Técnica antigua, actitud moderna: la mexicana Talavera Uriarte cumple 200 años de tradición renovada y mirada contemporánea
Una visita a esta icónica fábrica en Puebla para empaparse sobre una tradición artística que une a México y España desde el siglo XVI. Hoy sus cerámicas se han convertido en objetos de lujo y de coleccionismo, y también en símbolo de la ciudad
Muchos años después, frente a la niebla de una página en blanco, Juan Rulfo recordó aquella mañana remota en que su padre lo llevó a Puebla y al pasar por el número 911 de la avenida 4 Poniente del centro histórico le hizo saber que la fachada de aquella casona del siglo XVIII era la antesala del primer negocio de la ciudad y una fábrica en la que se creaban vajillas, azulejos, utensilios de cocina, objetos decorativos y piezas de arte siguiendo técnicas ancestrales y que, además, se autoabastecía. El padre de Rulfo era agente viajero y siempre que pasaba por la ciudad mexicana hacía un alto en la fábrica Uriarte Talavera, empresa fundada por Dimas Uriarte en 1824 cuya historia ha ido paralela a la historia del México contemporáneo y que este 2024 cumple 200 años de tradición y de permanente adaptación a los nuevos tiempos.
Tanto le influyó a Rulfo lo que le mostró su padre que, como cuenta Mario Bellatin en el libro El 5 de mayo de 1862 Talavera contemporánea (una joya editorial diseñada por Alejandro Magallanes), durante mucho tiempo soñó con perros obedientes, todos de Talavera, que esperaban a que saltara de la cama para liberarlo del calvario que para él suponía ir a la escuela. Si la impresión del escritor mexicano al conocer la fábrica Uriarte fue grande entonces, no es menos la del visitante que interpreta hoy el proceso de fabricación de las piezas de Talavera. Se regresa a la calle celebrando la historia de una seña de identidad de Puebla y, por ende, de México, y el placer del conocimiento, aquello que Saramago llamaba “ir de origen en origen, buscando raíces y transformaciones hasta tornar la memoria antigua en necesidad de hoy”.
La Talavera poblana (o loza estannífera) fue introducida en la Ciudad de los Ángeles, hoy Puebla, en el siglo XVI por alfareros procedentes de Talavera de la Reina, en Toledo, así como de otros lugares españoles con talleres como Sevilla o Cádiz, como respuesta a las necesidades de generar nuevos utensilios y vajillas. Tenía usos ceremoniales, decorativos y, sobre todo, funcionales para mesas y cocinas (muchas de ellas de los conventos, verdaderos impulsores de la imbatible cocina poblana). Desde el principio, y hasta hoy, se elaboró según dictaban las ordenanzas escritas por los maestros alfareros y el virrey de la Nueva España Luis Enriquez de Guzmán, cuyo emocionante manuscrito de 1653 todavía se conserva en el Archivo Histórico Municipal. “Es muy raro encontrar registros escritos de los patrimonios inmateriales ya que, por su naturaleza, estos saberes se heredan generación tras generación de manera oral. Este tesoro documental fue la base de la denominación de origen de la Talavera en 1995″, recuerda Fabián Valdivia, director del Instituto Municipal de Arte y Cultura del Ayuntamiento de Puebla. “Además, fue fundamental en el expediente para la inscripción conjunta entre México y España de los procesos artesanales para la elaboración de la Talavera de Puebla y Tlaxcala (México) y de la cerámica de Talavera de la Reina y El Puente del Arzobispo (España) en la lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Este importante reconocimiento tiene como base el mantenimiento de la tradición por Uriarte y representa un logro de trascendencia internacional, ya que se trata de la primera técnica artesanal mexicana inscrita en esta lista de la Unesco, además de ser la primera inscripción binacional de México y primera manifestación cultural transcontinental de América Latina. Un reconocimiento con beneficios de ida y vuelta entre España y México”, añade.
Al importarla al nuevo continente, la Talavera releva la producción alfarera de Mesoamérica y asume nuevas influencias en el diseño, ya que la moda virreinal de la cerámica coincide con el entusiasmo que genera la llegada de la porcelana china de la dinastía Yuan y la época Ming a través del Galeón de Manila que asumía el comercio con Filipinas. Como aún hoy puede constatarse, no pasó desapercibida ni la delicadeza ornamental ni la armónica combinación del blanco y el azul —aunque la primera talavera fue polícroma, su mayor identificación es el azul y blanco, que son, además, los colores de la ciudad y de la representación sagrada de la Virgen—.
