Jean-Louis Guereña: “En España, la iglesia nunca fue un adversario ni de la prostitución ni de las publicaciones pornográficas”
El historiador e hispanista francés retoma el tema de la erótica en su último libro, un catálogo con 482 publicaciones de contenido inmoral y clandestinas de la España de los siglos XIX-XX que cuenta mucho de la sociedad de entonces
El término infierno no es solo el lugar donde los condenados sufren, tras la muerte, el castigo eterno. En el marco de una biblioteca, designa el rincón más secreto de la misma, donde se escondían los libros prohibidos que, en principio, hubieran debido arder por su contenido inmoral o peligroso para el poder. Las bibliotecas privadas estaban llenas de infiernos clandestinos, cerrados bajo siete llaves, con contenidos eróticos y pornográficos para deleite de sus dueños. Una de las muchas labores de Jean-Louis Guereña (de padre español y madre francesa), catedrático emérito de Civilización de la España de los siglos XIX y XX en la Universidad de Tours (Francia), es seguir la pista de esos infiernos, sacarlos a la luz, catalogarlos y clasificarlos en libros.
En 2011 Guereña publicó, junto con la asociación española de libreros de viejo, denominada Libris, una obra titulada: Un infierno español. Un ensayo de bibliografía de publicaciones eróticas españolas clandestinas (1812-1939). Ahora, la editorial Renacimiento acaba de sacar una segunda versión ampliada bajo el título de Eros de Papel. Un infierno Español. Un inventario de las publicaciones eróticas clandestinas (siglos XIX-XX), firmada también por Guereña. Si en el primer libro había 238 publicaciones catalogadas, en este hay 482. Pero, como el propio autor reconoce, “queda mucho por investigar”. “Esta es una labor de nunca acabar. En la Bibliothèque Nationale de France tienen su infern. En Inglaterra, en The British Library, también hay otro pero en la Biblioteca Nacional de España hay solo algunas publicaciones, muy pocas y no se sabe cuántas hubo”, afirma el también hispanista. El francés Marc Bloch definió al hdor como “un ogro que se nutre de carne fresca”. Guereña añade que “un historiador es un mirón, al que nada de lo humano le es extraño”.
Pregunta. Aunque ha tratado y escrito de temas como educación, cultura, sociabilidad, la erótica es una materia recurrente en sus libros. ¿Qué nos cuenta la sexualidad de una sociedad, de sí misma?
Respuesta. La sexualidad forma parte de la cultura de un país. Estudiando estas antiguas publicaciones erótico-pornográficas te das cuenta de las obsesiones de la población masculina; porque, generalmente, eran hechas por hombres y para hombres. Suponían una ayuda a la masturbación, una forma de excitación y nos revelan los temas que más interesaban, pero también las fantasías. No olvidemos que, antiguamente, había dos tipos de sexualidades: la oficial y reproductiva, que se practicaba en el matrimonio, con la esposa; y la lúdica, reservada para los burdeles y las amantes. Y esto no nos es tan ajeno, porque en algunos estados de Norteamérica el sexo anal era perseguido hasta hace poco. En España, contrariamente a lo que se pudiera pensar y donde la Iglesia Católica tenía tanto poder, el clero nunca fue un gran adversario, ni de la prostitución ni de estas ediciones clandestinas.
P. ¿Por qué este interés por la erótica? ¿Cómo se buscan estas publicaciones y cuál es el principal problema en esta titánica tarea?
R. Empecé con la historia del movimiento obrero, luego pasé a la historia de la educación, la de la familia, la intimidad y la sexualidad, que es todo un continente. Así que he ido, cada vez más, a lo íntimo. Seguirle la pista a este tipo de literatura es una labor de años. Tienes que tener contactos entre los bibliotecarios, libreros de viejo y frecuentar rastrillos. Antes iba mucho al Rastro de Madrid y he encontrado cosas, pero cada vez hay menos y más caras, porque en cuanto se sabe que interesan se encarecen. Un amigo mío me dijo que la publicación de este libro iba a subir los precios de esta erótica antigua.
