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Nanga Parbat, la obsesión con la ‘montaña asesina’

La reciente muerte de dos alpinistas en la cumbre más mortal tras el Annapurna acentúa la agónica lucha con esta cima desde hace más de un siglo

Vista aérea del Nanga Parbat. En vídeo, imágenes del rescate de Tom Ballard y Daniele Nardi grabadas por el equipo de Alex Txikon.

Conquistar una montaña, derribarla, someterla, tumbarla… este fue el discurso que llevó al ser humano hasta la cima de las montañas más imponentes del planeta. El planteamiento, de corte bélico y nacionalista, contempló la conquista de los 14 ochomiles como un asunto de Estado: no se trataba de escalar, sino de plantarse en la cima y hacer propaganda. Era una obsesión que, en el caso de Alemania, resultó enfermiza. Fue con el Nanga Parbat (8.125 metros), pero pudo haber sido con otra cima. El caso es que Inglaterra acechaba ya el Everest, el K2 era un atrevimiento y el Kangchenjunga era demasiado difícil. Aislado del resto de cumbres, el macizo del Nanga Parbat resulta colosal a la vista y el acceso es menos complejo que el que exigen el resto de ochomiles. Además, contempla la pared más alta del planeta, en su vertiente Rupal: un abismo de 4.500 metros. Por eso fue escogida por Alemania y su fijación duró décadas, dejó un puñado de éxitos y un imponente reguero de cadáveres diseminados por las laderas de la Montaña desnuda, como se conoce en Pakistán. También dejó relatos extraordinarios y frases terribles, como esta de Reinhold Messner: “Buscando a mi hermano [entre los restos de una avalancha, en 1970] conocí la locura”.

Las obsesiones colectivas o individuales explican casi todos los avances del ser humano, también en materia de alpinismo. Hay obsesiones más legítimas y puras que otras, pero en los asuntos de montaña la muerte puede acabar juzgando el límite de cualquier obsesión. Todavía hoy existen mil maneras de entender (compartir es otra cosa) por qué un alpinista arriesga su vida para escalar una montaña. Los alemanes, igual que los franceses, los italianos o los norteamericanos, deseaban conquistar una de la 14 montañas más elevadas del planeta, así que se giraron hacia el Nanga Parbat, curiosamente el primer ochomil examinado y atacado: fue en 1895, a instancias de Albert Mummery, desaparecido en el intento. Este episodio disuadió a los más osados, pero en 1932 una expedición alemana dirigida por Willy Merkl se plantó en unos verdes prados a los pies de la vertiente Rakhiot: planteada como una expedición de reconocimiento, el equipo alcanzó casi los 7.000 metros de altitud y entendió que la ruta a la cima pasaba por allí. Dos años después, Merkl regresó, esta vez absolutamente respaldado por el régimen nazi: aquí arranca la leyenda negra del Nanga Parbat.

A principios de julio de 1934, 16 hombres acampaban a 7.800 metros, bajo un sol espléndido. Al día siguiente, pensaban, alcanzarían la cima. Pero esa misma noche, una tremenda tormenta se desató en la montaña, atrapando al grupo a unos 7.400 metros. Lo que sigue fue una huida escalofriante de la muerte… hacia la muerte. El propio Merkl, dos alpinistas alemanes y seis porteadores de la etnia sherpa de Nepal fallecieron de hipotermia y agotamiento en lo que se retrató como una de las mayores agonías de la historia del alpinismo, categoría que hubo que revisar a la baja cuando, en 1937, una avalancha segó en un instante la vida de los 16 montañeros (siete alemanes y nueve sherpas) que descansaban en el campo cuatro.

