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El trágico destino de Tom Ballard

Se pierde el contacto con el alpinista inglés, hijo de Alison Hargreaves, fallecida en el K-2 en 1995. El montañero intentaba una ascensión invernal del Nanga Parbat (8.125 metros) con el italiano Daniele Nardi

Tom Ballard (i) y Daniele Nardi, en el Nanga Parbat.
Tom Ballard (i) y Daniele Nardi, en el Nanga Parbat.

Tom Ballard perdió a su madre, Alison Hargreaves, a los seis años. Pero la ascendencia de su recuerdo determinó su existencia y la ausencia fue rellenada poco a poco por pura imitación. El joven Ballard decidió que sería tan bueno como su madre y, ahora, cumplidos los 30, es uno de los alpinistas más fuertes y heterodoxos del momento. Hargreaves, la primera mujer en hollar el Everest, en 1995, sin ayuda de oxígeno artificial y sin el concurso de sherpas, falleció meses después en el K2. La alpinista escocesa nunca permitió que los convencionalismos sociales condicionaran su determinación: era su marido quien cubría sus ausencias domésticas. Y estaba embarazada (de seis meses) de Tom cuando escaló la mítica pared norte del Eiger, en los Alpes.

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Ahora, en su primera aventura en un ochomil, Ballard puede haber tenido un destino igualmente trágico: podría haber desaparecido en una de las 14 montañas de más de 8.000 metros que tanto hechizaron a su progenitora. El inglés y su compañero de expedición, el italiano Daniele Nardi, están desaparecidos desde el pasado domingo en la montaña paquistaní de Nanga Parbat (8.125 metros), cima que buscaban alcanzar en invierno, abriendo una nueva vía por el espolón Mummery, en la vertiente de Diamir de la gigantesca montaña. La última comunicación de la pareja de alpinistas les situaba a 6.300 metros, altura alcanzada tras semanas de espera salpicadas de mal tiempo, viento y nevadas copiosas. Una ventana decente en la climatología adversa empujó a la pareja montaña arriba, permitiéndoles alcanzar la mencionada cota mucho más rápido de lo esperado.

Desde entonces el silencio de su teléfono vía satélite ha disparado un intento de rescate siempre complicadísimo en montañas de estas características, más aún en esta época del año y en un país que no cuenta, a diferencia de Nepal, con empresas dedicadas al rescate en altura. En Pakistán, solo el ejército y sus helicópteros vuelan en la zona, pero las tensiones con India obligan a las autoridades locales a contemplar con mucha cautela este tipo de actuaciones. Y siempre con el talonario por delante.

Un aparato de Askari Aviation, es decir, la agencia privada que gestiona en concesión los vuelos de helicópteros del ejército de Pakistán, debería haber recogido a Álex Txikón y a tres alpinistas más en el vecino campo base del K2 para conducirlos hasta el base del Nanga Parbat para rastrear  desde ese punto las laderas del espolón Mummery mediante drones. Pero el depósito económico de unos 6.000 euros adelantado para poder optar a un permiso de cima se agotó la víspera. Tal y como explica el comunicado emitido por el equipo de Nardi, “Askari Aviation solo acepta pagos por anticipado. La familia de Daniele Nardi se ha mostrado inmediatamente dispuesta al pago de la suma completa necesaria, pero los tiempos técnicos y burocráticos han impedido de facto realizarlo en pocas horas. Italia, a través del embajador Stefano Pontecorvo, ha procedido a gestionar directamente con la aviación paquistaní los pagos de la importante suma requerida por Askari para el vuelo de los helicópteros a la espera del reembolso del seguro. Por desgracia, el tiempo ha empeorado...".

Para Daniele Nardi se trata de su quinto invierno en el Nanga Parbat. Con anterioridad lo intentó con la francesa Elisabeth Revol, con el polaco Tomek Mackiewicz (fallecido el invierno pasado en este mismo escenario), en solitario y junto a Álex Txikón. Pero Nardi siempre se ha visto atraído por el interminable espolón Mummery, llamado así por el explorador británico Albert Frederick Mummery, líder de la primera expedición al Nanga Parbat, en 1895, es decir, el primer intento de alcanzar la cima de una montaña de más de 8.000 metros.

Con unos medios con los que hoy no se concebiría un intento así —no existían ni crampones ni arneses, por no hablar de los tornillos de hielo o los piolets técnicos que se emplean ahora— Mummery, John Norman Collie y Geoffrey Hastings se encararon a la montaña como si estuviesen en el Ben Nevis escocés: ligeros y dispuestos a llegar lo más alto posible con lo puesto. Alcanzaron una notable cota de 6.100 metros antes de decidir que aquello, de momento, les superaba. Un alud acabaría con la vida de Mummery días después, mientras exploraba la vertiente Rajiot de la montaña junto a dos guerreros gurjas. Así empezó la tétrica leyenda negra del Nanga Parbat. 

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