P. En España, Cataluña fue siempre la comunidad más erótico-festiva. Donde más libros pornográficos se publicaban. En Europa, sin embargo, París sería la capital de este tipo de literatura. ¿Cuál es la razón de que en estos lugares floreciera más el erotismo?
R. Se daban varias circunstancias. En el caso de Cataluña, pero sobre todo en Barcelona, había una sociedad burguesa, con dinero y con gusto por el placer. También está su proximidad con Francia, país erótico por excelencia, y su relación con la prostitución. En la Barcelona de los años treinta del pasado siglo y luego, durante la posguerra, estaba el barrio de El Raval, que fue un enorme burdel. No hay que olvidar tampoco el tema escatológico, también muy de Cataluña. En cualquier belén catalán que se precie no puede faltar la figura del caganer. En el libro se referencia una publicación titulada Himne a la K.K (Barcelona, 1897), un texto escatológico, en catalán y en verso. En Francia, hay un término que utilizaban los libreros de viejo desde el siglo XIX, que es el de curiosa, para designar un libro pornográfico antiguo, ilustrado o no. Desde el siglo XVII había ya publicaciones de ese tipo. Por esas fechas, en el país galo existía una aristocracia que financiaba y, a veces, publicaba en su propio castillo libros eróticos o pornográficos, en pequeñas ediciones, que regalaban a sus amigos. También hubo publicaciones de bibliofilia, muy cuidadas, con papel especial y con pocos ejemplares. Había una clientela que se interesaba por estos materiales y que tenía dinero para comprarlos.
P. Estas publicaciones, que podían ser en forma de láminas, fotos, folletines, revistas, libros o naipes eróticos, ¿cómo se distribuían y qué público se interesaba por ellas?
R. Mayoritariamente se vendían en burdeles y también había mercaderes que iban de pueblo en pueblo. A los que veían interesados, les enseñaban este tipo de mercancía. Una antigua publicación francesa anunciaba que en un café de la madrileña Puerta del Sol se podían comprar estos productos. Existían también lo que ahora se llama pop-up store. Tiendas que, esporádicamente, ofrecían estas revistas. Se sabe muy poco sobre la producción, las imprentas clandestinas y los autores. Las publicaciones eran anónimas, sin editorial ni pie de imprenta. Pero se sabe aún menos sobre el público. A veces se ponían nombres ficticios a los autores y, aunque no faltaban los nombres femeninos, en un 99% eran escritas por hombres.
P. Algunas de estas obras tenían un afán divulgativo, de una cierta sexología popular. Se hablaba, por ejemplo, de cómo ser un buen amante, cómo evitar embarazos, cómo luchar contra las enfermedades de trasmisión sexual o cómo detectarlas a tiempo. Y, en la Guerra Civil, servían para entretener a la tropa.
R. Acerca de la sexología había colecciones específicas que no eran textos de ficción, sino que tenían un carácter divulgativo, en un mundo donde hablar de educación sexual era impensable. Aunque casi todas iban dirigidas al hombre. Pero, incluso los textos de ficción, sobre todo si tenían ilustraciones gráficas, desempeñaban un cierto papel didáctico. De hecho, la noche de bodas era un tema recurrente en estos escritos, qué hacer y cómo comportarse.
P. Eludir la censura se convirtió en todo un arte. Y no solo la de las autoridades, sino que también, dentro de casa, había que esconder los infiernos.
R. Sí, porque había distintas penas y castigos, dependiendo de la época. Por ejemplo, durante la Segunda República, contrariamente a lo que se pudiera pensar, hubo mucha represión antipornográfica. En el libro también hablo de un librero que, en Barcelona y durante el franquismo, tenía un cuarto de erótica clandestino para clientes habituales y de confianza, en el que tenía una mesa con un dispositivo especial que, accionando un botón, hacia desaparecer los libros en caso de que viniera la policía. Pero había que esconderlos además de la esposa, la familia o los padres. Comento también en la obra el caso de un señor que tenía este tipo de publicaciones en su biblioteca, dentro en un tomo que se llamaba El Año Cristiano, para que su mujer no sospechara.
