Sotogrande: 60 años de la urbanización creada por y para ricos donde “el valor diferencial es el dinero”
La urbanización gaditana se consolida como un fortín verde de 2.000 hectáreas en la que millonarios y famosos alimentan un ecosistema cerrado para el hedonismo sin remordimientos
La inflación cabalga al trote en las economías occidentales. Putin atenaza, día sí y día también, con cerrar el grifo del gas. La Comisión Europea acaba de anunciar que se plantea “una intervención de emergencia” para frenar la escalada eléctrica. Pero C.B. —”si es para citarme, así está bien”— y su hija pasean ajenas a tanto desasosiego por La Marina de Sotogrande (San Roque, Cádiz). “¡Uf! Sí, a veces, hay que romper la burbuja para saber qué está pasando. Vivimos tan tranquilos que aquí solo hay un semáforo, en el colegio, para enseñar educación vial”, explica la vecina, amable y con corrección exquisita, antes de perderse al atardecer en su paseo entre yates y veleros amarrados a las terrazas privadas de los apartamentos.
A La Marina, con sus casas de colores, sus tiendas exclusivas y sus canales navegables, hay quien la llama con pomposidad “la pequeña Venecia”, eso sí, sin patrimonio histórico, ni hordas de turistas. Pero lo cierto es que es solo la bonita cara visible, pública y más modesta de ese fortín verde de 2.000 hectáreas que es Sotogrande. La urbanización [porque, aunque genere dudas en algún foráneo, administrativamente es solo eso] cumple este año 60 años, asentada como ese oasis de naturaleza, deportes, sol y lujo, donde practicar el hedonismo sin remordimientos. Una porción de territorio ubicada en pleno Estrecho de Gibraltar y, al margen de sus problemas, en la que “el único valor diferencial es el dinero”, como reconoce sin rodeos, José Luis García, responsable del grupo HCP, que edita hasta tres publicaciones con las que pretende narrar “la realidad” de Sotogrande que se quedaba fuera de los medios locales de la zona.
La historia más romántica —y repetida— de Sotogrande marca sus inicios a primeros de la década de los sesenta, momento en el que Joseph McMicking, un rico coronel estadounidense de ascendencia filipina que luchó en la II Guerra Mundial, encarga a su empleado Alfredo Melian Zóbel encontrar un terreno en el que levantar una suerte de retiro solo para los más pudientes. Lo localiza en 1962 en el valle del Guadiaro, un remanso verde que, por aquel entonces, eran “campos vírgenes y huertos de regadío con muchos naranjos y cortijos”, como rememora el actual alcalde de San Roque, Juan Carlos Ruiz Boix (PSOE). McMicking acaba por adquirir, unificar y urbanizar varias de estas fincas con el apoyo del régimen franquista, que declara la zona como Centro de Interés Turístico Nacional.
Seis décadas, nueve campos de golf, 12 canchas de polo y un puerto deportivo después, Ruiz Boix defiende que a San Roque le sigue saliendo a cuenta aquel hallazgo: “Compensa, rotundamente sí. Es una urbanización de alto standing con más de 5.000 viviendas con necesidades de muchísimos trabajadores. El empleo ha mejorado la calidad de vida de los vecinos. Además, ha permitido que tengamos nuevas opciones de ocio”. De ahí que el alcalde cierre filas con la urbanización y con los futuros desarrollos urbanísticos que le quedan, siempre centrados en lujosas villas de baja densidad: “Los distintos gobiernos hemos cuidado que se mantenga así y que cree empleo y riqueza”.
Bajo esa premisa, Sotogrande ha crecido tanto que hoy en día se articula a través de varias entidades urbanísticas que trascienden ya a la propia empresa Sotogrande S.A., gestora y promotora de algunos de los activos más suculentos de la urbanización. Bajo su paraguas está la comercialización de las villas de The Seven, The 15 o El Mirador, promociones de casas de gran lujo que se articulan en torno a La Reserva que se autodefine en su web como “un club de campo vanguardista rodeado de comunidades privadas con vistas al Mediterráneo”. Quizás la pieza más icónica y representativa de cómo funcionan las relaciones sociales de Sotogrande está en The Beach, una playa artificial de 2.800 metros cuadrados construida en torno a un lago que está a poco más de cinco kilómetros de la playa de verdad de Sotogrande que baña el Mediterráneo.
