La hiedra, la planta trepadora más universal
Para poder adherir sus raíces aéreas, los tallos necesitan de superficies sólidas como muros, mejor que las vallas metálicas en las que se planta muchas veces
En el mes de las flores, cuando los jardines estallan de colores y de aromas, la presencia modesta de la hiedra (Hedera spp.) permanece siempre. Sea invierno o verano, sus hojas verdes dan lustre a prácticamente cualquier recoveco. Qué será lo que tiene la hiedra para que la reconozcamos desde que somos unos niños y que, a pesar de eso, no le prestemos casi atención de adultos, aun cuando su presencia nos acompaña desde hace siglos. Como nos recuerdan los historiadores, es una planta consagrada a multitud de dioses de distintas culturas: Osiris en Egipto, Atis en Frigia o el Dioniso griego y el Baco romano.
Precisamente, en tiempos antiguos se pensaba que beber vino, mientras se portaban hojas de hiedra en la cabeza, permitía a las personas alcanzar el éxtasis místico producido por el alcohol, pero sin caer en la embriaguez. Quizás por esta misma razón podemos encontrar cómo el mismísimo dios Baco corona con hiedra a un noble en el famoso cuadro de Velázquez Los borrachos. Aunque también era un atributo que recibían los poetas, en virtud de su gloria imperecedera. En el Museo del Prado, donde se cuida de esta pintura, la hiedra es la planta que aparece en un mayor número de obras, junto con la rosa. Esto es debido a que esta trepadora hace acto de presencia en cientos de paisajes y decoraciones. Cuando menos se la espera, sus inconfundibles hojas lobuladas decoran muros, piedras, troncos de árboles o bodegones en composiciones de Juan de Arellano, de Fortuny, de Van Dyck, de Goya o de El Greco.
Su simbología ayuda a esta notoriedad en el mundo del arte. Fidelidad y amistad son dos de sus atributos, ya que con sus raíces aéreas se fija a casi cualquier soporte, superando las dificultades, como debiera de ocurrir entre los amigos verdaderos. Sus hojas perennes, con ese verde reluciente, hacen de la hiedra el emblema de la vida eterna, y por ello acompaña a multitud de escenas sagradas, tanto en pintura como en escultura.
En nuestro ámbito jardinero, esta procura una cobertura perfecta para el suelo en aquellos lugares donde se busque una opción rápida y sencilla para tapizar la tierra. Si cuenta con humedad suficiente, es incluso capaz de colonizar partes que reciban sol directo, desechando la idea de que a la hiedra solo le gustan las penumbras. Es cierto que en los bosques de gran parte de la península Ibérica la vemos crecer bajo la copa de los árboles, pero rápidamente se lanzará a la carrera para trepar por los troncos y así alcanzar la luz del sol.
Para poder adherir las ya mencionadas raíces aéreas, sus tallos necesitan de superficies sólidas como muros, mejor que las vallas metálicas en las que se planta muchas veces. Para estas verjas es más apropiado otro tipo de plantas trepadoras, como el ubicuo jazmín estrella (Trachelospermum jasminoides), que precisamente ahora luce sus mejores galas, al encontrarse en plena floración.
Si hablamos de flores, la hiedra no se precia por tener unas muy llamativas, pero sí muy provechosas para la fauna polinizadora. Esto es debido a que sus inflorescencias aparecen a finales del otoño, cuando hay escasez de néctar y de polen a disposición de aquellos insectos que sobreviven en los días fríos. A continuación, sus frutos negruzcos tomarán el relevo en cuanto a utilidad, ya que maduran en pleno invierno y constituirán un preciado alimento para multitud de especies de aves.
Es muy posible que sintamos una indiferencia hacia la hiedra, pero este síntoma se puede paliar cuando apreciamos la enorme cantidad de variedades que ofertan los viveros. Muchas de ellas tienen hojas más menudas o extrañas, convirtiéndose en un dechado de gracilidad para colonizar pequeños espacios al exterior, como una pared de nuestra terraza, por ejemplo. También tenemos hiedras variegadas, con hojas de dos o más colores por falta de clorofila que las tiña en alguna parte. Entre estas, una maravillosa es Hedera helix ‘Goldheart’. Su variegado es de un tono amarillo muy vivo, que contrasta a la perfección con los matices verdes. Si se la pone a trepar por una pared de ladrillos o pintada de blanco, el efecto es precioso.
Para cultivarlas, ya sea en macetas o plantadas en tierra, les beneficia un sustrato fresco y húmedo, sin encharcamientos, aunque muchas aguantan un cierto grado de sequedad. En verano pueden ser propensas a verse atacadas por la microscópica araña roja (Tetranychus urticae) en ambientes muy secos, pero se puede contrarrestar si se tiene la precaución de lavar sus hojas al regarlas. Un buen abonado orgánico en primavera, y otro a la salida del verano, hará crecer nuevas hojas, para intentar ganarnos así la vida eterna de la hiedra.
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