P. Menciona también en el libro a algunos grandes coleccionistas de erótica en España, como Luís García Berlanga.
R. La colección de Berlanga tenía muy pocas cosas de interés para mí. La mayoría eran publicaciones no españolas, francesas e inglesas, entorno a las obsesiones del cineasta. Otros grandes coleccionistas fueron José Blas Vega, ya fallecido, con librería en Madrid, la Librería Del Prado, que sus hijos siguen regentando; Joaquín López Barbadillo, periodista y autor, que por razones económicas vendió su colección; Lluís Robles Archer, en Castelldefels, y Camilo José Cela.
P. No faltaron autores conocidos que, supuestamente, escribieron erótica. Algunos ejemplos: Quevedo, con Gracias y desgracias del ojo del culo; Arte de las putas, de Moratín; o Espronceda, al que se le atribuyen una serie de poemas pornográficos.
R. Son hipótesis, suposiciones. Algunas se han comprobado y otras no. Muchos lo hacían por dinero, como Anaïs Nin, que escribió textos pornográficos por razones económicas. Los textos poéticos son ya otra cosa, porque la sutileza de la poesía no excitaba a todo el mundo.
P. La sátira y la ironía siempre han acompañado a este género que, a menudo, era una dura crítica a la hipocresía de la sociedad. Sexo entre los curas, religiosos y monjas, nombres de personajes que recordaban a los de los políticos de la época. ¿Se aprovechaba la clandestinidad de lo pornográfico para hacer crítica social?
R. Que se criticaba al clero no cabe la menor duda. Y desde fechas antiguas ya hay textos conocidos, como Teresa filósofa, en francés y traducido al castellano. Algunas publicaciones dentro del sexenio, entre 1868 y 1874, que comprende la Primera República, critican a los distintos ministros que había en ese periodo. Sí, podemos hablar de una crítica religiosa y política (según el momento), más que de crítica social.
P. Leyendo los títulos y temáticas tan variadas, uno se puede hacer la idea de que la sociedad era mucho menos puritana de lo que aparentaba. Por ejemplo, se hablaba de técnicas de dominación y BDMS, en ¡Azote viene y vaina va!; de mujeres que se casaban con ancianos adinerados pero que se satisfacían con jóvenes, en La bien jodida; de relaciones abiertas, en Matrimonio moderno; o de prostitución masculina para señoras, en Casa de hombres o Fábrica de cabrones. ¿Era esto reflejo de una parte de la sociedad o era solo ficción? ¿Existieron, por ejemplo, prostíbulos para mujeres?
R. Que yo sepa no existían burdeles para mujeres, aunque podían existir casos aislados de hombres que mantuvieran relaciones con mujeres ricas por dinero. Pero el burdel como institución no, más que nada, porque esto hubiera supuesto una especie de competencia a los hombres y ponía en peligro la sexualidad masculina. Aunque todavía hay mucho que investigar en este campo, yo me inclino a pensar que lo que sucedía en las páginas era más producto de la fantasía que de la observación empírica.
P. Incesto, perversiones, pedofilia, lesbianismo. Se trataban todos los temas. ¿Hay alguno que fuera omitido?
R. La homosexualidad masculina se trataba poco y, aunque había prostitución de hombres para hombres, era minoritaria. Con las colonias, existía también la fantasía del hombre o la mujer negro con todas las connotaciones sexuales atribuidas entonces: salvajismo, fuerza, ausencia de tabúes.
P. ¿Cuál es su publicación preferida; ya sea por ser la más descaradas, divertida o ingeniosa?
R. A menudo hablo de producción erótica porque llamarla literatura es mucho, ya que la calidad de los textos no era muy buena. Estaban escritos muy rápidamente y se buscaba el efecto excitante. Un poco como el porno malo. El libro de la lujuria es una de mis preferidas. Hay invención temática, está bastante diversificado, bien hecho y ubicado en París. Aunque está atribuido a un autor francés, se sabe que se escribió en España.
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