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Reportaje:

En ruta por el México más auténtico

El país mesoamericano protagoniza el Salón del Turismo en Cataluña

Octavio Paz dejó escrito que México es un país en el que "conviven no sólo distintas razas y lenguas, sino varios niveles históricos". Tenía razón, y una manera de comprobarlo consiste en alejarse del superpoblado e irrespirable distrito federal para darse una vuelta por el triángulo mágico formado por tres ciudades de claro pasado colonial: Puebla, Oaxaca y Veracruz. Son bastantes los kilómetros que las separan, pero pueden pasar volando si uno se entretiene contemplando el paisaje al ritmo evocador de una banda sonora mexicana en la que no deberían faltar los corridos de Los Tigres del Norte, reales como la vida misma; la modernidad de Maná o de Julieta Venegas, y los exabruptos de la fogosa Paquita la del Barrio ("¿Me estás oyendo, inútil").

La catedral de Puebla, situada en la parte sur del Zócalo, impone con sus torres gemelas de 70 metros de altura y un altar mayor de oro, mármol y ónice ahumado
El lugar donde se encuentra Monte Albán, en un promontorio desde el que se dominan los tres valles de Oaxaca, da idea del potencial ritual de una civilización que quedó anulada tras la conquista

Se cuenta que, a su regreso a España, cuando le preguntaron a Hernán Cortés cómo era México, se limitó a arrugar un papel y a arrojarlo sobre la mesa. Sea o no cierta la anécdota, hay que convenir que un papel arrugado da una idea bastante exacta de hasta qué punto es torturada la orografía de este país lleno de montañas, volcanes y barrancas. Las carreteras, por suerte, son buenas, sobre todo las de peaje ("de cuota", las llaman allí), siempre que uno no se encuentre en el camino con muchos camiones de transporte de material ("materialistas" los llaman). En cualquier caso, desde Ciudad de México a Puebla hay unos 136 kilómetros que pueden recorrerse en más o menos un par de horas.

Puebla

Patrimonio de la humanidad desde 1987, la ciudad de Puebla, situada a 2.162 metros de altura, fue levantada en 1531 "por españoles y para españoles" en un amplio valle escoltado por los tres volcanes más altos de México, el pico de Oribaza (5.747 metros), el Popocatepetl (5.452 metros) y el Ixtaccihuatl (5.286 metros). Su origen, según la leyenda, se debe al obispo Julián Garcés, a quien le fue mostrado en sueños un hermoso valle al que descendían unos ángeles. El obispo salió de viaje y al llegar al valle en cuestión lo reconoció como el del sueño y decidió construir allí una ciudad llamada Puebla de los Ángeles.

Se ufanan en Puebla de haber mantenido durante siglos su fidelidad a la tradición española y basta pasear por sus calles para comprobarlo. La plaza del Zócalo, con sus grandes árboles de sombra y sus portales del siglo XVI, es un buen punto de partida para visitar la ciudad. Las pinturas y estatuas del neoclásico palacio municipal, situado en la misma plaza, son un prólogo que permite repasar la historia del país, con la victoria contra los franceses de 1862 y la Revolución de 1910 como ejes.

En Puebla hay que pasear por el centro, deteniéndose de vez en cuando para contemplar las casas decoradas con ladrillo y azulejos denominados Talavera de Puebla, y entrando en algunas de sus más de setenta iglesias. La catedral, emplazada en la parte sur del Zócalo, impone con sus torres gemelas de 70 metros de altura y un altar mayor de oro, mármol y ónice ahumado. Aunque se empezó a construir en 1550, el mayor impulso lo recibió a partir de 1640 de la mano del obispo Juan de Palafox, quien también fundó la maravillosa biblioteca palafoxiana, que entre sus más de 40.000 volúmenes cuenta con joyas de los siglos XV y XVI.

La barroca decoración de estuco y oro de la capilla del Rosario, en el interior de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, es un exceso que produce asombro, mientras que en el templo de San Francisco llama la atención la curiosa fachada de azulejos, añadida en el siglo XVIII. En el interior no hay más que seguir a los devotos feligreses para llegar hasta el altar donde se conserva, en una urna de cristal, el cuerpo del beato fray Sebastián de Aparicio, justo debajo de la imagen de la Virgen que llevaba Hernán Cortes cuando la conquista. Otra iglesia destacada es la de la Compañía, también conocida como del Espíritu Santo. Se dice que en ella está enterrada una princesa asiática del siglo XVII que supuestamente dio origen al coloreado traje de "la china poblana", que lucen las mujeres en fiestas.

