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La codiciada perla de Lavapiés se vende por edificios

A pocas calles de las zonas más cotizadas de la capital, el histórico barrio madrileño sucumbe a la presión de los fondos inmobiliarios

Portal del edificio de la calle Tribulete, 7, comprado por el fondo de inversión Elix Rental Housing, el lunes.
Portal del edificio de la calle Tribulete, 7, comprado por el fondo de inversión Elix Rental Housing, el lunes.Claudio Álvarez
Jacobo García

La abuela de María Jesús llegó de Plasencia para vender alpargatas después de la Guerra Civil. Compartió habitación con otras familias llegadas de las zonas rurales de España, abrió una pequeña tienda de zapatos, durmió junto al mostrador y años después logró mudarse a un apartamento en Lavapiés. Siguió con el negocio su hermana, su hija y su nieta hasta que hace unas semanas colgó del escaparate un cartel en el que se lee “liquidación”. Y añade: “cierro y ya”. “Ya he llorado mucho, pero no puedo aguantar más”. Ni siquiera le echa la culpa a los fondos buitre, las socimis, la gentrificación o un poco de todo. El caso es que la llegada de Elix Rental Housing, el fondo inmobiliario propiedad de AltamarCAM Partners, del que es presidente Claudio Aguirre, primo de la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha sido el último clavo en el ataúd.

La calle Tribulete, en el barrio de Lavapiés de Madrid, el lunes.
La calle Tribulete, en el barrio de Lavapiés de Madrid, el lunes.Claudio Álvarez

A pocas calles de la Puerta del Sol, Canalejas, la Plaza de Santa Ana o Atocha, era cuestión de tiempo que la voracidad inmobiliaria recayera sobre el barrio de Lavapiés. El último caso conocido ha sido el número 7 de la calle Tribulete, cuyos 54 vecinos conocieron el sábado que el fondo de inversión Elix Rental Housing había comprado el bloque. Pero antes que en Tribulete, fueron los edificios de Buenavista, 25, Zurita, 22 o Argumosa, 11. Uno tras otro se ha impuesto la tendencia de comprar edificios completos con vecinos dentro.

“Poco a poco, hasta los migrantes que un día volvieron a levantar las persianas de negocios decadentes se están marchando”, dice María Jesús González, dueña de una zapatería que un día tuvo un eslogan en la puerta: “Ya lo dijo Salomón: ‘para los pies delicados, lo mejor son zapatos Vinigón”. El turismo está muy bien y deja dinero, pero los barrios los construyen los vecinos y las familias. “El siguiente paso cuál será, ¿cerrar la escuela hasta ir asfixiándonos?”, dice. “Piensas que no te va a tocar a ti, y cuando te toca, te sobrecoge”, dice emocionada.

Más de cinco vecinos dejan cada día Lavapiés ante el aumento del precio de los alquileres. Según el último informe de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid, el barrio ha perdido 10.000 en los últimos cinco años, una situación que altera por completo el ecosistema del barrio. “Están echando del barrio a gente que siempre ha pagado puntualmente el alquiler, que son inquilinos ejemplares, que crean familias y que llevan muchas décadas viviendo aquí”, dice Nacho Salvador, inquilino de Tribulete, que se ha unido al resto de vecinos para hacer frente a un inminente desalojo.

—”¿Ves ese restaurante de ahí?” —dice señalando un local a pocos metros de su casa, donde esperan más de 20 personas para poder entrar a tomar cafés a 3 euros.

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—Antes era una frutería, pero ahora ofrece un brunch cada domingo a casi 20 euros.¿Quién de aquí puede pagar eso? —se pregunta.

Elix Rental Housing, el fondo inmobiliario de AltamarCAM Partners del primo de Aguirre, que se ha hecho con su casa, no cotiza en la Bolsa española sino en el Euronext de París. Según los documentos de incorporación al Euronext que la empresa proporciona, solo tiene un edificio en la calle Galileo y vive de los ingresos que obtiene de estos alquileres.

Según estos documentos, el objetivo de Elix es seguir creciendo en la Comunidad de Madrid, por lo que en caso de modificaciones urbanísticas, “la compañía podría verse afectada negativamente”, dice el texto sobre su incorporación a París. Entre otros riesgos, una vez comprado y remodelado el edificio, “los inquilinos podrían experimentar circunstancias desfavorables, financieras o de otro tipo, que les impidieran cumplir con sus compromisos de pago”. Para impedir todo ello, la empresa relevará a los inquilinos existentes por otros nuevos, teniendo en cuenta “el salario, la duración del contrato laboral, el impuesto sobre la renta, la vida laboral de la seguridad social y un seguro de impago”. Solo quienes cumplan estos requisitos podrán seguir viviendo en su casa, confirma el documento. Ajena al conflicto, la empresa entregó en octubre las arras para comprar otro edificio en Canillejas.

Desde el Sindicato de Inquilinas defienden: “Estábamos sobre aviso sobre la intención de comprar el edificio porque la estrategia es siempre la misma. Compran los edificios, echan a la gente, los reforman y los vuelven a poner en el mercado. En el caso de Lavapiés la preocupación es que terminarán siendo pisos turísticos, explica un portavoz de sindicato que asesora a los vecinos de Tribulete. El colectivo, que comparte experiencias por toda España, señala que hay un cambio en la tendencia. Antes dividían, engañaban o trataban de negociar de forma individual, pero cada vez más los vecinos se unen para resistir. En Madrid los alquileres han subido un 60% en los últimos 10 años frente a los salarios que solo han subido el 3%. La gente se está hartando”, añaden.

Alfonso Becerra vive frente a un edificio en la calle Buenavista en el que prácticamente ya no quedan vecinos desde que la productora argentina Gloriamundi adquirió el edificio entero. Solo un vecino resiste a marcharse con una pancarta colgada en el balcón. “El deterioro del barrio que conocimos es total. Después de la pandemia se rompieron muchas redes vecinales que están aprovechando para penetrar sin obstáculos”, explica. “Ahí se fundó Podemos”, dice señalando un local de la esquina.

Javier Herranz, miembro de la redacción del periódico Nación Humana Universal, que se publica en Lavapiés, reconoce que el tejido asociativo se ha degradado y que la vida cultural nada tiene que ver con épocas antiguas. “La pandemia y el confinamiento hizo un daño terrible que rompió las redes de resistencia”, explica. La izquierda ahora tampoco está en la calle y hemos perdido vitalidad para hacer frente a fenómenos de este tipo como la turistificación y la llegada de fondos buitre”, añade. No obstante, para Herranz, el problema es más complejo y tiene muchos puntos de vista según se hable con vecinos, migrantes, comerciantes o turistas, explica.

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Sobre la firma

Jacobo García
Antes de llegar a la redacción de EL PAÍS en Madrid fue corresponsal en México, Centroamérica y Caribe durante más de 20 años. Ha trabajado en El Mundo y la agencia Associated Press en Colombia. Editor Premio Gabo’17 en Innovación y Premio Gabo’21 a la mejor cobertura. Ganador True Story Award 20/21.
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