Entonces, ya se conocía dicha cima como la montaña del destino de los alemanes. O como la montaña asesina. En 1953, un total de 31 personas había fallecido tratando de conquistarla. Pero los alemanes seguían empeñados en lograrlo tras el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial. El doctor Karl-Maria Herrligkoffer, de casi nula experiencia alpinística aunque enamorado del recuerdo de su hermanastro mayor, Willy Merkl, recogió el testigo. Con un fanatismo y unas maneras de corte militar, Herrligkoffer logró reunir a un potente equipo germano-austriaco cuya estrella era Hermann Buhl, nacido en Austria. Pero Buhl no obedecía a nadie en la montaña: así, lanzó un solitario ataque a cima ayudado por un fármaco estimulante conocido como Pervitin y desarrollado por la Luftwaffe para mantener despiertos y alerta a sus pilotos. Alcanzó la cima y regresó hasta el último campo de altura tras 40 horas, para asegurar que había sido el mejor día de su vida, y esto pese a que pasó toda la noche de pie en una repisa minúscula, sin el piolet ni uno de sus crampones, aferrado a sus bastones de esquí en una mano mientras con la otra se sujetaba a un saliente de roca. También tomó Padutin, para evitar congelaciones. Irónicamente, la montaña de los alemanes, fue conquistada finalmente por un austriaco…

Pero la obsesión de Herrligkoffer no acabó aquí: dirigió con éxito la primera ascensión del Nanga por la vertiente Diamir y su obsesión se giró hacia la vertiente Rupal. Aquí arranca también la obsesión de Reinhold Messner con esta montaña: él y su hermano Günther soñaban desde niños con dicha pared, el mayor reto asumible por un alpinista. A expensas de Herrligkoffer, Reinhold hizo lo que le vino en gana una vez en la montaña y decidió atacar en solitario la parte final hasta la cima. Su hermano y otro compañero debían colocar cuerda fija en el corredor final para asegurarse una cómoda retirada. Pero Günther desobedeció a su vez y salió, horas después, tras la estela de su hermano. Sin saberlo, selló su destino. Agotados, alcanzaron la cima, pero no podían bajar por donde habían subido. Desesperado y con Günther al borde del colapso, Reinhold decidió descender por la vertiente opuesta de la montaña, la Diamir, a ciegas.

Reinhold aseguraría después que una figura, una alucinación, guió sus pasos. Juntos, tras dos vivacs, alcanzaron el pie de la montaña y cuando parecían a salvo, un alud sepultó a Günther, algo más retrasado en la marcha. Messner escarbó, gritó y gimió en la nieve todo un día, negándose a dejar de buscar. No sabía si seguía vivo cuando unos pastores lo encontraron, descalzo y con los dedos de los pies devastados por las congelaciones. Herrligkoffer le acusó de haber abandonado a su hermano en la cumbre. Reinhold regresó muchas veces al pie de la montaña para dar con los restos y salvar su honor. En 1978 escaló en solitario y sin expedición de apoyo el Nanga Parbat, abriendo una vía nueva, pero solo descansó cuando en 2005 se hallaron en el glaciar inferior de la montaña parte de los restos de Günther.

El Nanga Parbat también atrapó y soltó al norteamericano Steve House. En 2005, Vince Anderson y él abrieron una línea directa por la vertiente Rupal y descendieron atravesando la montaña. House preparó esa expedición durante 15 años y al pisar la cima supo que sería la mejor cosa “que haría en la vida”. Según sus palabras, “compartí con Vince la robusta motivación de los obsesionados…”.

Después de todo esto, sólo faltaba escalar en invierno el Nanga Parbat: en 2016 Simone Moro, Ali Sapdara y Alex Txikon lograron la primera invernal. En 2018, la francesa Révol y el polaco Mackiewicz repitieron la gesta. Mackiewicz falleció durante el descenso: era su séptima expedición a la montaña. Daniele Nardi, obsesionado con una primera invernal abriendo una nueva ruta por el espolón Mummery, falleció hace escasos días junto a Tom Ballard, en su quinta tentativa, elevando la cifra de muertos totales hasta los 85. Solo el Annapurna es más mortal en la relación entre ascensiones y víctimas. Steve House creyó que tampoco escaparía: “Una montaña me absorbió años atrás. Ahora espero emerger”.

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