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Boina de vasco: la planta cuyas grandes hojas guardan el brillo del cielo en su gran superficie

También conocida como ‘Ligularia’ o ‘Farfugim’, su origen está en Japón. Suele habitar zonas costeras y tiene un buen número de variedades, algunas muy raras. Su cultivo es sencillo, si se mantiene un punto continuo de humedad en el sustrato o en la tierra

Boina de vasco
Farfugium japonicum var. giganteum tiene unas hojas grandes redondeadas.Carlos Sanchez Pereyra (Getty Images)
Eduardo Barba

La fascinación por las plantas con hojas grandes es algo habitual en la jardinería. Si hay alguna especie que genere esas láminas foliares con un tamaño apreciable, allí que va a estar algún enamorado de la belleza vegetal para cuidarla y reproducirla. Así ocurre desde hace siglos con la aspidistra (Aspidistra elatior) o la aún mayor oreja de elefante (Alocasia macrorrhizos). El acanto (Acanthus mollis) debe parte de su milenaria popularidad a la grandeza de sus hojas, así como también la tremenda gunera (Gunnera manicata), cuyo gigantismo supera las fantasías de los amantes de las plantas peculiares.

En los interiores de las casas hay una pugna por ver qué especie es la más querida para lucir hojas grandotas ligadas a un porte singular, y se libra entre las aves del paraíso (Strelitzia alba) y las monsteras (Monstera deliciosa), dos de las plantas más populares en los últimos tiempos para compartir la vida diaria con los habitantes de una casa.

Pero, ¿cuál es la medida para que una planta pueda considerarse que tiene hojas grandes? Quizás las que no quepan en la palma de una mano, si seguimos la mesura del propio cuerpo humano, patrón de medida de la naturaleza cercana. En esta categoría se encuentra una protagonista de patios sombríos, que se adornan con las láminas foliares de la boina de vasco (Farfugium japonicum), una planta de la familia de las margaritas también muy conocida por otro nombre botánico antiguo: Ligularia. Como su epíteto específico apunta, su origen es Japón y regiones asiáticas aledañas, donde suele crecer en entornos de prados húmedos al pie de arroyos. También habita zonas costeras, donde recibe la bonanza de una humedad ambiental alta. Sus hojas son muy ornamentales y guardan el brillo del cielo en su lustrosa superficie, iluminando las sombras en las que gusta de crecer. El sol puede dañar su anatomía, por lo que es una especie que se debiera mantener alejada de insolaciones altas. Sí que disfruta con los rayos de sol de la mañana tempranera, cuando estos acarician a las plantas con tersura y delicadeza.

El sevillano José Manuel Corujo, arquitecto de profesión, pero paisajista de corazón, cultiva estas plantas desde hace 20 años en un pequeño patio de sus padres en Pozuelo de Alarcón (Madrid). A pesar de no ser grande, en ese espacio mantiene unas doscientas macetas repletas de aspidistras, helechos y hortensias (Hydrangea macrophylla), “que le gustan mucho a mi madre Trinidad”, puntualiza Corujo. Este creador de hermosos jardines recuerda de dónde proviene su querencia por la boina de vasco: “Recuerdo que, cuando era pequeño, las veía por la ventana de la cocina de la casa de mi abuela Milagros, en Sevilla, en los pisos bajos que tenían patio”. Allí, cuenta que “las llaman sombrerinas, y crecían combinadas con la planta de aluminio (Pilea cadierei)”, en una composición muy bella.

Boinas de vasco cultivadas por José Manuel Corujo en el patio familiar.
Boinas de vasco cultivadas por José Manuel Corujo en el patio familiar.José Manuel Corujo

La boina de vasco tiene un buen número de variedades y de cultivares, por lo que es posible añadir distintas formas y colores con la misma especie. Una de las más frecuentes es Farfugium japonicum ‘Aureomaculatum’, una variedad con hojas punteadas de color amarillo oro, como un cielo lleno de soles. También es muy conocida Farfugium japonicum ‘Argenteum’, con hojas variegadas en color blanco, que aporta aún más luz a los patios y rincones oscuros. Esta última gusta de mucha luminosidad —sin sol directo—; así producirá más tonos blanquecinos en sus hojas.

Pero la más reproducida, por contar con hojas más grandes que llegan incluso a los 45 centímetros, es Farfugium japonicum var. giganteum. “Sus hojas se incurvan hacia abajo”, comenta Corujo, “dando un aspecto de hoja redondeada”, al contrario que Farfugium japonicum, cuyas hojas muestran de forma evidente sus picos y angulosidades. Asimismo, es posible encontrar algunas rarezas no tan conocidas, como Farfugium japonicum ‘Kagami Jishi’, con hojas onduladas y lunares amarillos.

Los lunares amarillos de Farfugium japonicum 'Aureomaculatum' son muy decorativos.
Los lunares amarillos de Farfugium japonicum 'Aureomaculatum' son muy decorativos. owngarden (Getty Images)

El cultivo de esta planta es sencillo, si se mantiene un punto continuo de humedad en el sustrato o en la tierra, unido a un perfecto drenaje que evite el encharcamiento. Así lo refiere Corujo: “Para mí es fundamental que el sustrato tenga arena de río o de sílice, ya que es fácil que esta planta se pudra por exceso de riego, por lo que no hay que emborracharla de agua”. Esta planta herbácea perenne tiene apetencia por un buen abonado, si se quiere que produzca muchas de sus estéticas hojas. Corujo prefiere siempre los abonados orgánicos, “y a mí me funciona muy bien el de guano. También mejoro el sustrato con humus de lombriz, mezclándolo con este”. Un abonado fuerte químico, con niveles altos de nitrógeno, hará que la planta sea más sensible al estrés, por lo que no se aconseja.

Farfugium japonicum 'Argenteum' con sus hojas con tonos blancos y alguna de sus margaritas amarillas.
Farfugium japonicum 'Argenteum' con sus hojas con tonos blancos y alguna de sus margaritas amarillas.Eduardo Barba

También habrá que tener cuidado con las babosas y los caracoles, que pueden agujerear sus hojas. Y, aunque es bastante resistente al frío, un invierno muy gélido le hará perder todas sus hojas. Aun así, después rebrotará de sus rizomas subterráneos, como ocurrió después de la tormenta Filomena en la zona centro de España. Si el cultivo es correcto, la planta florecerá entre el verano y el inicio del invierno, con unas margaritas amarillas que delatan su parentesco con la manzanilla (Chamaemelum nobile) o el girasol (Helianthus annuus). Tanto en la tierra de un jardín como en un buen macetón, la boina de vasco es una candidata magnífica para engrandecer un lugar con sus hojazas.

Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.
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