La comisaria y crítica de arte Sylvia Navarrete recuerda que fue en 1610, coincidiendo con las importaciones masivas de Taiwán, cuando Puebla alcanzó el nivel de primer centro alfarero del continente y que en el siglo XX, con la dura competencia de las vajillas inglesas y francesas, declinó la fabricación. Algo lógico, pues la industrialización modificó las necesidades de la población y la Talavera (puramente artesanal, cada pieza es única) devino un artículo de lujo, casi una curiosidad histórica, objeto de deseo de coleccionistas.
Una visita transformadora
Llevamos a cabo la visita a la fábrica Uriarte Talavera de la mano de Mariana Muñoz Couto, socia directora (mano derecha del actual presidente, Luis Ángel Casas), que en el patio que precede a los talleres señala: “200 años después de la fundación de la empresa se mantiene el mismo espíritu creativo del momento fundacional. Uriarte sobrevivió a los tiempos de un México tumultuoso que buscaba identidad y su forma de organización política. Lo hizo creando arte y haciéndolo llegar a los más lejanos rincones del mundo. Ha vivido siempre en lo que Walter Benjamin llamaba instantes de peligro, en medio de sucesos completamente mundanos y reales”. Nada más cierto: Uriarte nació el año en que México se convertía en república (la primera constitución del país independiente es de 1824, precisamente) sin ningún entorno de certidumbre institucional para fundar una empresa y llevarla hasta donde está hoy. “El taller ubicado a un par de calles de las trincheras nacionales durante el sitio militar de los franceses de 1863 no dejó de trabajar ni un solo día, a puerta cerrada. Resistió a los embates de las hordas revolucionarias a principios del siglo XX y se mantuvo de pie frente a las crisis consecutivas de un país inestable y cambiante”, añade Muñoz. Uriarte es, pues, ese constante recuerdo que relampaguea y articula históricamente el pasado. Es resiliencia que se alimenta del impulso creativo y busca nuevos significados para permanecer.
Empezamos por la arcilla, el origen de todo, la primera fase, en la que el barro negro y el blanco se mezclan, se cuelan y se dejan reposar para posteriormente ser modelados en los talleres, ya sea con torno o con moldes. En la Sala de Moldes los artesanos aplican la tortilla con esa sabiduría que solo puede ser heredada. Una vez secas las piezas, se hornean a una temperatura de entre 850 y 1.000 grados durante 10 horas, y así adquieren el característico color del barro cocido. A esta segunda fase se la llama “Jahuete” o “Sancocho”, que vendría a significar parcialmente cocido. Es entonces, una vez pulidas las piezas, cuando puede recibir el esmalte (a base de arena sílica, plomo y estaño) previo a la pintura (también llamado vidriado) que aporta el tradicional brillo de la auténtica Talavera, una textura única y un color que no llega a ser blanco. Después es el momento del estarcido: los diseños de la Talavera se marcan en las piezas con los llamados estarcidores, que trasladan los diseños en plano a la cerámica. Apreciamos la lógica evolución gráfica en el diseño tradicional del plumeado, además de la influencia de la porcelana china y nuevos diseños de artistas contemporáneos como Francisco Castro Leñero, Maribel Pórtela, Fabián Ugalde, Sarah Porter, Rosario Guillermo o Carlos García de la Nuez, que han ido refinando la mímesis entre artesano y artista.
Seis son los colores autorizados en la Talavera: negro, azul cobalto, naranja, amarillo, azul claro y verde, los seis a partir de óxidos minerales hechos específicamente para la Talavera. Para pintar se emplean tradicionales pinceles de pelo de mula, los mismos que usan los visitantes que, al final del recorrido, desean pintar su propia pieza de Talavera.
Tradición renovada
Si algo llama poderosamente la atención en la Talavera es su capacidad para adaptarse al paso del tiempo. “Al hablar de innovación y modernización —dice Mariana Muñoz— hay un polígono de fuerzas: por un lado el mercado mismo en el que el producto se inserta, donde los materiales cerámicos han ido evolucionando hasta sofisticaciones que los avances tecnológicos introducen, como la dureza, la delgadez, los trazos muy delgados, la resistencia... y, por otro, la evolución estética del gusto y el ritmo de vida, donde el consumo efímero y la inmediatez desplaza a lo que se manda a hacer. La Talavera pertenece a esa familia cerámica primigenia que proviene de la tierra directamente, de los elementos naturales procesados empíricamente y que escapan a los designios de la estandarización”.
