos cálidos o territorios helados. En el momento en el que parece que todo está ya perdido, aparece ese “tercer hombre” —que puede ser segundo o cuarto, dependiendo de los implicados, hombre o mujer, joven o viejo—, que suele ser callado y distante, pero que en otras ocasiones es más cercano, parlanchino o dueño de una extraña sabiduría. Siempre ayuda y reconforta. Como es obvio, esta esquiva figura parece la inspiración para el concepto del ángel de la guarda pero, ¿qué es exactamente?

Perdidos en el Polo Sur

Aunque probablemente el llamado síndrome del tercer hombre se ha dado desde los inicios de la humanidad, el primer caso extensamente documentado que existe —y al que debe su nombre— es el ocurrido en 1916 y que tiene al explorador Ernest Shackleton y a dos de sus compañeros como protagonistas. Shackleton estaba al mando de la Expedición Imperial Transantártica Británica, que pretendía cruzar la Antártida desde Vahsel, en el mar de Weddell, hasta la isla de Ross, al otro extremo del continente. Pero, debido a las gélidas temperaturas de la zona, el barco en el que viajaban se quedó atrapado en el hielo. Se vio obligado a emprender, junto con Frank Worsley y Tom Crean, una marcha suicida a pie por las montañas de la Antártida en busca de ayuda. La travesía, que duró 36 horas a temperaturas imposibles y con un equipamiento muy deficiente, les llevó hasta Stromness, una estación ballenera en la costa norte de Georgia del Sur, donde recibieron la ayuda necesaria para rescatar al resto de sus compañeros.

De izquierda a derecha, Günther Messner, Toni Hiebeler, Reinhold Messner y Fritz Maschke, en una expedición en el Eiger (Suiza), en 1968.
De izquierda a derecha, Günther Messner, Toni Hiebeler, Reinhold Messner y Fritz Maschke, en una expedición en el Eiger (Suiza), en 1968.ullstein bild Dtl. (ullstein bild via Getty Images)

Semanas después, los tres hombres confesaron algo extraño que les había ocurrido durante la marcha: la sensación de que “a menudo había cuatro, no tres” hombres en su viaje. El cuarto expedicionario no hablaba, pero los acompañó hasta su salvación y había sido percibido por todos. El relato impactó de forma extraordinaria en los medios de comunicación británicos, aunque Shackleton, siguiendo al pie de la letra lo esperable de un héroe adusto y victoriano, decidió ahogar sus pensamientos en whisky escocés y prácticamente se negó a hablar de aquel extraño fenómeno hasta su fallecimiento en otra expedición en 1922. No obstante, su historia inspiró nada menos que un pasaje del mítico poema La tierra baldía de T.S. Eliot: “¿Quién es ese tercero que camina siempre a tu lado? Cuando cuento, solo somos dos, tú y yo, juntos pero cuando miro delante de mí sobre el blanco camino siempre hay otro que marcha a tu lado deslizándose envuelto en una capa parda, encapuchado no sé si es un hombre o una mujer — ¿Pero quién es ese que va a tu lado?”. Aunque en el relato de Shackleton el extraño acompañante no es el tercero, sino el cuarto, fue el poema de Eliot el que acabó bautizando al fenómeno.

¿Por qué se produce el síndrome del tercer hombre?

Según cuenta Geiger en su libro, existen numerosas teorías para explicar por qué, cuando nos enfrentamos a situaciones extremas en las que nuestra vida está en serio peligro, aparece esta esquiva figura que transmite calma, sangre fría e incluso aporta el sentido común que puede comenzar a faltarnos. Puede ser “una ilusión o alucinación sensorial causada por los esfuerzos físicos extremos o por la monotonía; una condición médica atribuible a niveles bajos de glucosa en la sangre; un edema cerebral provocado por grandes altitudes o por el estrés por frío; una aparición fantasmal o una experiencia paranormal; la manifestación de un ángel de la guarda; o una psicológicafigura compensatoria’ que contiene ‘los recursos internos a los que la persona en apuros no es capaz de apelar en situaciones normales”, afirma el autor.

