La condena al fiscal anticipa la confrontación electoral en Madrid
El Gobierno coloca a Óscar López como la voz más crítica con el fallo del Supremo y rival absoluto de Ayuso, que denuncia “una dictadura”

Isabel Díaz Ayuso utiliza en sus discursos varios nombres propios recurrentes entre los que no se encuentra el de Alberto Núñez Feijóo, el jefe de su partido. Ni siquiera lo hace cuando menciona las elecciones generales o se refiere a asuntos de carácter nacional. La presidenta de Madrid es una y trina, de una naturaleza distinta a todos sus compañeros del PP. Se retroalimenta a sí misma de una manera en la que no tiene cabida nada más. Es ella, en solitario, contra todo y contra todos.
Ese choque, en realidad, puede reducirse a una sola persona: Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Una buena parte de la política nacional gira en torno a los ataques que se dedican la presidenta de Madrid y el presidente del Gobierno central. Ayuso descubrió, desde muy pronto, que su naturaleza política tiene sentido en cuanto se contrapone a la del líder socialista. Sabe bien que a sus seguidores les da urticaria cuando ven a Sánchez. De vuelta, la izquierda dibuja a Ayuso como el símbolo de las privatizaciones y el deterioro de los servicios públicos.

No resulta extraño que el principal enfrentamiento político en España se libre en Madrid. Sacados de esa ecuación el alcalde, José Luis Martínez-Almeida, y opacado Feijóo, la batalla política y cultural entre PP y PSOE ha echado raíces aquí. El juicio en el que ha sido condenado por revelación de secretos el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, ha sido un encontronazo brutal entre dos posturas irreconciliables. Una historia de fraude fiscal, togas y conspiraciones que ha removido los cimientos del Estado.
El caso del fiscal general no describe la realidad, sino lo que se puede decir de la realidad. Y en ese territorio es difícil torcerle el brazo a Ayuso. La presidenta y su principal asesor, Miguel Ángel Rodríguez, MAR, supieron que se iba a dar a conocer que la pareja de ella, Alberto González Amador, había sido imputado por dos delitos fiscales que, juntos, superaban los 300.000 euros. MAR filtró a medios de su confianza que la fiscalía había ofrecido un pacto a González Amador que después fue retirado “por órdenes de arriba”. Daba a entender, de una forma poco sutil, que se trataba de una operación política en contra de la presidenta.
Esa información no era cierta, como ha reconocido MAR en su declaración como testigo en el Supremo. Pero ayudó a generar un relato de persecución contra el novio que caló. El email del abogado de González Amador confesando los delitos que salió a la luz era, según Ayuso y MAR, parte de un complot contra ella y señalaron con el dedo al fiscal. No hay pistola humeante, ninguna prueba reina que demuestre, sin género de dudas, que el autor de esa filtración era él. Eso se ha pasado por alto. El relato de Ayuso ha vencido, a la espera de la si hay recurso y el caso acaba en el Constitucional. En cualquier cosa, ha logrado impulsar una condena a un fiscal general por primera vez en la historia de España.
Sánchez sabe que en Madrid se juega mucho. Y por eso ha elegido para enfrentar a Ayuso en las próximas elecciones a alguien como Óscar López, un peso pesado dentro del PSOE. Ha sido su jefe de Gabinete y ahora es ministro, por lo que cuenta con una plataforma desde la que enfrentar a la presidenta, ahora mismo una de las figuras más importantes del PP. Y la más polarizadora. López respondió con ese mismo arsenal a las pocas horas de conocerse la condena: “Este fallo lanza un mensaje desolador: no te atrevas a tocar a Ayuso, no te atrevas...”. Frente al tono más comedido del ministro de Justicia, Félix Bolaños, La Moncloa ha designado a López como el encargado del Gobierno de colocar los mensajes más críticos del Gobierno contra el fallo del Tribunal Supremo.
Ayuso no rehúye la crispación, al revés, la aviva. Esta vez no ha sido diferente. Apareció el viernes en la sede del Gobierno de Madrid con aspecto sobrio. La gente se la imaginaba abriendo una botella de champán al conocer la noticia, pero, según su equipo, la recibió con serenidad, sin aspavientos. Zanjó la reunión en la que se encontraba, en el salón institucional de la Puerta del Sol, y se encerró en su despacho a leer noticias e intercambiar WhatsApp.
Esa misma contención la mostró ante los periodistas. (Debe ser la paz que conlleva éxito). No se le movió una ceja mientras leía en un teleprompter un discurso que “elaboró ella personalmente”, dice su gente. Ayuso expuso con él un dictamen absolutista: “No es el fiscal general del Estado, sino Pedro Sánchez quien se ha sentado en el banquillo de los acusados. (...) Estos hechos son propios de una dictadura”. Al cabo de unas líneas, usó una frase, casi calcada, de una leyenda del PSOE: “España no se merece un gobierno que les mienta”. La pronunció Alfredo Pérez Rubalcaba el 13 de marzo de 2004, dos días después de los atentados de Madrid, para recalcar las mentiras del Gobierno de José María Aznar. En los días siguientes, ese fue un elemento clave para que el PP perdiese las generales. Ayuso, según su equipo, se apropió de esas palabras con intención, porque quiere que a Sánchez le ocurra lo mismo, que caiga lo antes posible.
La discusión en torno al fallo todavía no ha cesado ni cesará en las próximas semanas. En el Gobierno de Sánchez no terminan de creérselo. Aceptan la derrota a regañadientes. Temían una condena, pero la falta de pruebas les llevó a pensar que acabaría imponiéndose la sensatez. “Cuando escuché el fallo sentí desolación, hartazgo, descreencia”, dijo Óscar López en la cadena SER. “Si son capaces de condenar a alguien sin pruebas, ¿qué es lo siguiente?“.
Ayuso ha confirmado ser una escapista, tener mil vidas. Hay un precedente. En 2022, el entonces jefe de su partido, Pablo Casado, estuvo a punto de revelar que su hermano se llevó una comisión de 240.000 euros por la venta de mascarillas en el momento más duro de la pandemia. MAR se le adelantó y lo contó como un caso de espionaje en contra de Ayuso urdido dentro de su propio partido. Casado acabó saliendo por la puerta de Génova. Lo ocurrido ahora adquiere una dimensión mucho mayor. Lo que en un principio era una investigación sobre su novio ha terminado convertido en un escándalo de todo un fiscal general, al que no le ha quedado otra que marcharse. A día de hoy, en el reino de la confusión, cuenta sus batallas por triunfos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma





































































