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La decadencia del centro comercial Ermita del Santo mientras le llega el “pelotazo urbanístico”

El proyecto, aprobado en abril por el PP en Madrid para recalificar el suelo del inmueble y construir dos torres de 23 alturas y 548 viviendas, sigue adelante pese a la resistencia de una plataforma ciudadana que prepara un contencioso contra la Administración. El lugar se sume en el abandono

Entrada al centro comercial Ermita del Santo por la zona del parking.
Entrada al centro comercial Ermita del Santo por la zona del parking.David Expósito

A las diez de la mañana son las cuatro menos veinte. A media tarde, también: las cuatro menos veinte. Y a las once de la noche, cuando un empleado del Burguer King arrastra los cubos de basura por las escaleras, de nuevo son las cuatro menos veinte. El reloj de aguja que preside la decrépita puerta principal del centro comercial Ermita del Santo se quedó parado algún día de hace dos años poco después del mediodía. Los vecinos de Puerta del Ángel viven desde ese simbólico instante en una especie de incierta cuenta atrás ante un proyecto —el de construir sobre el suelo del centro dos rascacielos de 23 plantas y 548 viviendas— que, de consumarse, cambiaría la idiosincrasia del lugar. Ellos lo catalogan como “pelotazo urbanístico”. El Ayuntamiento trata de venderlo como una iniciativa privada de “interés general” que incrementaría la oferta de la vivienda y de vivienda protegida, pero sobre la que sobrevuelan los fantasmas de la gentrificación y la presumible expulsión a largo plazo de los vecinos de clase obrera que han sido tradicionalmente los residentes principales y que ya fueron desterrados de los barrios del centro. Puerta del Ángel se suma así a los movimientos vecinales tan de moda en Madrid que luchan contra los designios del consistorio de la capital. La asociación No al Pelotazo la Ermita del Santo ha recaudado más de 16.000 euros con los que junto a Ecologistas en Acción pretenden presentar un contencioso administrativo.

En este suculento enclave de unos 50.000 metros cuadrados se dan todas las condiciones para la tormenta perfecta. Por un lado, las ganas del Ayuntamiento por introducir vivienda nueva y cara en la capital para revalorizar así una zona que se encuentra en un lugar sin igual: a 100 metros de Madrid Río y apenas kilómetro y medio de Príncipe Pío. Por otro, el empresario venezolano de 89 años Alberto Enrique Finol Galué, conocido como Beto, que es el máximo accionista del terreno y el centro comercial que ha dejado morir, que ve ahora cómo su infructuoso negocio puede encontrar un lucrativo final. La exalcaldesa Manuela Carmena ya rechazó el proyecto durante su gobierno. Beto adquirió el terreno en 2012 por 16 millones de euros. El Ayuntamiento afirmó en una nota de prensa que “el descenso de la actividad comercial en esta zona, delimitada por el paseo que le da nombre, la calle de Sepúlveda y el parque de la Cuña Verde, se debe a la obsolescencia de las edificaciones e instalaciones existentes, algunas de ellas de 1985, donde conviven usos deportivos y terciarios comerciales de escasa o nula actividad y uso. Estas construcciones suponen una barrera física y funcional para conectar con las zonas verdes del entorno y Madrid Río”.

“Eso no es para nada así”, afirma Laura Mcmihail, de 42 años, miembro de No al Pelotazo Ermita del Santo, cuando pasea por el párking subterráneo de la Ermita, la única forma de atravesar hasta el exterior del centro comercial donde a día de hoy solo funciona la bolera, el gimnasio y un Burguer, además de los Karts de Carlos Sainz. “Esto está muerto porque les interesa dejarlo morir. Es de primero de especulador. Lo conviertes en un lugar inútil, casi fantasma, y luego justificas que hace falta vivienda nueva para dar el pelotazo. Aún así, estamos nosotros para pararlo”, comenta la mujer, que se queja de que su barrio de toda la vida haya mutado en una especie de laboratorio de pruebas para los fondos buitres y especuladores. Una sola empresa, Brwe, posee más de 30 edificios y casi 300 departamentos en apenas unas calles.

Los movimientos vecinales están al alza en la ciudad de Madrid aunque no siempre con el mismo éxito ni los mismos recursos, véase los casos desiguales de la Elipa, Montecarlo o el Bernabéu. Puerta del Ángel es una zona históricamente obrera que ha mutado a cierta clase media simpatizante de izquierdas. Sin embargo, en las pasadas elecciones europeas el bloque de derechas logró una ligera ventaja. Una tendencia que ya se preveía desde hacía varios comicios. “Dicen que es regeneración urbana, pero sobre todo es regeneración ideológica”, dice Laura. “Con este modelo de bloques con piscinas, pistas de pádel y parques privados lo que consigues es eliminar la vida comunitaria que impera aquí. Fomentas el individualismo y que la gente termine por no saber organizarse contra la Administración. Es el modelo del Monopoli”, finaliza.


Puertas de acceso al centro comercial desde el parking cerradas.
Puertas de acceso al centro comercial desde el parking cerradas. David Expósito

La zona de restauración, con todos sus locales cerrados.
La zona de restauración, con todos sus locales cerrados. David Expósito
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Puerta del Ángel fue bautizada hace un tiempo como el “nuevo Brooklyn”. En esta zona ubicada en la ribera derecha del Manzanares se huele ya lo que está por venir.

—¡Mira, mira! Ahí van esos hablando inglés—, advierte Javier Martín, administrador en una empresa de comercio alimentario industrial.