Nadie ha podido todavía demostrar de forma inequívoca las razones por las que se produce este fenómeno. El número de estudios científicos dedicados al tema son, más bien, escasos, debido posiblemente a lo específico de su aparición y a la dificultad de replicar las excepcionales condiciones en las que se produce. De todos modos, si se descarta la superstición, parece que todo conduce a nuestro interior, a un mecanismo de emergencia del cerebro que se activa cuando nos enfrentamos a un gran peligro.

El estudio más interesante realizado hasta el momento es el dirigido por el profesor Olaf Blanke y otros científicos de la Escuela Politécnica de Lausana. En su experimento, el equipo consiguió provocar artificialmente la sensación del tercer hombre en una joven estudiante que padecía epilepsia mediante la estimulación eléctrica de la unión parietotemporal izquierda, una zona del cerebro que se encarga de la organización de la información sensorial. Cada vez que estimulaban esa parte concreta, la mujer sentía de forma clara que la presencia aparecía. Cuando detenían el procedimiento, la aparición se esfumaba de forma repentina. Esa zona del cerebro parecía por tanto actuar como interruptor de la llegada del tercer hombre.

El explorador Ernest Shackleton, en el barco de regreso tras la expedición por el Polo Sur en 1909.
El explorador Ernest Shackleton, en el barco de regreso tras la expedición por el Polo Sur en 1909.Spencer Arnold Collection (Getty Images)

No es un ángel, aunque lo parece

A pesar de que la actuación de estas apariciones responde casi a la perfección con la definición del ángel de la guarda, la mayoría de los entrevistados por Geiger para su libro no lo sintieron así. Por ejemplo, Reinhold Messner se mostró muy claro en este sentido: “No, no, no. A mi juicio, es un fenómeno bastante natural, y creo que todos los seres humanos podrían tener las mismas o similares sensaciones si se expusieran a ese tipo de situaciones extremas. El cuerpo busca modos para que la persona logre sobrevivir”. Por su parte, el también montañero Greg Child le explicó: “No fue una sensación aterradora, la que cabe esperar al enfrentarse a algo sobrenatural. Sentí que su origen se hallaba dentro de mí, no fuera”.

Otra de las cosas asombrosas de este tipo de experiencias es que, en ocasiones, como el caso de Shackleton y de otros muchos, son compartidas. “Posiblemente, lo más increíble fue que Robert y yo tuviésemos [esa sensación] al mismo tiempo”, explicó el alpinista polaco Voytek Kurtyka refiriéndose a su compañero de escalada Robert Schauer, cuando ascendieron el monte Gasherbrum IV en 1985. “La sensación de que allí había una tercera persona fue tan asombrosa, tan tangible, que en un momento dado, traté de hablar con Robert, pero era incapaz de expresarme, y me limité a decir:

—Robert, me gustaría contarte algo, pero es muy extraño.

—Sé a qué te refieres —contestó—. Tú la sientes, la tercera persona.

—Sí. ¿Tú también?

—Sí”.

Náufragos que sobreviven durante días en el mar, situaciones extremas en el espacio exterior, presos que escapan de prisiones imposibles, hambrunas prolongadas… Esos son los momentos en los que el tercer hombre suele aparecer. Cuando todo está perdido, nuestro cuerpo parece tirar del tercer hombre como último recurso para superar las adversidades. Una confirmación de que, tal y como afirmó el psicólogo húngarocanadiense Peter Suedfeld, los homo sapiens somos “la especie indomable”.

En las reflexiones finales de su libro, Geiger plantea una idea fascinante. Si todos, en situaciones extremas, tenemos acceso a ese “interruptor” que activa el tercer hombre. ¿Qué ocurriría si pudiéramos recurrir a él voluntariamente en momentos complicados? ¿Sería posible generar una presencia siempre fiel, siempre presente y nunca ajena para que nos acompañase? ¿Podríamos superar épocas de angustia gracias a una presencia infinitamente comprensiva y reconfortante generada por nosotros mismos? La idea, aunque pueda parecer algo distópica y descabellada, quizá no lo es tanto. ¿No tienen muchos niños un amigo imaginario? ¿No conversan las personas que han perdido a su pareja con ella tiempo después de su fallecimiento? Quizá una clave para acabar con la soledad está ahí, dormida en nuestro interior.

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