El asesino de Grindr reconoce impasible ante el tribunal que mató a su amante, pero nunca dirá por qué
Julián O. apuñaló 55 veces a un hombre con el que había quedado por redes y huyó a Argentina. El acusado admite que su víctima no pudo defenderse y pacta una rebaja de pena
La silueta de Julián O. se dibuja en una sala de vistas judiciales con las luces apagadas, mientras en el proyector se suceden las imágenes del horror que dejó tras de sí el 24 de febrero de 2018, en un piso de Madrid. El acusado, de estatura pequeña y muy delgado, mantiene la cabeza baja y mira al frente, en ningún momento mira hacia las fotografías. Él ya sabe lo que hay en ellas. Un hombre, Najuzatih Z., con 55 puñaladas repartidas por todo el cuerpo, en medio del salón de su casa. Después de esa masacre, se deshizo del móvil de la víctima, y unas horas después tomó un avión para huir. Se marchó a su país, Argentina, donde permaneció tres años. Desde Madrid, la policía monitorizaba su vida, sus publicaciones en redes con su familia y sus amigos, los viajes de ocio que disfrutaba. En 2021 por fin pudo ser detenido. Este martes, en la Audiencia Provincial de Madrid, ha admitido que lo hizo, que fue él quien acuchilló a su amante y no se ha escudado en ningún trastorno psiquiátrico. Lo que nadie le ha preguntado y él ya nunca tendrá que contestar es por qué.
Ese día, víctima y asesino confeso habían quedado en casa del primero, en Carabanchel. Se habían conocido por la red social de citas gays Grindr y habían quedado para tener un encuentro sexual. En las imágenes de la cámara del bloque de viviendas se observa a Najuzatih entrando en su casa el día 22. Nunca volvió a salir. Poco después, las imágenes muestran una figura menuda acceder al edificio. Primero se monta en un ascensor que solo pueden usar los vecinos para el que hace falta llave. Tras contactar con su cita por teléfono, usa el correcto. Lo que ocurrió en ese piso con detalle, solo lo sabe ahora Julián, y en su escueta declaración hoy ante el jurado, no ha dado más detalles. Se ha tratado de una admisión de culpa y ha reconocido que la víctima no tuvo posibilidad de defensa. Todo para conseguir una reducción de petición de pena de la fiscalía de 25 a 20 años de prisión.
“Cogí el arma del escurridor de la cocina, le ataqué por detrás en la entrada y luego seguimos forcejeando en la habitación. Después me limpié un poco las manos, cogí el arma y su móvil, los tiré a una basura y tres o cuatro días después me fui de España”, ha relatado el acusado. Fue el día 24 cuando la pareja de la víctima avisó a la policía porque algo no iba bien. No lograba dar con Najuzatih. Tuvieron que llamar a un cerrajero para que abriera la puerta porque sus llaves estaban metidas desde dentro. Nada más acceder, en el rellano, los agentes observaron el suelo con salpicaduras de un líquido reseco granate que continuaba hasta el salón, ya con signos de arrastre. Solo con asomarse un poco más, vieron las piernas del hombre asomando por la puerta de la estancia principal.
Los agentes de la policía científica del Grupo de Delitos Violentos han descrito en la sala a oscuras paso a paso lo que encontraron en la vivienda. “Estaba toda la casa en perfecto orden, parecía que allí no hubiera pasado nada”, ha explicado el policía. El sofá a rayas, la típica manta para acurrucarse en invierno, el piano, varias plantas, el mando de la Playstation, papel de liar, un par de posavasos... Y, sin embargo, ahí en medio había un cadáver sobre un charco de sangre. Todas las persianas estaban bajadas y había tres lámparas encendidas. En la habitación, también estaba todo ordenado. Una toalla perfectamente doblada en la mesita, la colcha extendida, el cesto de la ropa con las prendas que nunca llegaron a la lavadora...