Martín, de 58 años, insiste en identificar uno a uno los apartamentos turísticos que proliferan en el lugar. Por ejemplo en los bajos de la gigantesca torre de viviendas de 16 plantas que preside la glorieta del Puente de Segovia, o en el antiguo bar Dalí, que echó el cierre y ahora sus ventanales son opacos para proteger la intimidad de los viajeros que entran y salen cada pocos días. “Para todos los coches que vengan tenemos esta avenida espaciosa de dos carriles”, comenta con ironía refiriéndose a la calle Saavedra Fajardo.

—¿Te imaginas esos dos bloques de edificios aquí plantados?

—Ni en mis peores sueños. Es como una pesadilla distópica. Si eso pasa, serán entonces los del decimoquinto piso —que costará casi un millón de euros— los que gocen de las vistas que pintó Goya desde aquí en su cuadro La pradera de San Isidro. Casi .


Una mujer sentada en los pasillos vacíos del centro comercial.
Una mujer sentada en los pasillos vacíos del centro comercial. David Expósito

Las dotaciones públicas de Puerta del Ángel, con una población de 41.846 habitantes según los últimos datos de 2019, son las mismas desde hace 40 años: una guardería, dos colegios, un instituto y dos centros de salud saturados. No hay biblioteca ni polideportivo municipal —solo el gimnasio privado del propio centro comercial—, y la única piscina disponible es la de Casa de Campo, que todos los días deja gente en la calle y donde aseguran los vecinos que se llega a formar un mercado de reventa de entradas.

“Este espacio estuvo muy vivo”, apunta Eva T., de 50 años, aparejadora y residente en el barrio desde que nació. La mujer sopesa resignada la idea de que le traigan el centro de Madrid a la puerta de su casa. “Abandonar el espacio es el primer paso para la gentrificación. Primero dejas morir el lugar, ahogas a la gente que lo utiliza, y luego vendes que no queda más remedio que el desalojo. Eso es lo que está pasando aquí”, comenta. “Es que parece que estamos pagando con dinero público a responsables políticos que hacen de agentes inmobiliarios con grupos de inversión en contra del interés general. No recuerdo una acción a favor de los vecinos”.

Sin alicientes para los jóvenes

El Divino Aqualung echó el cierre el año 2006 después de ser una de las discotecas y salas de conciertos punteras de la capital. Por allí pasaron artistas internacionales como David Bowie, Keith Richard, Liam Callagher de Oasis o Iggy Pop entre otros. El espacio fue con el tiempo reconvertido en el Teatro Goya, una sala de encuentros que funciona solo de vez en cuando.

Los pocos que habitan hoy el lugar son aquellos cuyos recuerdos es imposible que alcancen aquellas noches de gloria porque ni siquiera habían nacido. El imberbe Juan de Pedro, de 16 años, que pegó el estirón el verano pasado, trata de demostrarle a sus colegas, Laura Congosto, Dylan Andrés y Jonathan Sousa que ahora sí es capaz de tocar el techo del párking subterráneo de la Ermita. Tras varios intentos abandona en su empeño. “A ver si lo consigues antes de que lo derriben”, vacila Jonathan. La pandilla había planeado reunirse en la tarde del sábado en casa de Dylan para ver la serie de manga japonesa Ataque a los titanes, pero este “se rajó a última hora”. Dieron unas vueltas por la calle, se sentaron en los bancos más elevados del parque Caramuel y después bajaron a la Ermita a comer hamburguesas sueltas de un euro y beber refrescos en vasos rellenables. Tienen un aire cansado y taciturno. Laura cuenta al resto cómo sus padres tuvieron que vender la peletería en la que llevaban toda la vida en Puerta del Ángel por su falta de rentabilidad. Ahora, el local, de dos plantas, se ha acondicionado para vivienda turística. La madre ha logrado colocarse como limpiadora y el padre como conductor de Cabify. “Yo desde mi ventana escucho guiris hablando francés o inglés. Flipo”, apunta Jonathan.


Dylan, Juan Pedro, Laura y Jonathan cenan unas hamburguesas en el centro comercial.
Dylan, Juan Pedro, Laura y Jonathan cenan unas hamburguesas en el centro comercial. David Expósito

En el interior de la hamburguesería, a la derecha, hay una puerta acristalada que comunicaba con el centro comercial y que ahora permanece cerrada con cadenas. Al fondo se intuyen los pasillos oscuros donde los cuatro jugaban al escondite y compraban los regalos de cumpleaños. El más especial para Juan Pedro fue un Lego de One Pice que todavía conserva en una caja de cartón. La decadencia del centro comercial representa para los cuatro una especie de punto de inflexión en sus cortas vidas. “¿Sabes lo que nos pasa? Que nos hemos hecho mayores y no sabemos cómo. De repente hubo una pandemia y al salir a la vida de nuevo ya no éramos pequeños. Este centro comercial murió con la covid. Al volver ya no era lo mismo”, afirma Laura. “Tampoco nosotros”, añade Jonathan, su novio. La pandilla se levanta para curiosear tras los cristales. Los niños que fueron parece que aún corretean por ahí dentro.

El supuesto día en que esto quede demolido y esas dos torres casi toquen el cielo, Laura, Dylan, Juan Pedro y Jonathan serán ya jóvenes universitarios.


Un peluche en los recreativos de la bolera, todavía activa.
Un peluche en los recreativos de la bolera, todavía activa. David Expósito

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