_
_
_
_

El trébol blanco y el césped, la pareja de la fortuna en cualquier jardín

Una asociación ancestral y especial entre dos especies botánicas distintas, que se produce gracias a la presencia de bacterias, y que aporta fertilidad a cualquier pradera

Trebol blanco
Las inflorescencias del trébol blanco son muy características y destacan en medio de las praderas.imagenavi (Getty Images/imagenavi)
Eduardo Barba

Una figura se recorta tumbada sobre el césped. Puede ser de una mujer, puede ser de un hombre. A la abeja que baja volando rauda sobre la pradera poco le importa, pues solo tiene un objetivo. Ha localizado una bonita colonia de inflorescencias de trébol blanco (Trifolium repens) en aquel tapiz verde en medio del parque de la gran ciudad. Sabe que allí le espera abundante polen y un dulce néctar.

El trébol blanco es al césped lo que las nubes al cielo. Se trata de una asociación ancestral. Un pacto inmemorial que surgió entre dos grandes familias botánicas, orladas con miles de especies cada una: las nobles y útiles gramíneas (poáceas) y las aristocráticas y nutricias leguminosas (fabáceas). En un tándem admirable, cada una aporta al suelo lo mejor de sí mismas. Por un lado, las gramíneas abren el suelo, lo perforan, lo disgregan con su cabellera de raíces exploradoras, andariegas incansables en las tierras. Por el otro lado, las leguminosas aportan su riqueza al suelo —una vez que mueren—, ya que sus raíces están asociadas simbióticamente con unas bacterias. Esto significa que, en sus propias raíces, crecen unos nódulos de bacterias: dos reinos distintos que conviven en armonía, igual que ocurre en el aparato digestivo de muchos animales y su peculiar flora intestinal.

En el caso del trébol blanco, la asociación se produce con las bacterias rizobio (Rhizobium leguminosarum symbiovar. trifolii). ¿Qué beneficio traen estas bacterias al trébol? Pues ni más ni menos que el milagro del nitrógeno. Es bien sabido que las plantas necesitan cantidades ingentes de este elemento para formar hojas y tallos, para crecer en todas sus partes, para desarrollarse. Las plantas encuentran este macroelemento en la tierra, pero hay un lugar extremadamente rico en nitrógeno que está fuera del alcance de sus raíces. Se trata del mismo aire. En ese aire que respiramos, casi hasta un 80% del mismo es nitrógeno en forma gaseosa. “Ay, si pudiera tomarlo directamente de allí, ¡cuánto podría crecer!”, se dice a sí misma una planta cualquiera. Pues bien, para las leguminosas esto es un asunto resuelto, gracias a esa asociación simbiótica ya mencionada con las bacterias. Estas últimas son capaces de absorber ese nitrógeno atmosférico y de cederlo amablemente a las plantas, a través de sus raíces, donde las bacterias forman sus colonias. Las plantas, a cambio, procuran a las bacterias una rica nutrición y las cobijan. Todas las partes salen ganando. También el ser humano, ya que, gracias a ello, podemos cultivar leguminosas en lugares poco fértiles. En esos yermos, las bacterias ya se encargan de que las plantas crezcan de lo lindo. Por cierto, estas colonias de bacterias son apreciables a simple vista si se observan las raíces de estas leguminosas. En el caso del trébol blanco, diminutos nódulos se articulan en sus finas raicillas.

Las distintivas hojas de tres foliolos del trébol blanco se ven adornadas con unas manchas muy visibles.
Las distintivas hojas de tres foliolos del trébol blanco se ven adornadas con unas manchas muy visibles.Aleksandr Zubkov (Getty Images)

Regresemos a la abeja. Está a punto de aterrizar sobre una de las cabezas blancas del trébol. Se trata de una planta tan florífera que puede estar en flor casi en cualquier mes, lo que es un alivio para mucha de esta pequeña fauna urbana, que tiene en el trébol blanco a su supermercado de confianza. De origen europeo y asiático, esta planta se ha extendido por todo el mundo, y allá donde hay una pradera o un césped es fácil de encontrar, desde Canadá hasta Australia. Una de las razones de este éxito colonizador ha sido la de ser útil como planta forrajera, aparte de servir como fertilizante natural de las tierras. Para conseguir esto último, se rotura el terreno cuando el trébol alcanza su tamaño óptimo. Al morir triturado, se libera al suelo todo el nitrógeno que permanecía en los cuerpos de las plantas y de las bacterias.

El trébol blanco proporciona néctar y polen a multitud de insectos del jardín.
El trébol blanco proporciona néctar y polen a multitud de insectos del jardín.Daniela Duncan (Getty Images)

Para los amantes de los céspedes impolutos, en los que solo crecen las hojas lineares de las gramíneas, la simple aparición de una mata de trébol es síntoma de un mal cultivo. Pero hay otro bando, el de las personas que disfrutan con las praderas, y que disfrutan de ver esas mismas gramíneas mezcladas junto a dientes de león (Taraxacum officinale), chirivitas (Bellis perennis), verónicas (Veronica persica) o llantén (Plantago major). La belleza de las hojas del trébol nos cautiva desde que somos niños, cuando vemos aparecer sus pequeñas hojas trifoliadas —formadas por tres foliolos— con sus características manchas blancas. Ese color blanco no es debido a ningún pigmento en especial, sino a un espacio relleno de aire que se encuentra entre los tejidos de la hoja. Ni que decir tiene que, cuando se encuentra una de esas hojas con cuatro foliolos, la alegría es máxima, y se suele ligar a la buena fortuna, por lo inesperadas y escasas que son. Solo una de cada 5.000 hojas presenta esos cuatro foliolos venturosos, por lo que hay que afinar bien la vista. Son céspedes afortunados los que cuentan con esta preciosa y útil especie, que dinamiza y enriquece el jardín con sus pequeños animales polinizadores. ¿Por qué no tener un trébol en la maceta del balcón, al pie de alguna otra planta que se cultive?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_