El fin de los neutros en decoración: el color y el ‘más es más’ conquistan las tendencias
El paradigma estético en los hogares ha dado un viraje de 180 grados desde hace algunos años, cambiando la norma del beige y el blanco por otra en la que reina el exceso. El confinamiento y la necesidad de diferenciarse son algunas de las razones que lo explican
“Querida Fiona, ¿qué hay de malo en tener libros en el cuarto de baño?”. Esto es lo que preguntaba una lectora de House & Garden en el consultorio de la revista británica de interiorismo, tras recibir críticas de amigos por la peculiar ubicación de su biblioteca. Una biblioteca en el cuarto de baño es un uso del espacio que, sin duda, puede sorprender por poco habitual y porque todavía hoy, razones de higiene aparte, para muchas personas esta es una estancia de la casa en la que dominan elementos y paletas neutros, y no hay nada más personal que una biblioteca.
Sin embargo, no supone ninguna sorpresa para aquellos lectores habituales de revistas de decoración y seguidores de perfiles dedicados al interiorismo que la neutralidad de los hogares esté siendo barrida por expresiones rotundas, personales, coloridas e incluso a veces estridentes, de un gusto mucho más individualista, maximalista, barroco y con una cierta alergia a ese popular mantra estético del menos es más. También en los cuartos de baño. Donde antes no se aspiraba a otro ambiente que no fuese el de clinical bathroom —líneas depuradas, homogeneidad en los materiales y una ausencia total de objetos decorativos—, ahora llegan antigüedades, plantas de interior, alfombras, bañeras con patas y bordes redondeados e incluso piezas de arte.
No es un fenómeno aislado. El paradigma decorativo ha cambiado, y las tendencias que reflejan los profesionales, divulgadores y cabeceras que marcan el camino de lo que está por venir llevan ya un tiempo instalados en la importancia de la personalización y en una dosis de maximalismo para los hogares. Lo reflejan las casas de las celebridades, siempre termómetro de las tendencias. De aquella casa monacal fundida en beige, diseñada por Axel Vervoordt y descrita por el medio especializado Architectural Digest como “un oasis de pureza y luz de otro mundo”, en la que en 2019 Kim Kardashian presumía de familia en el 73 preguntas de Vogue USA a un diseño de interiores de lujo que se redefine en términos diametralmente opuestos.
Para conocer los nuevos parámetros estéticos no hay que buscar demasiado. Un descenso vertical rápido por el perfil de Instagram de la edición estadounidense de la revista AD —que siguen casi 10 millones de personas—, donde la jet set cultural de Los Ángeles acostumbra a exhibir sus mansiones, es más que suficiente para saber que los días en los que la estética de esa “pureza y luz” que perseguía el entonces matrimonio Kardashian-West está más que acabada para la élite. Ahora, hogares como el del productor Benny Blanco, que se hunde en sofás maximalistas de terciopelo cubiertos de peluches mientras habla a la cabecera sobre las piezas de arte —algunas personalizadas— que atesora en su casa constituyen la nueva pauta. También Charli XCX, responsable de brat, el LP del verano, ha aprovechado su ola de popularidad para mostrar su casa en la revista, y lo que muestran las instantáneas tiene más que ver con la idea de un interiorismo elevado que imperaba a mediados del siglo XX que con lo que hace poco el público podría esperar del interior de la casa de una estrella del pop de 32 años.
Objetos, elementos y fuentes de inspiración
La transformación no ha sido solo visible en las páginas en las que los más privilegiados se fotografían en sus hogares, también es palpable en las tendencias que dominan las redes sociales y en las tiendas de decoración que suplen de mobiliario a la gran mayoría de casas del mundo. En la comunicación de sus productos ahora sobresalen unas imágenes editoriales estilizadas de nuevas maneras. Se muestran cocinas que dejan a la vista parte de su menaje, o que en lugar de superficies lisas exhiben ahora el relieve trabajado de las puertas de los muebles de almacenaje, cuartos de baño en los que impera el exceso (de estilo y de elementos), lámparas llenas de personalidad (de grandes dimensiones y con diseños de pantalla originales que apelan a modelos vintage) o el regreso del papel pintado, que es cada vez más popular.
Todos estos elementos llevan ya algunos años haciéndose presentes, pero ha sido en los albores de 2024 cuando la plataforma de interiorismo Apartment Therapy dio su dominio con carta de oficialidad en su informe anual de tendencias, que cada año elaboran a partir de una encuesta a más de un centenar de diseñadores de interiores.
Además de registrar la reciente popularidad de materiales menos emparentados con las texturas naturales (como el terciopelo de esos sofás en la casa de Benny Blanco) o de paletas mucho menos suaves que cuentan con colores como el borgoña o el verde bosque, el informe de Apartment Therapy cita también estilos que están influyendo e inspirando este nuevo hogar ideal. El más sobresaliente de ellos es el estilo de casa de campo inglesa. De su popularidad dan cuenta en la ya mencionada revista House & Garden, durante tanto tiempo anclada en su universo de habitaciones recargadas llenas de referencias de biofilia, y el éxito en redes de la agencia inmobiliaria Inigo, que presume de ofrecer las mejores casas históricas de Gran Bretaña, y cuyo perfil en Instagram siguen probablemente más apasionados por el interiorismo que personas buscando adquirir una de estas viviendas.