Al lado de la cama, un calzoncillo de rejilla junto a la parte de arriba del envoltorio de un preservativo y una toalla extendida. Al levantarla, descubrieron varios trocitos de pastillas estupefacientes. También hallaron en la casa algunos botes que después descubrirían que habían contenido popper, una sustancia estupefaciente que provoca euforia y aumento del deseo sexual. El autor del crimen había dejado, además, una huella estampada en el suelo de la bañera de la que colgaba una cortinilla verde, cuando se limpió. En el sumidero también había sangre. En la escena había ADN. Uno mezclado con la sangre de la víctima y también bajo sus uñas, pero no coincidió con nadie al introducirlo en la base de datos.
En un momento de la madrugada, en el que los vecinos relataron que oyeron golpes y gritos, la cita se torció. La autopsia reveló que del medio centenar de cuchilladas, nueve habían sido infringidas mientras la víctima estaba de pie, y el resto, ya en el suelo. A pesar de las dos inspecciones oculares a conciencia, el arma homicida nunca fue hallada, al autor se había deshecho de ella esa misma noche. “No sé lo que se me pasaba por la cabeza”, ha sido su respuesta a la pregunta del fiscal de por qué lo hizo.
Los agentes de homicidios del Grupo V tenían en su poder las imágenes de tres hombres entrando a distintas horas en el inmueble. Descartaron a los dos primeros tras comprobar sus coartadas. Todas las sospechas recayeron en el tercero. Los investigadores se centraron en el entorno de la víctima. Su pareja les contó que Najuzatih tenía varios perfiles en aplicaciones de citas. La llave del caso llegó cuando los policías llegaron hasta su ordenador del trabajo. Allí, la víctima tenía una aplicación que conectaba directamente el contenido de su teléfono móvil con ese dispositivo. Tenían ante sí una larga lista de hombres a los que hubo que analizar e investigar uno a uno, cualquiera podría haber cometido el crimen. Hasta que dieron con las fotos de uno de ellos que se parecía mucho al que habían visto en las imágenes del ascensor. Ya tenían un hombre: Julián.
Los investigadores descubrieron que era un ciudadano argentino que llevaba un tiempo viviendo en España con una beca de estudios. Estaba realizando un curso en una escuela de teatro de Madrid. Cuando acudieron a esa escuela, sus antiguos compañeros y docentes reconocieron a Julián en las imágenes y puntualizaron algo más que acrecentó la sensación de los policías de que iban en la dirección correcta: hacía un tiempo había abandonado el grupo de Whatsapp del teatro de la noche a la mañana.
Los agentes obtuvieron también una dirección. Julián había alquilado una habitación en casa de una señora mayor y había dejado muchas de sus pertenencias. La anciana les contó lo mismo: el inquilino se había despedido de un día para otro. Había alegado que su abuela se había puesto enferma y tenía que regresar a Argentina. En su habitación, los agentes pudieron obtener ADN que coincidió con el hallado en la casa del crimen. Era él, no quedaba ninguna duda.
Pero los agentes constataron que Julián hacía tiempo que había huido fuera de España. Según los registros, sobre la una de la tarde del día siguiente del asesinato, ya estaba en el aeropuerto. Facilitaron toda la información a sus compañeros argentinos y comenzaron la búsqueda. Desde Madrid, los investigadores de homicidios podían ver de vez en cuando publicaciones del sospechoso en redes sociales, en las que él seguía con su vida normal. Nunca contó a nadie por qué había escapado de España.
Finalmente, a finales del 2021 fue detenido en el pequeño municipio de La Bombilla, y unos meses después, la justicia argentina permitió la extradición del detenido. En España compareció ante el juez y alegó que esa noche se había “vuelto loco” y estaba “como ido”. Este martes ante el jurado ha sido mucho más conciso. Su deseo era recibir su pena cuanto antes, cumplir su condena lo antes posible y retomar su vida.
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