La diferencia entre uno y otro arenal está en la exclusividad. Hay quien defiende que Sotogrande se ha ido democratizando y haciendo más permeable en estas seis décadas. Para Rosa, que pasea junto a su marido Ramón y dos amigos por La Marina en el último lunes de agosto, simplemente es que hay “dos velocidades”. “Están los de las macrocasas que no se mezclan con la chusma. Nosotros somos de los segundos”, tercia, entre risas, la mujer, que reside todo el año a caballo entre una buhardilla en el puerto sanroqueño y Cataluña. El editor García tampoco cree que haya muchas trasferencias entre unos y otros: “Ellos [los ricos] tienen unas necesidades que no puedes emular. La gente se tiene que percatar que cada uno tiene un sitio”.
C.B. no entra en qué grupo está. Vive cerca de la iglesia de Sotogrande, en una de las zonas primigenias de la urbanización. Allí llegó con su marido desde Madrid para pasar dos años y ya llevan 18 viviendo en un chalé donde han podido criar a tres hijos rodeados por la naturaleza, aficionados al deporte y que “no saben lo que es una discoteca”. “Aquí los planes se hacen más en las casas y si te encuentras con un famoso, le respetas, no se le pide fotos ni nada”, resume la mujer como regla no escrita. El código de conducta se resume en una frase que se repite hasta la saciedad por esos lares: “Lo que pasa en Sotogrande, se queda en Sotogrande”.
Eso también engloba a Trocadero, un lujoso club de playa decorado con reminiscencias étnicas al que se accede desde la autovía por una caseta con barrera y guarda y una avenida cuajada de cancelas abiertas, casas de arquitectura despampanante y mujeres del servicio que sacan a los perros con impolutos uniformes. “Aquí se vende exclusividad. Viene gente de clase alta, incluso más que a los eventos tras el polo a los que, si pagas entrada, puedes pasar. Esto es lista cerrada”, resume María Teruel, subdirectora del establecimiento, que pertenece a una cadena que explota locales con filosofía similar en la Costa del Sol. Aunque Teruel prefiere no acordarse, entre las tumbonas, mesas de su exclusivo restaurante y piscinas —tiene dos, pero una no se usa por guardar estética de la entrada— se ha visto este año al exjugador de fútbol Iker Casillas, a Tamara Falcó y su pareja, Íñigo Onieva, a la presentadora Ana Rosa Quintana o a la modelo Inés Sastre, los tres últimos incondicionales de Sotogrande.
“Vamos, el ¡Hola! entero”, resume entre risas Ramón, el marido de Rosa. Pero en lo que hay unanimidad a quien se le pregunta es que, entre esas figuras del papel cuché, no se mueve el verdadero poder de la urbanización. “Por aquí vienen muchos directores de banco, príncipes árabes o realeza”, apunta una fuente anónima. Eso incluye a Tunku Ismail, el príncipe de Johor, y su fortuna valorada en 750 millones de dólares, con los que paga caprichos que van desde el Mercedes de Hitler a postularse para comprar el Valencia CF, aunque no llegó a materializarse. Entre tanta opulencia —habitualmente más silente y discreta que la de ese heredero— no encajan algunos narcos que hace años desembarcaron en Sotogrande, muy a pesar de sus vecinos, interesados por el lujo y la privacidad. “Supongo que la seguridad atrae al que huye de la ley, pero al final les acaban pillando igual”, defiende el editor de los periódicos de la urbanización.
El húmedo viento de levante en la zona ha arrimado una boina gris de nubes con chaparrones en este último lunes de agosto de Sotogrande. Aún es verano, pero en el residencial ya se respira ambiente de resaca, tras un fin de semana de traca final de vacaciones para muchos. “Fue estupendo, estuvo lo más granado por aquí”, resume una fuente, en referencia a la final de la Copa de Oro del Torneo Internacional de Polo, que se celebró el pasado sábado en Santa María Polo Club. Muchos de quienes doblan la población flotante de San Roque —la localidad pasa de 35.000 habitantes a 70.000 personas en agosto— ya se han marchado. El reposo que tan a gala lleva la urbanización en sus reclamos inmobiliarios ha vuelto para quienes ya lo añoraban. “Esto empieza a ser lo que suele ser la mayor parte del año. Antes aquí se hacía una fiesta que se llamaba ‘Por fin solos’”, explica Ramón, divertido. Nunca llueve a gusto de todos. Y el edén de los más ricos no es una excepción.
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