En el informe mencionado, la inspiración de casa de campo inglesa, que vino precedida por un interés en los muebles y objetos vintage, se relaciona con el interés por perseguir el efecto de un hogar acogedor. Mezclas eclécticas de piezas de arte, tal y como señalaba en sus redes la divulgadora de interiorismo Taylor Migliazzo Simon, antigüedades, lámparas de mesa, las estanterías en las que rebosan los libros, “los característicos sofás de tamaño generoso y tan cubiertos de cojines que parece que vas a hundirte en ellos” o el interés por las flores y el arte biofílico son algunos elementos citados. Pero también lo es una pauta de estilo que caracteriza esta particular estética: “Nada tiene por qué combinar a la perfección y, sin embargo, todo forma un conjunto bien avenido que parece haber permanecido de esa manera desde siempre”. Sin duda, es una sensación que bien podría resumir la impronta de la casa de Charli XCX. “Y aunque no se trata de una atrevida expresión de maximalismo, sin duda está más cerca del más es más que del minimalismo”, sintetiza la periodista Sarah Lyon en el estudio de Apartment Therapy.
Las razones para la celebración del exceso
Cuando se produce un cambio tan evidente y radical en el paradigma estético nunca puede atribuirse a una razón aislada. Hay todo un conjunto de factores, e incluso de hechos históricos, que favorecen el fin del minimalismo y la neutralidad en las casas como aspiración interiorista. Varias cosas han tenido que suceder para que la casa de Kim Kardashian y Kanye West en 2019, que parecía que había sido diseñada bajo ideales interioristas del futuro, haya evaporado cualquier signo de relevancia estética.
Es evidente que una de las cosas que sucedieron en esos años fue la pandemia, el confinamiento y sus consecuencias. En esos meses de aislamiento e incertidumbre la mayoría experimentó sus hogares más intensamente que nunca. Ahí salieron a la luz los fallos, los errores de distribución, las necesidades de usabilidad que no estaban cubiertas, pero también las deficiencias en el ambiente y el diseño de interiores. No es casual que dos de las palabras que más repiten los diseñadores sondeados por Apartment Therapy sean “acogedor” (cozy) y “personalización”. Tener los mismos muebles que los demás ahora es algo que la gente no está dispuesta a dejar pasar. Cuenta de ello dan los numerosos vídeos en redes sociales en los que manitas expertos en bricolaje customizan incluso los muebles de IKEA más populares.
Pero hay más razones para querer hacer de la casa un espacio personal, en el que poder estar en calma bajo cierta sensación de recogimiento. Una de ellas es la dificultad de acceder a una vivienda propia que afecta a unas generaciones que ya no son las más jóvenes. Las viviendas de alquiler, también cada vez más escasas y caras, suelen acarrear una prohibición expresa o tácita del propietario de alterar los elementos que la componen. Cambiar los muebles, el color de las paredes o alguna transformación de mayor calado queda fuera de las opciones de la mayoría de inquilinos. Por lo que las opciones de personalización están muy limitadas.
No es casual que mientras la mayoría de la población se ve obligada a vivir con las paredes blancas de los pisos de alquiler y los muebles más genéricos del mercado, las tendencias y los hogares más privilegiados se tiñen de paletas más oscuras y abrazan el exceso y la personalidad como mantra de interiorismo. Tampoco es casualidad que el estilo de casa de campo inglés se ponga de moda en un contexto de crisis del clima, con los veranos más duros en los centros urbanos. Justo cuando vivir en entornos rurales, rodeado del verdor de la naturaleza, se convierte en un privilegio y casi en una aspiración. Solo alguien con acceso a una buena climatización en su hogar pondría sofás de terciopelo en su casa de Los Ángeles como los que Benny Blanco ha mandado hacer a medida. La emergencia climática también dibuja las fronteras de clase social en el interior de las casas de unos y de otros.
Al final, el interiorismo que aprecia el valor de las antigüedades, que celebra las superficies cubiertas en paneles de madera y explora los contrastes entre piezas de arte es uno que fantasea con las ideas de decoración que durante la mayor parte del siglo XX definieron las casas de los más ricos. Ahora las viviendas de los más privilegiados rescatan ese paradigma del pasado, más clásico y recargado, por encima de opciones minimalistas e intelectuales emparentadas con el brutalismo o con la estética de los diseñadores del Mid-Century. La ostentación simbólica del capital a través de la ostentación del hogar retoma así su expresión más decimonónica. Porque más, a pesar de todo y en un lenguaje bastante universal, termina siendo siempre más.
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