Entre iglesia e iglesia puede hacerse un alto en la casa de Aquiles Cerdán, que aún conserva los balazos que la acreditan como Museo de la Revolución, o en la Casa del Alfeñique, que con su fachada de merengue muestra el gusto por el barroco de la burguesía de Puebla. Muy cerca se encuentra el mercado de El Parián y el barrio del Artista, zonas artesanas que incitan a un paseo sosegado. El callejón de los Sapos, con sus tiendas de antigüedades y restaurantes, es un buen lugar para degustar el famoso mole poblano, una salsa de origen monacal que contiene, entre otros ingredientes, chocolate y especias picantes, o alguno de los dulces de la ciudad.

También se puede subir al cerro de Guadalupe, desde donde se divisa una buena vista de la ciudad y donde se recuerda machaconamente que en este lugar, en 1862, las tropas mexicanas derrotaron a las francesas en una heroica batalla. Pero la visita a Puebla sería incompleta si no incluyera una extensión hasta la Gran Pirámide de Cholula, situada a unos 10 kilómetros. Se trata de una obra de 450 metros de lado y 65 de altura que ejerció en el pasado de centro de rituales prehispánicos y que hoy está coronada por el santuario de Nuestra Señora de los Remedios. Desde lo alto se divisan el valle de Puebla y las numerosas iglesias que Cortés ordenó levantar para contrarrestar la gran fuerza religiosa que tenía aquel lugar para los indios.

Oaxaca

Unos 330 kilómetros separan Puebla de Oaxaca. Vale la pena recorrerlos para llegar hasta una bella ciudad situada en un lugar privilegiado donde confluyen tres valles. Oaxaca viene a ser como un Cadaqués mexicano de tierra adentro, un lugar mágico de calles empedradas, casas bajas pintadas de colores vivos, rejas andaluzas y muchas librerías y tiendas de artesanía y de new age. En el aire flota una especie de energía mística que viene reforzada por el colorido de las fachadas y por las flores de los jacarandás, buganvillas y tabachines que proliferan en sus calles. El ritmo es tranquilo en las calles de Oaxaca, una ciudad en alza como destino viajero.

La plaza del Zócalo, con sus grandes laureles de Indias, es, de nuevo, punto de partida. Desde allí no quedan lejos la catedral, los distintos palacios, los conventos, los coquetos museos o el templo de Santo Domingo de Guzmán. En este último está instalado el Museo de Oaxaca y un jardín etnobotánico con gran protagonismo de los cactus. Al fondo, las montañas de la Sierra Maestra parecen proteger el valle.

Una visita al animado mercado no puede terminar sin comprar chapulines (saltamontes fritos condimentados). Dicen que quienes los prueban volverán a Oaxaca, y vale la pena pasar por la prueba para asegurarse el regreso.

Por otra parte, a pocos kilómetros de la ciudad se hallan las ruinas de Monte Albán, visita fascinante que es casi una peregrinación a unas ruinas prehispánicas que aún hoy permiten evocar la extraña forma de vida de los zapotecas, con sus templos rituales, su enorme plaza, su observatorio, sus tumbas, sus pirámides truncadas con empinadas escalinatas y sus campos donde se celebraba el ceremonial del juego de pelota. El lugar donde se encuentra Monte Albán, en un promontorio desde el que se dominan los tres valles de Oaxaca, da idea del potencial de una civilización que quedó anulada tras la conquista.

No muy lejos de Oaxaca, en Mitla, sorprende la fuerza de unas casas de los muertos minuciosamente decoradas con cenefas de dibujos geométricos. También aquí, en un nuevo episodio del choque de culturas, los conquistadores intentaron anular el alto valor simbólico del lugar construyendo encima de uno de los edificios una iglesia dedicada a san Pablo Apóstol.

A la luz del atardecer, un paseo por el centro de Oaxaca permite ver cómo se van suavizando los colores de las casas, al tiempo que las calles se llenan de una multitud festiva que alcanza su apogeo durante las fiestas de los bailes del Guelaguetza, a finales de julio. Cuando cae la noche vale la pena acercarse a la Casa del Mescal, una taberna a la mexicana en la que todo parece posible. Es allí donde, a medida que van cayendo los mezcales (con gusano incluido) o las cervezas, uno puede encontrarse con mexicanos que, espoleados por el alcohol, cantan a voz en grito Cielito lindo, o cruzar unas palabras con un mojado que ha regresado para expresar entre sollozos su nostalgia de México, o con un traficante de tres al cuarto que se lamenta de lo difícil que se ha puesto pasar droga a Estados Unidos. Son historias cien por cien mexicanas.

Veracruz

A 380 kilómetros de Oaxaca, Veracruz es un buen final para este periplo, aunque también hubiera sido un buen inicio, ya que fue allí donde Hernán Cortés desembarcó por primera vez, en 1519. Había partido de Cuba con 11 barcos, 550 hombres y 16 caballos, y se abría ante él una nueva tierra de conquista. Fue en estas tierras donde fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, ahora conocida como La Antigua.

