Volver a la rutina y no ahogarse en el intento
¿Qué haremos en este 2025 para que la vida se sienta un poco más vida? Correr kilómetros, aprender a tocar la guitarra, tener hijos, repetir como un mantra los delicados poemas de Mariano Blatt
El 1 de enero Paqui hizo pollo. Pasó la Nochevieja sola porque su marido se había ido al pueblo a cuidar a su padre, así que se acostó pronto y no comió las uvas. Al día siguiente dio un paseo, vio a varias personas mayores con sus perros y a gente haciendo deporte intentando cumplir, desde el primer día, el propósito de estar en forma. Se cruzó con dos chavales trajeados, con pajarita, que se estaban fumando el último cigarro de la mañana mientras hablaban sobre cómo la madre de uno se iba a enfadar por haber llegado de madrugada.
Visitó a su amiga Ana, que es unos años mayor que ella y no sabe en qué día vive, y le revisó los armarios y la nevera y con las cuatro cosas que encontró, le preparó la comida y, con un saco enorme de manzanas que le había traído el hijo de Ana a Ana, le hizo compota de manzana. Volvió a casa, hizo pollo y se sentó a hacerme compañía.
Me habló de la academia de idiomas que montó con su marido, del primer japonés que llegó al pueblo, del señor sueco inteligentísimo con el que se envía emails, de la pareja de chicas que tienen un gato y una es rusa y la otra ucrania, del chico senegalés al que le quiere dar clase de español para que pueda tener un mejor trabajo, de un plato de comida que no recuerda si es polaco o rumano, de la belleza de la danza de los derviches.
Y entonces Paqui paró de hablar y miró sin mirar hacia un lado y asintió y dijo: “Hay gente a la que le cuesta encontrar lo bueno del día a día y así es muy difícil vivir”. Después acarició a su gata, recogió la mesa, me pidió que no fregase y siguió con su día como si no hubiese tenido mi corazón entre sus manos, como si no se lo hubiera llevado a un sitio más cálido y luminoso.
Yo no pude explicarle bien qué era el Ozempic, quién es Lalachus, por qué exactamente se me hace a veces tan difícil vivir. Siento que la mayor parte de lo que sé, de lo que digo, de lo que hago, de lo que opino y de lo que recuerdo poco o nada tiene que ver con la vida, sino con unos saberes periodísticos y de Internet algo fútiles.
Una pasa las fiestas como quien se adentra en la caída de una atracción pensando en este extraño calendario que gestiona nuestra diversión anual y que nos obliga a pasar por una época de confetis y familia y comilonas ―ya sea algo que queramos hacer o no― hasta que volvemos a sentir un leve pánico por tener que regresar al asfixiante calor de la rutina.
¿Qué haremos en este 2025 para que la vida se sienta un poco más vida? Correr kilómetros, aprender a tocar la guitarra, tener hijos, repetir como un mantra los delicados versos de Mariano Blatt: “No hay nada más lindo que todo lo que nos pasó / incluso habiéndonos pasado cosas no tan lindas / así como tampoco hay nada más lindo / que todo lo que todavía nos está por pasar / no hay nada más lindo, para terminar, que hoy estemos juntos”. Y, si aun así todo esto no funciona, volver a preguntarle a Paqui qué ha hecho hoy.
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