La sutil frontera entre la sinceridad y el ‘sincericidio’ en pareja
En el extremo opuesto al mentiroso compulsivo se encuentran los partidarios de decir siempre la verdad, caiga quien caiga. Excelente atajo hacia los conflictos, malentendidos y celos en la pareja
“¿Jura usted decir la verdad, toda verdad y nada más que la verdad?”. Si se es testigo en un juicio a esta pregunta hay que contestar que sí, pero casi nadie daría esa respuesta para manejarse por el mundo. De hecho, incluso las personas más honestas mienten cada día varias veces. Casi todos echamos mano de las mentiras piadosas, esa anestesia local. Cuando los amigos amenazan con enseñarnos las fotos o vídeos de sus vacaciones decimos que sí, que nos encantaría verlas y nos preparamos para una sesión continua de memorias que no nos pertenecen.
A la pareja, sin embargo, se le pide sinceridad absoluta. “Qué sea sincero y que me haga reír”, son cualidades a menudo demandas en la media naranja. Claro que a medida que maduramos empezamos a preferir que a la cruda realidad se la pase por la plancha, vuelta y vuelta, y se nos presente un poco hecha, más masticable y digerible.
Bromas aparte, y como apunta Ana Yáñez Otero, psicóloga sanitaria, sexóloga clínica, directora del Instituto Clínico Extremeño de Sexología, miembro del Comité Asesor de WAS (World Association for Sexual Health, la Asociación Mundial para la Salud Sexual) y miembro de la Junta Directiva de Federación Española de Sociedades de Sexología (FESS), “ser sincero no es decir siempre la verdad”. “Hay cosas que es necesario transmitir y otras que no. Y en toda comunicación hay que valorar lo que se dice, cómo se dice y con qué fin se comunica”, argumenta. “El sincericida no tiene en cuenta todas estas cosas, no considera las consecuencias de sus palabras, no cultiva el cuidado emocional. En la sinceridad hay empatía, en el sincericidio no”.
La verdad puede ser un arma de destrucción masiva, una patada en la espinilla, un pisotón en el juanete o una puñalada en la espalda que dejará una eterna cicatriz. Aun así, la mayor parte de los sincericidas se jactan de su personalidad: “Yo es que soy así, muy directo y me gustan las cosas claras”. Lo que no contemplan los amantes de la verdad desnuda es que, como señala María Molinero, psicóloga y sexóloga en Chiclana de la Frontera (Cádiz), siempre ponen el foco de atención en el otro: “Los sincericidios que lanzan suelen estar dirigidos hacia la pareja, nunca hacía uno mismo o hacía la relación”.
Irene, de 51 años, convive con Cristian, que ya ha pasado a ser compañero de piso. El sexo ha desaparecido hace tiempo y ambos han cometido infidelidades;,pero lo que más le duele a Irene es que un día su marido le soltó a bocajarro que “ya no le excitaba”. Ejemplo claro de sincericidio junto con algunas letras de Rocío Jurado (“hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo”) o de Paquita la del Barrio (“rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho”), muy loables en el mundo de la canción pero poco aconsejables para la armonía en pareja.
A muchos les pasa como a Chus Lampreave en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), que su religión les prohíbe mentir; aunque el sincericida, según cuenta Santiago Frago, sexólogo y codirector de Amaltea, Instituto de Sexología y Psicoterapia, en Zaragoza, suele responder al perfil de persona celosa, posesiva e insegura. “A veces, se cuentan cosas que no deberían decirse para librarse de la culpa, para desahogarse o para molestar al otro. Generalmente la infidelidad no entra en este grupo y se descubre, no se cuenta”, explica el experto. “De todas formas, los cuernos ya no son una causa grave de ruptura. El encuentro sexual ha perdido significado y, por lo tanto, también sus funestas consecuencias. La diferencia entre la lealtad y la fidelidad es que la primera está relacionada con el vínculo afectivo de la relación, y la segunda con la exclusividad de la misma”, aclara este sexólogo.
Pensar en voz alta (”¡qué buena está esa tía!”), dar informaciones innecesarias (”por cierto, ¿sabes que esta noche soñé que me lo montaba con tu amigo Juan?”), recordarle al ex sus fallos en la cama cuando ya no se está con él/ella (”la mayor parte de las veces fingía el orgasmo”) o hacer bromas para probar al otro pueden ser algunas de las encarnaciones del sincericidio. “Entre broma y broma la verdad asoma”, tira de refrán Yáñez Otero. “Hay algunas personas desconfiadas, inmaduras e inseguras que utilizan el chiste para decir alguna verdad y observar la reacción de la pareja. Necesitan testar al otro constantemente y eso genera distanciamiento o que la otra persona empiece a pagar con la misma moneda”.
Contar las relaciones previas con otras personas y exigir que la pareja haga lo mismo parece ser otro capítulo ineludible en el modus operandi del sincericida, que empleará la información recibida como arma arrojadiza cuando se presente la ocasión. “Hay cosas que pertenecen al ámbito privado y no estamos obligados a contarlas, ni siquiera a nuestra pareja”, señala Yáñez Otero, “si la tranquilidad emocional de alguien depende de esto, mal vamos”.
¿Qué deberíamos evitar decirle al otro para no caer en el sincericidio? “Todo aquello que no se puede cambiar; ya sea referente al aspecto físico o peculiaridades del carácter, que ya son muy difíciles de modificar”, señala la psicóloga y sexóloga. “Todo lo demás hay que hablarlo, aunque siempre en positivo tipo: ‘Me gustaría hacer esto’, en vez de ‘Odio hacer esto”.
Si la pareja de Irene fuera menos sincericida, en vez de emplear “ya no me excitas” hubiera descrito su falta de deseo de una manera menos hiriente y más empática. El lenguaje crea realidades. La palabra mata, ayuda, restaura, denigra, cura, estropea o apoya. “La comunicación es siempre uno de los puntos débiles de muchas parejas en crisis”, asegura Molinero. “Hay dificultad para expresar los sentimientos profundos que pueden estar debajo del enfado, la ira o la tristeza; y hay dificultad para, simplemente, escuchar al otro, en vez de estar pensando cómo rebatir sus argumentos. El sincericidio en la pareja crea conflictos, daña la autoestima del otro y convierte la comunicación en una forma de maltrato psicológico”, añade la experta.
¿Qué nos indica que estamos adorando a la verdad de forma desmedida? Cuando no tenemos filtros para decir las cosas, cuando somos impulsivos en nuestras conductas, cuando creemos que nuestro punto de vista es mejor que el del otro, cuando confundimos la verdad con la opinión y cuando somos agresivos al comunicar. Las estrategias para evitar los innecesarios ataques de sinceridad pasan por el respeto, la empatía, la prudencia y el análisis previo. Como dice un proverbio árabe: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas”.
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