Al entrar al Estado de Veracruz procedente de Oaxaca, el paisaje se transforma de repente. Las montañas abruptas y el paisaje punteado por los cactus candelabro ceden el paso a una exuberante vegetación tropical y a un clima húmedo. Las plantaciones de caña de azúcar, los cafetales y las palmeras van ocupando un espacio en el que, de vez en cuando, surge el esplendor de unas ruinas prehispánicas como las de El Tajín, cuidadosamente restauradas en medio de la vegetación.

En la localidad de Jalcomulco es posible hacer rafting en el río Pescados o sentarse en su plaza para escuchar la historia de la Virgen de la caja de mamey, que ha dado origen a unas animadas fiestas. Hace ocho años, un campesino de la localidad descubrió, mientras descargaba un camión de fruta, que en el periódico que forraba el fondo de una de las cajas el polvillo de la fruta había formado una imagen de la Virgen. Postrado de rodillas, prometió levantarle una capilla, que hoy puede visitarse en la plaza de Jalcomulco, con la humilde caja de madera en el altar principal y con una Virgen pintada en el papel de periódico original, "ya que la primera imagen se borró con el tiempo". La Virgen tiene fama de milagrera, y cada año, a partir del 6 de mayo, se celebran unas jornadas en su honor que son un buen ejemplo de cóctel de devoción y fiesta que a menudo puede verse en México.

Una vez en la ciudad de Veracruz, los pasos se dirigen de un modo casi automático hasta el Zócalo, con sus mariachis a la espera de un cliente, sus limpiabotas de aspecto cansado y sus terrazas abiertas al espectáculo urbano. El clima puede ser sofocante por momentos, pero un paseo por un malecón que recuerda el de La Habana ayuda a llevarlo con calma. La fortaleza de San Juan de Ulúa domina la entrada al puerto, al tiempo que recuerda los antiguos tiempos de las incursiones piratas y de las invasiones de franceses y estadounidenses.

Bien mirado, el Veracruz que se abre al mar es un buen final para este viaje, una bella ciudad colonial, muy distinta a las dos anteriores, que anuncia que aún quedan muchos Méxicos por visitar. Es lo bueno que tiene este país de orografía complicada en el que, como decía Octavio Paz, conviven distintos paisajes, distintas culturas y distintos siglos.

- Xavier Moret (Barcelona, 1952) ganó el Premio Grandes Viajeros 2002 con La isla secreta. Un recorrido por Islandia (Ediciones B).

Casas coloniales en una calle de Oaxaca, la ciudad mexicana de moda para el turismo internacional.
Casas coloniales en una calle de Oaxaca, la ciudad mexicana de moda para el turismo internacional.CARLES RIBAS

MÉXICO Y OTROS 71 PAÍSES, EN BARCELONA

LOS 3.000 AÑOS de historia y la herencia maya, azteca, colonial o revolucionaria podrían ser suficiente reclamo para conocer México, el país invitado a la XIV edición del Salón Internacional del Turismo en Cataluña (SITC), que se celebra en Barcelona del 26 al 29 de mayo. Pero también es la tierra de volcanes míticos como el Popocatepetl; de las playas de Acapulco o la exuberancia natural de la selva Lacandona.El SITC, que reunió a 207.000 visitantes el año pasado, es, después de Fitur, la cita española más importante para el viajero. En tres pabellones se aglutina una oferta de unos 1.400 expositores entre organismos oficiales, agencias de viajes y mayoristas, compañías de transporte, y otros dedicados a la gastronomía, el turismo cultural, los complementos de viaje o sectores en alza como el turismo náutico. El salón del turismo muestra el atractivo de 72 países, pero no olvida destinos más cercanos para escapadas. Por eso, en esta edición, Cantabria es la comunidad invitada, de la que destaca la cueva del Soplao, un tesoro geológico único donde estalactitas y estalagmitas crean formas extravagantes. Además, se celebra un concurso fotográfico y se realizan sorteos de viajes a México y de estancias en Cantabria y Andorra.- Salón Internacional del Turismo en Cataluña (SITC). Fecha: del 26 al 29 de mayo.Lugar: recinto ferial de Montjuïc (Barcelona).Horario: de 10.00 a 20.00.Precio: 6 euros. Menores de seis años, gratis.Información: www.saloturisme.com.

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos y cómo ir

.Habitantes: Puebla, 1,2 millones; Oaxaca, 243.000, y Veracruz, 124.000.Prefijo telefónico: 00 52.Aeroméxico (915 48 98 10) e Iberia (www.iberia.com; 902 400 500) vuelan directo de Madrid a México DF. Iberia, por ejemplo, tiene ofertas desde 390 euros más tasas y gastos.Información-

Turismo de México en España

(915 61 18 27; www.visitmexico.com).-

Oficinas de turismo en Puebla

(222 22 46 20 44; www.puebla.gob.mx),

Veracruz

(www.veracruz.gob.mx; 228 841 85 00) y

Oaxaca

(951 516 07 17; www.oaxaca.bog.mx).

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