No cabe duda de que la Talavera ha conectado emocional y estéticamente con las distintas épocas y modas y, a su vez, ha preservado su identidad histórica y el valor de los saberes tradicionales. Los materiales y sus procesos se llevan al límite de su esencia, sin perderla ni traicionarla. “La salvaguarda de un patrimonio no consiste en proteger una serie de saberes y conocimientos inútiles, sino en cuidar las prácticas culturales que nos dotan de identidad. Como decía Gustav Mahler, la tradición no es la adoración de las cenizas, sino la preservación del fuego”, recuerda Muñoz.
Además de piezas del catalán Enrique Luis Ventosa, que revolucionó y dio un nuevo impulso a la Talavera a principios del siglo XX, en las impactantes salas del segundo piso se exponen los trabajos de autores contemporáneos, arriesgados y combativas propuestas.
“La Talavera debe servir también para transmitir un mensaje, su historia es de mestizaje, de colonialismo, que puede verse de manera positiva como sincretismos o como imposición, y de alguna manera explica sentimientos identitarios. El francés Pierre Valls y el español Eugenio Merino proponen la Talavera como lenguaje utilizado al revés, y por medio de sus piezas contemporaneizan el lenguaje a partir de las voces acalladas de los vencidos en movimientos sociales a partir de 1994″.
Ese espíritu de renovación se refleja hoy en la cantidad de artistas contemporáneos que vienen a estos talleres en residencia, que ocupan las habitaciones antiguas de este mítico edificio, que para la aplicación de su obra necesitan de los artesanos y que siguen dando sentido y carácter a la nobleza de la Talavera, producto cultural poblano y herencia de México. Estos proyectos permiten esa encantadora transición en la que los artesanos se vuelven artistas y los artistas, artesanos. “En esa simbiosis se busca trascender esa idea casi despectiva de arte menor de trazos repetitivos, sin aura, y usar la fuerza de su peso histórico e identitario para la conexión emocional”. Es tanta la admiración que despierta la Talavera que hasta la marca alemana Adidas se inspiró en 2021 en ella para crear su modelo de calzado Forum Mexico City; con el que quiso “rendir homenaje a la riqueza cultural mexicana”. Por si hubiera algún interés, el modelo se agotó a los pocos días de ponerse a la venta.
Lance Wyman y el bicentenario
Para su 200º aniversario Uriarte ha contado con la colaboración del diseñador gráfico Lance Wyman, viejo conocido del país que en 1968, invitado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, diseñó el logotipo de los Juegos Olímpicos y la gráfica institucional de toda la red de metro de Ciudad de México, además de la nueva identidad gráfica del sitio arqueológico de Teotihuacán y del icónico logo del hotel Camino Real del barrio de Polanco, absoluta obra maestra de Ricardo Legorreta. “Conocí a Lance Wyman hace 10 años —cuenta Muñoz— y, desde entonces empezamos a colaborar en una línea de diseño de azulejería a la que siguió el resto de los productos que elaboramos. Pensamos que la fuerza del monograma de nuestro logotipo nunca podría tocarse, hasta que llegó la oportunidad del bicentenario y con ello encomendar a Wyman que trabajara con la nueva identidad de la marca que será presentada este año para articular históricamente nuestro pasado”.
Lance Wyman, figura mundial del oficio, ha diseñado una nueva colección de azulejos y vajillas. Es incapaz de esconder su amor por México y confiesa que era coleccionista de Talavera desde los años sesenta, cuando ni siquiera sabía de dónde provenía: “Mi esposa Neila y yo tenemos platos de Talavera de aquellos años que apreciamos y seguimos utilizando”. Tampoco esconde su interés por experimentar con nuevos materiales como la cerámica: “Lo que me entusiasma de Uriarte es que reinventa la tradición. Parece paradójico, pero se pueden lograr muchas cosas al combinar trabajo manual, ordenador, materiales típicos y de nueva creación. Al ser tradición pura, trabajar con la Talavera ha sido una experiencia de aprendizaje porque solo se pueden utilizar ciertos colores y materiales específicos. Me encanta seguir colaborando en proyectos en México más de 50 años después y me considero muy afortunado de que mi trabajo forme parte de la identidad mexicana”.
Octavio Paz, siempre tan preciso, decía que la artesanía pertenece a un mundo anterior a la separación entre lo útil y lo hermoso. La Talavera ejemplifica mejor que ningún otro producto cultural esta condición de eslabón superior entre la tradición artesanal y la propia obra de arte. En cada pieza de Talavera hay un fragmento de la historia de Puebla y en cada esquina de la ciudad mexicana destaca su presencia ornamentando una fachada, un convento, una fuente, una mesa. Bonito espejo para un complejo proceso de producción basado en técnicas de una tradición artesanal de más de 400 años en los que Uriarte ha estado presente en casi la mitad.
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