¿Mi jefe es un psicópata? Cómo detectarlo
Existen psicópatas integrados capaces de amargar la vida de quien los rodea. Alejarse de ellos es posible, pero cuando se trata de un superior escapar de su influencia resulta complicado. Invisibilizar las emociones es una manera de combatirlos, pues no solo no empatizan con ellas, sino que disfrutan del sufrimiento ajeno
Determinar si alguien es o no un psicópata es trabajo de los profesionales en la materia, pero el pensamiento es libre y vuela alto cuando alguien intenta ejercer técnicas de manipulación y demuestra poca empatía con su entorno. Pensar que podemos estar delante de un psicópata parece a priori exagerado, pero no sería descabellado si se tiene en cuenta el dato del profesor Robert Hare: el mayor experto del mundo en el estudio de la conducta psicópata estima que el 1% de la población posee esta anomalía psíquica. El psicópata se caracteriza por presentar una alteración profunda y grave en su conducta social, a pesar de que sus funciones mentales no estén alteradas. Dicho con otras palabras, es una persona absolutamente funcional que carece de conciencia emocional alguna.
No mostrar empatía, ejercer la manipulación, ser egoísta, narcisista y tiránico son algunos de sus rasgos más identificativos. Si nos acogemos al 1% de Hare, solamente en España supondría que hay aproximadamente unas 480.000 personas psicópatas. Pero la mayoría pasan desapercibidos entre la población y forman parte de los llamados psicópatas integrados. Según Vicente Garrido, catedrático de Educación y Criminología en la Universidad de Valencia, los psicópatas integrados son mucho más numerosos que los criminales: “Muchos de ellos son lo que yo llamo psicópatas funcionales, que si bien no cometen delitos, dada su personalidad contribuyen a expandir la miseria moral y psicológica en los entornos en los que actúan”.
Los psicópatas funcionales son potencialmente dañinos porque, sin llegar a la violencia física, son capaces de hacer la vida amarga al entorno con el que se relacionan, ya sea en el ámbito familiar o en un contexto como el laboral, que les permite desenvolverse maltratando psicológicamente a sus compañeros o subordinados. Para identificar este tipo de perfiles es fundamental entender cuál es su verdadera naturaleza. Garrido, también autor de El psicópata integrado en la familia, la empresa y la política (Ariel, 2024), es muy claro en ese sentido: “Los psicópatas tienen una pobre o nula comprensión de las emociones morales positivas como la lealtad, el sentido de la justicia, el amor o la compasión. En cambio, las emociones en torno al ego, como la envidia, la ira, el desprecio... son tan intensas como las de cualquier persona o más. Eso implica que, en general, no veremos comportamientos sinceros que reflejen las emociones positivas; sencillamente, porque no las sienten ni comprenden bien qué tipo de motivación puede estar detrás de ello”.
El psicópata juega con la ventaja de que puede aprender a simular el sentimiento que se espera de él en un determinado contexto. Por ejemplo, un jefe de equipo podría enviar condolencias a un subordinado ausente de su trabajo por el fallecimiento de un familiar, pero, a su regreso, nunca se comportará como lo haría una persona que sí comprende el duro momento por el que está pasando esa persona y que, en condiciones normales, respetaría su dolor y tiempo de duelo. El psicópata, en un ambiente corporativo, resulta nefasto para los que se relacionan con él y no es extraño que este tipo de perfiles alcancen puestos de poder por su fuerte componente narcisista y afán de reconocimiento. Encuentran la satisfacción en ejercer poder sobre los demás.
Con la teoría en la mano, parece fácil detectar al psicópata integrado, pero en realidad no lo es. La ficción ha contribuido a afianzar la idea de que los psicópatas son siempre los monstruos asociados al crimen. Jeffrey Dhamer, Ted Bundy o Alfredo Galán (el asesino de la baraja), entre otros, son algunos de los nombres que pueden venir a la cabeza al hablar de la psicopatía. Eso es una ventaja para el psicópata integrado que, incluso sin ser consciente de que lo es, complicará la vida a los demás mientras pasa desapercibido. Ante la sospecha de que un jefe, o un compañero, actúa como tal, Garrido apunta tres señales determinantes para identificarlo. “La primera es que buscará halagar y conquistar a la gente que piensa que le va a resultar útil, tanto en un sentido vertical (jefes) como horizontal (compañeros); la segunda es que tratará de aislar o anular a aquellos que vea como competidores o simplemente desafectos, y para ello usará su cohorte de admiradores para que les hagan el vacío; y la tercera es que, si uno presta atención, al menos a medio plazo su trabajo es errático y pobre, apropiándose de las ideas, iniciativas y esfuerzo de otros”.
Padecer una psicopatía completa no es el único motivo que puede llevar a alguien a comportarse como un psicópata. Hay personas que lo son parcialmente porque, como en cualquier otro trastorno de la personalidad, existen diferentes grados. “La psicopatía es un trastorno de cualidad más que de cantidad”, explica Beatriz de Vicente, abogada penalista y profesora de Criminología en la Universidad Camilo José Cela. “Hay personas que no cumplirían con el diagnóstico de la psicopatía, pero que sí puntuarían muy alto en la escala Hare [test elaborado por el especialista Robert Hare para determinar el grado de psicopatía de los individuos]. Muchas personas se acercan a la psicopatía sin padecerla: todos somos, en mayor o menor grado, mentirosos, a veces manipuladores e incluso narcisistas, pero no nos instalamos a vivir ahí. El psicópata, sí”, afirma la experta.
Caer en las redes de un psicópata en una relación afectiva es terrible, pero hay maneras de desvincularse. Sin embargo, cuando esa persona es tu jefe no es tan fácil huir. En este sentido, la criminóloga y conductora del podcast Bestias (Podimo) es rotunda al afirmar que existen conductas que se pueden adoptar para neutralizar a los psicópatas en un entorno laboral: “Si confrontas con el psicópata, lo alimentas. Al ponerte delante de él, te conviertes en un objetivo. Si tengo un jefe que me está haciendo la vida imposible, será mejor no mostrarle que me está haciendo daño. De alguna manera, tenemos que invisibilizar nuestras emociones, pues ellos no solo no empatizan con ellas, sino que disfrutan del sufrimiento ajeno”.
Ahora bien, hay que ser conscientes del coste humano que supone para las empresas tener psicópatas funcionales en sus plantillas y es importante que la responsabilidad de atajar los problemas morales que ocasionan recaiga en los departamentos de gestión de personal. Antonio Pamos, doctor en Psicología y consultor de recursos humanos, aclara que los abusos de poder o acoso en los entornos de trabajo no solo están identificados, sino que existe toda una legislación al respecto. “Las empresas deben ofrecer a los empleados los mecanismos adecuados para denunciar cualquier conducta inadecuada en este sentido y, desde recursos humanos, proceder para su análisis y erradicación”, considera. Para tranquilizar al lector, garantiza que las grandes compañías suelen analizar con detalle el clima de la organización para identificar esas fuentes de conflicto e intervenir para su corrección: “Personas displicentes sí son frecuentes, psicópatas de libro, no”.
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